Me gusta verte. Desde mi ventana todas las mañanas esperaba a que salgas caminando hacia el trabajo, por suerte no trabajabas tan lejos de tu casa, por lo que todos los días te seguía primero con la mirada, y luego, escondido entre la multitud, con mis ojos clavados en tu espalda, e imaginaba que sonreías mientras ibas. Me gustaba soñar con que pensaba en mí secretamente, aunque no me conocieras, o que te hicieras la zonza.
Una vez me paré adelante tuyo, me miraste y me sonreíste, te hiciste a un lado y yo pasé mirando para otro lado. Me encantó imaginar tus ojos mirándome, aunque lamenté no decirte nada. Me prometí que algún día te hablaría, te diría hola, y me imaginé con lujo de detalle toda la conversación. La tengo escrita. Sí, la escribí en una libreta en la que te dibujé hasta que pude, en la que anoté las cosas que te gustaban, los programas que mirabas en la televisión, las cantidad de horas que usabas el teléfono, el banco que frecuentabas, la plaza donde almorzabas los días vernales, o la barranca donde te echabas a tomar sol en los veranos.
Me acuerdo que el día que tomé el coraje de hablarte coincidió con la vez que estabas llegando tarde al cumpleaños de una amiga tuya en Pilar, por la fecha debería ser Analía la que andaba de festejo. Pediste un Uber, ni siquiera te bañaste. Tenías olor a coco en la piel, a coco y a aceite, brillabas, como siempre, pero esta vez no solo por tu propia luz interior, también brillabas por el aceite, lo que hizo difícil poder agarrarte bien, sujetarte, que te quedes quieta y sobre todo que me hagas caso.
Te había subido en el asiento trasero de mi auto ¿Te acordás? Me hice pasar por el Uber que habías pedido, pero te diste cuenta que yo no era el Uber, y te pusiste en caprichosa.
Qué raro que fue todo en ese momento... Ojalá se la contemos a nuestros nietos. Te subí en mi auto y sin que me digas nada, arranqué y empecé a llevarte hacia donde ibas. Atada de manos y pies, acostada sobre el asiento trasero me mirabas con los ojos grandes, grandísimos (tenías el rímel un poco corrido), estabas tan sorprendida, parecías desesperada. Sin embargo, había en tus lágrimas una especie de placer especial, hasta tus quejidos parecían gemidos. Yo te pedía que pares ¿te acordás? Me excitaba escucharte. De vez en cuando gritabas, pero por suerte la mordaza no dejaba escapar mucho tanto barullo. En un momento te pusiste a patear la parte trasera de mi asiento... ¡Qué guerrera! Yo te había dicho que pares o si no no te llevaba una mierda al cumpleaños de Analía. En ese momento te quedaste callada, profundamente callada, me pareció ver en tus ojos toda tu vida, toda esa vida que yo tengo escrita en la pequeña libreta que llevaba a todos lados y en donde tomaba los apuntes de cada cosa nueva que hacías, de cada cosa vieja que repetías.
Llegamos a lo de Analía, creo que en tiempo récord, yo estaba medio de malhumor, quería aprovechar el viaje para que me conocieras y que veas que no soy mal tipo, que podía llegar a gustarte, pero no sé por qué carajos vos parecías estar asustada y con pocos ánimos de conversación durante todo el trayecto.
Me sorprendí de que no hubiera una fiesta en esa casa, al menos eso parecía, las luces de afuera estaban encendidas, como siempre, como siempre siempre, o sea, no había nada de distinto, por lo que entonces, seguramente, no hubiera fiesta.
Recuerdo que pensé ¡Qué picaronas! La fiesta es en otro lado... empecé a soltar los amarres que te había hecho con las sogas, los que te hice esotéricamente como verás, aún funcionan... Te prometí que si no gritabas te sacaba la mordaza, afirmaste con la cabeza, entonces te la saqué despacito.
Me preguntaste si era loco o pelotudo, yo te dije que estaba enamorado de vos y que era capaz de cualquier cosa por estar cerca tuyo. Te conté que te seguía hace años y que en una libretita anotaba todo lo que hacías y lo que dejabas de hacer también. Te sonreíste. Sonreíste tan grande y lindo que creí en todo, por primera vez el escepticismo era excepcional y el amor triunfaba a pesar de mí, a pesar de vos.
Me acuerdo de tus palabras, tan clara y perfectamente como el aire fresco de las mañanas. ¿Y en vez de tenerme cerca... no te gustaría estar adentro mío? Sentí como mi espina dorsal se helaba y como en mis genitales se encendía un cosquilleo del que no sabía el porqué pero sospechaba su origen.
Llevame a casa, me dijiste en un susurro, dejá que Analía festeje sola su cumpleaños. Vos y yo vamos a festejar como corresponde. Volvimos al barrio, te sentaste al lado mío y me preguntaste todo lo que querías saber de mí, no te escondí nada, ni un pequeño detalle. Cada pregunta tuya me exigía una verdad, y la verdad que te daba me la devolvías con una sonrisa agradecida. El camino de regreso fue tranquilo, casi romántico. Puse la radio que te gustaba, sonaba justo en el aire el programa ese del conductor al que siempre maldecís, y contradecís, e insultás, pero no podés dejar de escuchar.
Llegamos a tu casa y me invitaste a pasar, me preguntaste si quería tomar algo antes de meterme adentro tuyo y te pedí un whisky con dos hielos. Después de servírmelo me desataste el cinturón, me bajaste el pantalón y me cortaste un pedazo de carne de las nalgas.
Me dolió un montón, no estaba preparado para eso, sin embargo, la excitación de estar con vos, de compartir esa intimidad, me anulaban cualquier sensación negativa que pudiera estropear nuestro momento. Me diste una gasa con cicatrizante, me pediste que la sostenga tapando la herida, y que te espere ahí, sentado, tomando el whisky. Fuiste a la cocina con el pedazo de mi carne en la mano, lo cocinaste y lo trajiste de nuevo a la mesa, lo cortaste en pedazos pequeños... Un bocado para mí, otro para vos. Uno para mí, y otro para vos. Poco a poco acabamos con ese pedazo de carne, sin embargo, un tremendo apetito se había abierto y algo nuevo entre nosotros nacía. Quise más de mí, y empezaste a cortar pequeñas porciones de mi cuerpo y a cocinarlas mientras yo cuidaba de las heridas que me hacías con cicatrizantes y antibióticos contra posibles infecciones.
Sentí múltiples orgasmos mientras me mutilabas, ansiaba ver mi carne en tu boca, ver tus dientes triturándome, machacándome, masticándome...
¿Te acordás mi amor? ¿Te acordás mi vida? No cambio nada de lo que ha sucedido entre nosotros, sin embargo, a veces me dan ganas de caminar con vos tomados de la mano, aunque ya no tenga brazos, ni piernas y aunque solo tenga, esta foto sin marco, que me dejaste sobre la mesa de luz, al lado de la silla de ruedas junto a una terrible ausencia y una libreta a la cual, ni hojearla puedo.
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