Remilgada y silenciosa
como aquella que aún
no ha cometido pecado,
en sus mejillas lívidas
(que no han sido besadas
ni jamás se ruborizaron
ante una palabra obscena
susurrada al oído)
se escarcha el otoño de la vida.
¿Ha vivido?
¡Claro que ha vivido!
¿Ha amado?
¡Claro que ha amado!
mas nunca vivió el amor
pasionario de un hombre
que pudiera darle nombre
a su primer calor.
Dicen que tuvo
mil y un deseos
y que ni dos
se le cumplieron...
sin embargo, remilgada y silenciosa
su castidad la vive cual cumplido
que Dios puso en su camino
hacia una eterna plenitud.
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