Entonces estoy confundido... Confundido, confundido. Tal vez no tan confundido como quedó Montaigne después de presenciar los actos caníbales y barbáricos de aquellos que vivían vaya Dios a saber en qué tierra lejana, tal vez algún lugar de América, del África negra, o mismo serían, las gentes que cohabitaban en su país en aquel momento histórico.
Tengo la certeza de tener esa misma confusión, de mirar alrededor y ver que los bárbaros que fuimos domesticados por el hombre europeo no éramos tan bárbaros como aquellos que nos exterminaron para cambiarnos. Esta confusión que me iniciaron al decirme que mi existencia no era buena, pues no hablaba su lengua ni creía en sus dioses de altas cumbres, ni teníamos esas refinadas costumbres de la poesía o el arte, que ellos tan bien manejaban y con la que se mofaban y nos daban de a palos en el alma hasta encontrar que el alma no sangra, ni tampoco huye. Merodea cerca penando la muerte asesina que le ha tocado en gracia.
Maldito Montaigne y maldita vuestra idea de decir somos todos bárbaros, de asegurarlo y de demostrarme que aún en este siglo XXI en donde Buck Rogers estaría perdido en el espacio, en el planeta tierra no tendría que haber hambre en algunas partes y tanta zozobra en otras.
Maldito eres con tus argucias, tu latín, tus conocimientos históricos, tu agradabilísimo y maldito modo de demostrar que los hombres somos igual de bestias que las bestias, igual de monstruos que los monstruos, poderosos como Dioses e infelices como nadie.
Maldito perro eres, salvaje, pueril, hombre necio de contrastes insolentes... Cruel en tus palabras por más ciertas que estas sean... u olvidaste acaso los versos de Serrat que jamás oíste "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio".
Salvaje, ocioso, distraído de la verdad que se enseña a fuerza de espadas de hierro, de corazas de kevlar, de coordenadas satelitales y de misiles inteligentes que cercenan a la humanidad hasta el punto de extinguirla (¿será por eso que son inteligentes?).
¿Con qué tipo de coraza inconsciente te has recubierto la pena para no decir ya basta y comparar a esos bárbaros refinados con esos bárbaros naturales? ¿Osó a decirte algo el rey, ese mocoso insolente protegido por hombres decorosos y corpulentos como aquellos que criban con el arado las tierras que a nadie y todos pertenecen?
¡Maldito eres entre todos los escritores confundidos entre el arte, el alma, la belleza, la naturaleza, Dios y la crueldad! ¡Todo es lo mismo aunque distinto huela! El hombre es una máquina social que se alejó de su estadio natural cuando comenzó a exigir lo que necesitaba. Bestias, horrorosas y poco dignas, abortos naturales, cánceres terrenales de un planeta suicida que nos sigue dando oportunidades.
Por momentos quise odiarte, por otros quise amarte, mas nunca pude dejar de confesarme aturdido y atrapado por tus pequeñas descripciones que traían enormes desengaños.
Argumentativo, digresivo, excepcional, dialógico, confesional y experimental, un ensayo vomitado desde las entrañas de un hombre que seguramente nunca pudo mirarse al espejo sin sentir vergüenza de su propia raza.
Te desprecio por las verdades ocultas que entre renglones se escapan: "El hombre del que hablo era simple y rudo, condición muy adecuada para ofrecer un testimonio verdadero" y tú, grosero y bienversado Montaigne, eres de aquella casta de la que tanto reniegas y a la que meas; ¡Si meas! desde la cúspide de tus saberes "pues las mentes refinadas observan con mayor curiosidad y mayor número de cosas pero suelen glosarlas y hacer valer su propia interpretación y no se privan de alterar un poco la Historia"... Vil, Canalla, no por error sintáctico, sino porque eres un Canalla entre los canallas, un canalla mayúsculo que golpea con la misma vara los lomos de todos los humanos que tiramos de este cordel sin fin que hace girar el planeta llevándolo hasta su destino.
¿Sabés cuál es tu destino Montaigne? ¡La insípida eternidad humana! En esa eternidad absurda con comienzo y fin donde te eriges orgulloso y broncíneo, podemos abusar y hacer uso de tu Historia y tus palabras como nos dé la gana, magreándolas, deformándolas, transformándote en un ser tan despreciable y aborrecible que hasta los niños escupirán tu tumba, la cual también cambiaremos de lugar, para que ni siquiera Odiseo pueda encontrarte aunque guiado por Circe esté. Donde ni tu madre pueda sentirte o tu padre, condenarte.
¡Maldito Montaigne, cuánta razón tenías! Cuánta sabiduría en esa mente prodigiosamente idiota que no recuerda si quiera una pregunta de tres, la que tal vez era, de todas la más reveladora e importante. Aquella que volvía todo vuestro oscuro pensamiento sobre la decadencia, soberbia y mentiras de la sociedad moderna, en una epifanía perfecta y sincera a la cual podíamos llegar de manera natural y simple, antes de traicionarnos a nosotros mismos, como me traicionaste tú, como me traicioné a mí, al olvidar la posible consigna dictada en clase... Olvido que me remite al oprobio por esta raza decadente, artística e insulsa, olvido o confusión, tal vez necesarios, para paliar el miedo a que tal vez, nunca más, pueda volver a mirar el rostro de ninguno de todos ustedes, nunca más.
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