Lo que más duele de las despedidas
es ese vacío que nos escurre el alma
el temor de un adiós sin retorno
y que, por vaya uno a saber qué,
el destino juegue esa ineludible carta
que termina el juego obligando
a barajar y repartir de nuevo.
Por eso cuando uno se despide
abraza al otro tan fuerte
que le exprime lo más que puede
el amor que tiene adentro
lo hunde profundo en su pecho
y se comparte mágicamente.
Se dejan caer las lágrimas
es imposible evitarlas,
las lágrimas de las despedidas son
la promesa de un feliz y próximo reencuentro,
por esto apretamos al otro y lo besamos
para impregnarnos e impregnarlos
con nuestros aromas y sabores.
Porque lo que al amor se refiere
todo está en nuestras almas
y nuestras almas se demuestran
usando el hecho de los cuerpos
y todo ese amor que nos sale de adentro
no es otra cosa que el corazón
gritando con dolor desgarrador
cuanto es que lo queremos.
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