se acercó sumiso,
con la cabeza gacha
y las orejas bien echadas para atrás.
Los ojos redondos miraban desde abajo
y todo su cuerpo demostraba
una sumisión generacional
que se arraiga con la costumbre.
Cuando vio que el niño venía
se echó panza arriba
como si de pronto hubiera muerto,
movía la cola tranquilo
y en su boca asomaba una sonrisa.
Esperó a que la manito
se le acercara para mimarlo
y cuando cerca la tuvo
él, muy asustado, echó la mordida.
Sin querer le abrió la piel,
pequeña herida
entre llantos y elegías
de a gotas la sangre salía .
Apareció entre el montón
esa gente que nunca falta
llevaba inquieta un arma
y de inquieta que estaba
del cuerpo separó al alma,
no con una, sino con todas sus balas.
Atendieron al niño ahí nomás
un par de mimos y una curita
pero al can lo dejaron sangrado en la calle,
tal vez queriendo enseñar a otros perros
eso que nunca se debe hacer:
confiar en los humanos.
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