ambos muertos,
llevaban camperas azules
de las que parece que estuvieran
rellenas como bolsas de aire.
No había sangre,
estaban de pie,
frente a la puerta de casa,
al principio del largo pasillo.
No dijeron nada,
a veces sobran las palabras.
Los tomé por las capuchas
y los arrastré a la calle,
los eché como a perros vagabundos
les arrojé piedras
rompí cristales.
Entré en mi casa
y caí de rodillas y lloré,
lloré a mares,
como un niño perdido
en la más tierna y oscura soledad.
A veces sueño esas cosas,
y al despertar ,
miro los espacios vacíos
la oscuridad subyacente
sus sombras,
el frío
y entonces lloro,
tiernamente,
como lloramos los niños perdidos.
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