Son aproximadamente las siete de la tarde aquí en Beloma y veo al sol cómo se esconde tras un horizonte verdaderamente lejano. Mi vista está perdida en algún lugar, de alguna parte, sin quererlo llego hasta donde mi reflejo, el mar y el cielo se aúnan; tal vez en otras épocas del año estar sólo, como yo lo estoy, hubiese sido más complicado, pero... no todo es tan simple.
No todo se olvida más rápido viendo el tiempo pasar a través de una ventana, siempre que tengo que esperar una hora determinada, los segundos se hacen hora. Aún recuerdo que de pibe esperando la navidad me sentaba frente al reloj de péndulo, no sé si era a propósito, pero mis padres siempre armaban el árbol ceca de ese bendito reloj...
Es el día de hoy que aún sueño pesadillas con su inefable ir y venir de péndulo tictaqueante, en esos instantes, el tiempo parecía más viejo, más pesado...recuerdo que lo imaginaba caminando con bastón hacia la cúspide del círculo horario.
Al árbol de tilo, un rayo parece hacerle cosquillas entre su follaje, ese árbol está plantado en el patio de mi amigo vecino Eduardo Gutierrez, un hombre común mas no por eso deja de ser interesante.
Una mañana fría de verano (la recuerdo especialmente por poseer un día de los más crudos inviernos en pleno veinte de enero) salí de mi casa dispuesto a dar un paseo por los suburbios de Beloma, al salir del porche de mi casa, el grito de Eduardo llamó poderosísimamente mi atención, era un grito salvaje, cuasi animal. Omitiendo el grito salí a caminar por mi preconsciente, volviendo ya más tarde, pisando la hojarrasca de mis sueños que hace tiempos se habían deshojado. Al volver, recuerdo también un silencio más gris que la ciudad y un cielo más bajo y húmedo que el cielo en día de tormenta de Santa Lucía. Parecía que el cielo caería sobre los campos y otra vez haría estragos.
En la puerta de mi vecino, una ambulancia estacionada esperaba coqueta a sus ocupantes, aunque bien no recuerdo si mi segunda operación cardiovascular era reciente o la estaban por hacer, en fin, al ver la ambulancia sentí mi pecho desgarrarse. Eduardo no sólo era mi vecino sino también un amigo y un famoso pintor, aunque bien no se sabe si era más famoso por sus obras como por su excentricidad. Recuerdo que mientras no pintáse, él, era un vecino fuera de lo común, aunque bien cuando sus musas llegaban era raro que alguien en Beloma no se percatara de aquel hecho, él ponía la música a todo volumen y gritaba desquiciado como cuando un pobre chancho es carneado sin haberlo acuchillado antes. Nunca se sabía cuanto tiempo durarían sus musas con música alta y griteríos afines, en esos casos, lo mejor era nisiquiera acercárcele; una vez en el viejo mercado de Beloma, la señora Ordoñez, llamada por los rapaces la loca Ordoñez, lo detuvo a mitad de camino entre las zanahorias y las alcachofas, lo miró fijo a los ojos, casi con fuego en la mirada y le dijo:
-Usted no es un artista! usted sabe lo qué es?... usted es un loco de mierda.- Eduardo la miró y recordando los buenos modales que había tratado de aprender en la embajada le contestó a regañadientes.
-Yo, Eduardo Gutierrez, con mi infausto pincel he pintado a las mujeres más hermosas para transformarlas en invalorables obras de arte, cosa que no se puede decir de la vieja loca de Ordoñez!-
-Pero...pero...- la Sra. Ordoñez se encontraba fuera de sí, los ojos parecían querer escaparse de sus órbitas- pero... cómo se atreve a decir eso pintor...pintor de brocha gorda!- culminó gritando la vieja loca.
-Lo puedo decir porque todo lo que yo he hecho en mi vida fueron obras de arte...- al llegar a éste punto de la conversación, Gutierrez comenzaba a sentir esa sensación de diversión que nos ofrece el sarcasmo o sin ir más lejos su tía la ironía.-...encambio usted.-prosiguió él sonriendo.
-Encambio yo qué?-dijo anonadada la señora.
-Qué hizo usted más que traer al mundo a un ladrón mediocre y a una prostituta resentida?-
-La boca se le haga a un lado antes de hablar así de mi familia.-dijo la vieja zarandeando el pomo del bastón en el espacio aéreo perteneciente a la nariz de Eduardo.
-Está bien, está bien...-siguió Eduardo-tiene razón, no es culpa suya haberle roto tanto las bolas al señor Ordoñez hasta llevarlo al infarto, no es su culpa que su hijo robe billeteras en los colectivos y sea apresado cada dos por tres y menos que menos es su culpa, que su hija se haya ido a la ciudad a terminar el trabajo que usted había abandonado cuarenta años atrás al conocer a su difunto esposo en ese lugar de bailarinas nudista.-
-Sepa usted insolente que yo, no era como usted...yo era una verdadera artista y del erótismo.-Gutierrez rompió en falsas carcajadas exageradas llamando así aún más la atención de la gente que llegaban de a poco a ver el espectáculo que brindaban, los que seguro eran los dos seres más intolerantes de Beloma, el mundo y universos aledaños.
