La habitación se llenó de sombras,
cada rincón supo tener la suya propia,
se colaron por las rendijas de las ventanas
por las cerraduras de las puertas
por los suspiros que escaparon
a fuerza de lágrimas arrancadas.
Y las sombras se hicieron físicas
lacerando como simbólico bisturí
cada función posible de una carne
que se descomponía agónicamente
en un profundo tormento
de anhelos perdidos y sueños secos.
¡Qué, es la palabra! ¿Qué es la palabra?
Sortilegios, espurios, hechizos,
violaciones, vejaciones, egoísmos,
todo el poder oscuro de un reino
se ha posado en tus labios rasgados,
y ríes... ¡Ríes maldita bestia!
¿De quién ríes? ¿Acaso ríes de los muertos
que a tu alrededor deambulan
sin destino, ni razón,
buscando dracmas para meter en sus bocas
y cruzar el Aqueronte y llegar al más allá?
Si te vieras... reirías también de tu suerte,
de tus manos ososas y tu rostro demacrado,
de tu cuerpo marchito y de tu perdida cordura
en una locura sin alma que esperándote
dejó unos centavos tirados en un rincón desolado.
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