como un pequeño brote de paz,
eras tan delicada
que daba miedo mirarte fuerte,
por otro lado, parecías tan sensible
que no mirarte, o tal vez,
hacerlo de costado,
podría animarte a creer
que de mi hacia vos
había solo desprecio.
Entonces como Edipo ante Yocasta
quité de mi cara lo que podía dañarte
mi sangre te bañó por completo
y sin entender mi honesto sacrificio
te fuiste para siempre pensando
como siempre, como todas,
que el loco era yo.
Maldita perra, maldita suerte,
es mejor amar a la muerte
que entregarse de lleno
a la ceguera del amor.
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