y el sol seguía calentando las calles vacías
con edificios grises y las ventanas llenas,
de rostros taciturnos y cabizbajos de personas
que miraban el mundo atrás de los cristales.
Morirían tarde o temprano, pero hoy
crispados del miedo, si quiera se atrevían a pensar
que toda esta mierda había sido causada por ellos mismos,
por su egoísmo, por su hipocresía, por su ambición,
por su miedo a la carencia, por su afán de abundancia.
Desde sus cárceles de concreto y paranoia culpan a quienes
por falta de amor y humildad transformaron
a su propia especie en pálidos fantasmas, solitarios, silenciosos
que van llorando y añorando aquellas cosas
que antes les parecían sosas y aburridas por cotidianas
y que hasta despreciaban no sin cierto recelo.
Su poca empatía y el exceso de ego los relegó
a una especie en aislamiento en donde hijos y padres
no pueden besarse ni abrazarse por última vez...
Pobres bestias que creyeron ser la cúspide de la pirámide
y se miran las propias manos y las lavan compulsivamente
intentando erradicar a esos pequeños seres invisibles
a los que temen por el daño que esto tan insignificante puede causarles.
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