Fueron cuatros los aventureros, cuatro que llegaron desde los distintos puntos cardinales encontrándose desde lo que sería, a la mañana siguiente, el punto de partida a una aventura sin precedentes. Llegaron al lugar de encuentro todos casi a la misma hora, se entrecruzaron con afectuosos abrazos y saludos, había un buen ambiente en el aire, aunque sabían que iba a ser una empresa difícil, no sería imposible. Cuatro hombres bravos, fuertes como el viento, apasionados como el fuego, con los ojos iluminados por la necesidad de nuevas sensaciones, de esa soledad que aconseja la montaña, de la dulce melodía de los pájaros que buscan la quietud en los páramos más alejados. Se medirían, se medirían los cuatro a ellos mismos, a ver su resistencia, su capacidad de resistir la inmensidad de la montaña, la inseguridad del tal vez, esa podía ser la mayor aventura o desventura de sus vidas, por lo que tenían todo preparado dentro de sus grandes mochilas donde cargaban todo lo que les sería imprescindible, no llevaban nada de más, cualquier lujo cargado en sus espaldas significa un sacrificio sin sentido. Había paz en sus voces, conversaban entre ellos y bromeaban sobre cosas que les habían pasado en los últimos tiempos, intercambiaron mil y un historias por cada uno vividas. Estaban contentos y se les notaba, reían y contaban chistes mientras organizaban la logística a seguir. Todos sentían una confianza pura en cada uno de los que los acompañarían y harían el trayecto, no había dudas, el camino los enfrentaría con sus propios no, y los obligaría a superarlos, a superarse, a encontrarse cara a cara con lo que ellos pensaban a lo que es la realidad pura y concreta. Se sentían preparados, se creían preparados, todas las expectativas eran buenas, y hasta aparentemente, según el pronóstico del tiempo que habían chequeado, éste también estaría a su favor. Terminaron la logística de todo cerca del anochecer, prendieron un fuego y quedaron allí hasta que al fin el sol cayó en el horizonte, las estrellas empezaban a titilar en un manto que se iba a oscureciendo poco a poco, las horas pasan deprisa y antes de cada travesía lo mejor es descansar bien, por lo que a la luz de la pequeña pira cocieron unas carnes a modo de banquete de feliz comienzo, sabiendo que el correr de los días sólo la caza podría proporcionarles tal manjar, tomaron vino y festejaron hasta que la luna estuvo bien alta. Apagaron el fuego sin dejar ni un rastro de que ellos habían estado allí pasando un buen rato. Se fueron a dormir, se acomodaron dentro de sus bolsas de campaña y quedaron acomodándose sobre el suelo buscando la mayor comodidad posible, durmieron como bestias, de sueño pesado, pero en algún lugar de su conciencia pensaban y repensaban los mapas estudiados, los víveres, las cosas indispensables, cargándose encima la responsabilidad de saber que funcionarían como un equipo, unido y fuerte, para ayudar a quien lo necesite y tratar de no hacer nada equivocado por lo cual necesitaran ser ayudados. Solo faltaba que salga el sol, que algún gallo cacarée y que Dios, desde su lugar, los acompañe en su camino con una sonrisa y con un guiño.
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