A veces se me olvida el tiempo
paso por alto que existe
su huella en mi piel, en mi alma,
esos recuerdos con olor a mañanas
de delantal, tiza y exultante frenesí
los bigotes prepúberes de chocolatada
la ácrata imaginación despojada de un criterio,
sin embargo, resultante de la naturalización
del constructo socio histórico cultural del momento,
pero como uno ignoraba eso, solo imaginaba
de la forma más libre, inocente y pura.
Uno olvida de dónde viene
el miedo a las calles,
al ahí afuera,
ese que nos inculcaron
responsabilizando
a los autos, al Coco,
al fantasma de la mala suerte,
creíamos a ciencia cierta
que los niños no morían
cuando iban de la mano de mamá
y los tristeza no existía
dentro del abrazo de papá.
Nuestas vidas estaban infestadas
con falacias y mentiras, claro que lo hacían
para cuidarnos y protegernos de eso
que más tarde la realidad nos mostraría,
crudamente, en primera persona.
El mundo inevitable
entraba a casa por la tele
con toda la ficción posible;
e inagotable se escapaba
junto con mis ansias
a través de la ventana...
Todavía hoy lo veo
volando más allá del horizonte.
Los playmobiles y las escaleras,
los chicos del viejo edificio
la plaza y la calle, hoy intransitables,
que servía de pista, de cancha y de excusa
para juntarse con otros truhanes
que buscaban abrirse paso al mundo.
A veces se me olvida el tiempo,
pero los cayos de mis pies lo sienten
y recuerdan bien el camino recorrido,
también mi cintura y mi espalda intentan
recordármelo a cada momento,
sin embargo, cómo puedo decirlo,
en mis ojos brilla una veta,
eterna e inagotable que pareciera
que hay algo que está siempre ahí
inmutable y de la misma manera.
.
Hay veces que lo que pasó en el pasado
aparece y se muestra en el presente
con una potencia tan mágica,
que uno no sabe realmente,
si el tiempo existe en realidad
o es solo una percepción emocional
de las falacias y mentiras
que crea y cree nuestra mente.
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