con el odio cansado y el rencor enjuto
tenían los labios apretados, y los párpados,
cerrados y arrugados ante tanta mierda.
No había palabras que cambiaran nada,
las palabras sobran cuando todo se ha dicho,
el alma no puede perdonar la canallada
cuando se rompe un corazón en mil pedazos.
Sus lenguas eran espadas envainadas
sus manos eran mazos sin cabeza
sus heridas cicatrices no olvidadas
y el recuerdo, un tormento latente.
Se miraron fijo y por un segundo
los dedos en los gatillos provocaron el suspiro
que dejó paralizado al mundo.
El cielo se estremeció en silencio.
Bang, bang estás muerto; le dijo con oficio.
Sin rasguño alguno el otro echó a reír:
"No hay fuerza natural que de vivir me quite el vicio"
dijo en un susurro, abrió sus alas, y voló.
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