que se iban desprendiendo de las viejas sábanas.
Cómplice del silencio, tímida y miedosa,
las guardaba en un viejo alhajero
con cuidado y paciencia.
Por las noches tomaba los hilos,
los entretejía y hacía muñecos
le ponía botones por ojos
lanitas por cabello
y uñas cortadas como dedos.
Cada muñeco llevaba un nombre
y una plegaria de protección
dentro de la mansión donde vivía la niña
había espíritus demoníacos
que diezmaban el espíritu de quienes
se distraían en la poesía de la vida
y no estuvieran protegidos
por esa oración y el fetiche de salvación.
Hoy la niña es una anciana
y se la puede ver haciendo muñecos
con lanas, botones e hilachas
mientras desanda caminos en la montaña
se la oye orar en voz alta,
de rodillas, al pie de la cama,
rogando, pidiendo, exigiendo
que Dios, proteja tu espalda
mientras leés este poema.
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