Era un día de sol, por lo que Inés, la mesera de la taberna cercana al lago, decidió ir a darse un baño. Caminó un par de millas hasta sentirse alejada de cualquier ojo curiosón que por casualidad por allí pasase, se quitó todas sus ropas y se internó en las aguas del lago. Su blanco cuerpo refulgía al rayo del sol y sus cabellos dorados opacados por las aguas que la bañaban igualmente brillaban bajo el astro que pegaba duro por ser mediodía. Salió del agua y se visitó lentamente, disfrutando de la paz que el chapuzón le había dado. A orillas del lago se quedó tendida boca arriba jugando con las formas de las nubes y al cabo de un rato se quedó dormida, momentos después, vaya Dios a saber cuántos momentos, un repiqueteo de martillo la obligó a abrir sus ojos y despertar medio furiosa por ser su sueño interrumpido de tanto martilleo. Se puso de pie enojada y con los brazos en jarra, a paso corto y rápido se dirigió hacia las matas floridas de donde salía el sonido despertador. Abrió a modo de ventana las ramas que cubrían al hacedor del ruido y no pudo creer lo que veían sus ojos, un pequeño leprechaun creaba un lujoso y pequeñito par de zapatos.
-Tu eres el que me ha despertado, maldito enano! - le gritó al tiempo que lo tomaba por las orejas.
-Ay ay ay mis orejitas, sí he sido yo, pero no lo he hecho a propósito! Estoy trabajando en los zapatos del reina de las hadas! Mirá - ella quedó encantada con tan fino y diminuto trabajo, los zapatos parecían hechos de hilos de oro y plata, con finas incrustaciones de piedras preciosas formando mariposas y flores, elegantes y multicolor eran ambos zapatos.
-Que trabajo más lindo- dijo ella sonriendo embelasada.
-Si me sueltas las orejas puedo hacer un par para tus hermosos pies.- le dijo.
-No gracias, no tendría vestido con que lucirlos, de nada valdrían en mis pies.- el duende quedó sorprendido, perplejo, siempre había escuchado historias de los humanos, que eran seres codiciosos y que los perseguían afanosos con tal de quedarse con los tesoros de los duendes. Entre ellos, los seres mágicos, era asunto de risa, esas piedras doradas eran hermosas para decorar, sin embargo los humanos no las usan para orlar.
-Puedo ofrecerte un caldero lleno de oro.- le dijo entonces.
-jajajajaj, si tanto te molesta que te tenga por las orejas solo pídeme que te suelte, y así lo haré, sólo estaba enfurruñada porque me has despertado de una siesta soñada.-
-Mil disculpas, en serio mil disculpas no era mi intención despertarla...- hizo una pausa- si estabas enojada por que me sigues tomando por las orejas?- le dijo impaciente.
-Disculpa, he quedado anonadada con los bellos zapatos que tu haces.- le dijo complaciente y distraída.
-En verdad te gustan?
-Me parecen hermosos, la reina de las hadas quedará fascinada con ellos...
-Gracias, realmente gracias.- le dijo con los ojos tiernos llenos de magia.
-Bueno- replicó apurada- debo irme a la posada a ocuparme de mis responsabilidades, espero vernos pronto.- se puso de pie y antes de irse corriendo lo besó en la frente. Ya alejada un par de metros el Duende le grito.
-Cómo es tu nombre?
-Inés!- le contestó
-Inés...- suspiró el duende tocándose el beso dejado por la dama, sacó su pipa del bolsillo la cargó de hierbabuena y prosiguió con su menester.
Esa fue una noche hermosa, tanto para el leprechaun como para Inés, a la posada llegaron unos músicos que animaron todo con sus sones, los clientes se portaron de maravillas, con buena educación y recato, además de las excelentes propinas que le dejaron. Para él también hubo recompensas, terminó los zapatos justo a tiempo para la fiesta que se daría en el bosque, y la reina fue de todas la mejor calzada! El buen leprechaun recibió favores de todas las hadas. Y mil y un encargos le hicieron esa misma noche.
Antes de dormir acobijado por un manto de estrellas pensó en la bella Inés, acarició el lugar donde había sido besado y soñaron uno con otro todas las noches.
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