Y se acabó el tiempo,
caímos del cielo al infierno en un tris,
como caen los ángeles.
El tremendo golpe dejó
nuestras alas agolpadas
junto a dos pedazos de carne picada
que se mezclaron con las plumas
y una suerte de harina de huesos
con las que más tarde,
los inefables carroñeros,
harían hamburguesas
y comerían como cerdos.
No hay designio imposible
de un corazón que es ingeniero
no hay finales predecibles
cuando un corazón dice te quiero.
Sí, la vida casi siempre es igual,
lo mismo da lo ineludible,
la muerte, el traspié, el delirio,
son solo sombras que en un rato
nos convierten, sin que sepamos,
en esa piedra que el agua moldea
en el quieto lecho del río.
Alguna vez fui puente de lo infinito
y recuerdo que lloré y reí
cuando la última hoja desnudó
por completo al viejo árbol
donde el invierno se apoyó
y durmió profunda siesta.
Imaginé una historia,
como el minuto más largo,
y más bello,
de toda una vida.
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