Dónde te habías escondido? Dónde te habías metido? Lo más gracioso es que ni siquiera tenés vergüenza… cuánta desdicha. En esos tiempos en los que estabas, antes de desaparecer, al menos tenías la deferencia de diferenciar entre las cosas, separar el bien del mal o al menos parecías discernir entre las cosas que te traían resultados positivos, o negativos o aquellas cosas que al fin de cuentas no resultaban en nada.
Aparentemente este regreso te ha tratado con tal desmedro que todo te importa un bledo, como si ahora estuvieras más allá o al menos como si quisieras estarlo. Igual se entiende, claro que se entiende, aquel que va en busca de sí mismo, con el tiempo vuelve siendo otra persona sin importar el éxito o el fracaso de la empresa emprendida.
Ser otra persona no es nada crítico, aunque si es un gran cambio, y cambio es aquello que nos mantiene vivos y en movimiento en un universo mutante y excéntrico. Qué tiene que ver? Qué tendrá que ver? Veo que ya ni te importa, siquiera lo pensás antes de meter la nariz y husmear como si todo te resbalara y nada se quedara pegado a vos. Qué desfachatez! Qué pena… pensar que cuando el péndulo termine de dar la vuelta vos vas a estar donde te encuentres y yo… y yo donde vos quieras.
Qué gracia no? Exigirte explicaciones… justo a vos que no escondiste ninguna de tus acciones, que hiciste lo que quisiste pensando siempre en el otro, en el paso del después, en los modos y en las maneras, midiendo los riesgos y llevando todo a cabo, sin darle trascendencia a aquello que no la tiene, sin esconder nada y a la vista de todos, tan claro y con tanta impunidad te moviste e hiciste que ahora nadie entiende nada y se pregunta cual es el truco que guardás bajo la manga, pero es claro, tus atuendos no llevan mangas, tal vez por eso nunca las cortaste, las doblaste o las deseaste. Tus atuendos no tienen mangas.
Es tan raro todo, que tenerte acá de vuelta trae a mis labios palabras exigentes de porques, urgencias de queremes, respuestas de respeto… aunque mis ojos lloran, desconsoladamente, pues a pesar de ser necio, me doy cuenta, que lo que importa es que has vuelto y que estás aquí de nuevo.
Te invito a que te sientes en mi mesa, que te compartas con todos los que hoy estamos; para un ser tan noble, basta y sobra, un banco de madera. Los tronos han de ser para los finitos, para los que ostentan poder y riqueza en aquello que posan sus posaderas. Puedo ofrecerte dos palanganas para que laves tus pies y tus manos, puedo hacerlo yo mismo si estás cansado. Imagino lo que has recorrido y esa ambigua sensación que te traía de vuelta a este lugar. Es difícil ver que tan lejos llega la punta de la lengua, es difícil ver que tan lejos llega uno, cuando la sombra que de vos quedó proyectada sobre todos nosotros haciendo que todos los caminos parezcan uno y que sólo a vos llegan.
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