-Sepa mi señora...-dijo entonces sin perder la calma; parecía ya estar saboreando la estocada final sin siquiera haber desenfundado la espada.-...que gracias a dios, nunca ni en sus sueños más mojados usted, llegaría ser como yo, sepa mi señora que yo, yo soy pintor así se llamaba mi profesión cuando usted ni siquiera se le había ocurrido nacer, encambio su profesión, nunca se llamó arte erótico o como carajo haya usted dicho que se llame, sepa que su profesión tuvo un sólo nombre, desde que el hombre es hombre hasta ahora- hizo una pausa acercando su nariz hasta la de la señora Ordoñez, y así respirándole en la cara, concluyó dando la última estocada, -pros...ti...tu...ta, entendido, prostitua!- terminó de decir esto se dió media vuelta ofreciendo galante el rabo y las orejas de la señora Ordoñez a los curiosones y con gentil paso se marchó. La señora Ordoñez había enmudecido, la sangre subía a su rostro y en sus mejillas, la vergüenza, sonreía tímidamente colorada, los niños del pueblo reían, las comadres susurraban entre ellas, los muchachos del barrio inventaban cánticos alusivos.
Así es entonces, cuando pintaba lo mejor, como ya dije, lo mejor era ni hablarle y en lo posiuble ni siquiera acercárcele, ya que así como su arte brillaba en las telas, su lengua en estos casos, parecía de amargo oro venenoso, sagaz para sus respuestas, rápido como huída de conejo y con la astucia de un viejo zorro que aún no había perdido sus mañas. Era digno de oír, llevaba la conversación de tal forma que uno, por más que no quisiese, acababa dándole pie a su cínica diversión; aunque también tenía sus otros días, parecía desdoblarse, o tener dos personalidades o algo así por el estilo, después de haber estado con las sus musas revoloteándole alrededor siempre venía a mi casa, exhausto, sudando frío casi llorando (lo ví llorar una sola vez y fué cuando tuvo que vender "Las carmelitas", según él, su mejor obra).
Al cesar los gritos, fuere la hora que fuese, yo llenaba la tetera, prendía el fuego de la hornalla y dejaba el agua calentando, acercaba dos tazas a la mesa, azúcar, leche,un par de panes tostados y al primer hervor del agua dos golpes autoritarios obligaban a acercarme a la puerta; del otro lado siempre se encontraba él pidiéndome, qué digo pidiéndome, me rogaba, que le convidase una taza de té, ya que no sé por qué maldita razón, en sus períodos de inspiración parecía tener un recelo especial contra sus elementos para té. Siempre los rompía o los tiraba a la basura por más nuevos que éstos se encontrasen, pasaba por la sala con el miedo que pasan los ratones frente a los gatos dormidos, se sentaba en el abismo del sofá tomándose ambas piernas con los brazos sin saber siquiera que era lo que había sucedido, preguntaba si había hecho algo y en el caso que lo haya hecho preguntaba que era lo que había hecho...más de una vez ni él mismo podía creer lo que había hecho y sus carcajadas llegaban tan lejos que hasta la vieja Ordoñez pensaba que Gutierrez aún se reía de ella.
Me acerqué hasta su puerta, y apenas la rocé con los nudillos una, dos o trres veces.Desde adentró un grito bramó.
-Quién carajo es ahora?, el que sea que me desate o voy a cagar a todo el mundo a patadas.-una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro, sabía que él dentro de todo, se encontraba bien, sano, a eso me refiero, que no tenia ningún tipo de problema físico más bien.Entré en su guarida sigiloso de no pisar más que el piso de parquet, él se encontraba sentado atado de pies y manos, en su rostro se encontraba la expresión típica de una persona completamente fuera de sí, me le acerqué, tomé su hombro y sonriendo le dije.
-Qué vida de mierda no Gutierrez?-
-Pero joder, no va a venir nadie sano u hoy es el día de rómpanle las bolas a Eduardo Gutierrez.-siguió maldiciendo y esputando al viento todo su odio, le hice señas a un médico para que se aparte de Gutierrez y se aproxime a mí, éste se acercó apesadumbrado un par de pasos atrás de Eduardo.
-Qué pasa?-
-Hubo una denuncia, dicen que está loco.-Gutierrez escuchó ésto y se dispuso a fabricar un discurso de aproximádamente media hora con todos los epítetos existentes y hasta inventados por él en el instante en que los decía.
-Doc...-dije-...no hay de que preocuparse soy su vecino hace más de diez años y nunca a hecho nada que haga peligrar su vida o la ajena, por favor déjelo a mi cargo.-el doc me miró a los ojos, después miró a Eduardo, después volvió la vista hacia a mí, meneó la cabeza como quién pelea contra uno mismo.
-No puedo, si usted fuera algún familiar o algo así...pero sinceramente no puedo, parece que su amigo tiene enemigos demasiado pesados.-diciendo esto se acercó a Eduardo y con ayuda del otro doctor lo tomaron por los hombros y se lo llevaron a la ambulancia, cerraron la casa con llave, arrancaron la ambulancia, previamente habiendo metido a Eduardo en la parte trasera, asegurando aún más las zinchas de su camisa de fuerza.
Extraño sus gritos y su música, de vez en vez lo voy a visitar y pese a su supuesta locura creo que su arte ha mejorado un cien por cien. Sigue con sus cuadros y desde que se enteraron que estaba encerrado sus obras tienen más del doble de su antiguo valor y a decir verdad; se venden como pan caliente.
Gracias a sus obras Eduardo no la está pasando tan mal en ese antro que en vez de curarle la locura, pareciera arraigársela aún más.
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