Creías que la respuesta estaba
en romper los límites que te imponían
la sociedad, la religión, la cultura, el otro,
y jugabas en tu arenero mientras reías
señalando hacia afuera sin mirar hacia adentro
y creías, pobre iluso, que eras libre de todo
que pecado y concepto ni te rozaban
que razón y motivo siempre sobraban
para que hagas aquello que te diera la gana.
Pobre vos, que trasgrediste todos los límites
que te fueron poniendo aquellos que aparecían
momentánea y estúpidamente en el camino
aquellos que por un momento se atravesaban y creían
que con su moral en bicicleta podrían regir tus tiempos
tus colores y tu vida. Y tan así pareció serlo
que ingenuo y tonto lo creíste y nunca trasgrediste
esa ley que siempre te mantuvo cautivo
esa que erigiste vos mismo y que fue, sin duda alguna,
la que te mantuvo por siempre dentro del laberinto.
Tanto poder en vano, necio Minotauro, tanta muerte sin suerte
y por siempre, encerrado en el propio pasado
enterrado en tu propio presente.
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