Tomó la foto con sus dos manos y la acercó a su pecho, en silencio esperaba que ése retrato le diera la idea que le faltaba para terminar de comprender tantos años, tantos tiempos...su mirada en alguna época había sido; mirada harto soñadora llena de melancolía futura, feliz de sí misma.Un silencio gobernaba en la habitación, en la sala, en el comedor, en la cocina...cada recuerdo se hacinaba en cada uno de los cuadros, ceniceros, estatuillas, y aún en esas viejas vajillas de porcelana regaladas por algún alguien antes que se fueran de luna de miel a alguna parte perdida en medio de un mar azul como el cielo y caliente como el infierno, donde sólo aguas calmas saladas acallaban ese calor poco humano que a veces dona el sol del trópico. Había vivido entre suspiros el crecimiento de cada uno de sus hijos, habían crecido fuertes y nobles,(hasta tal vez gracias a ella) adaptados a la perfección con la estética sociedad que exige tanto y da tan poco, una lágrima recordó el pasado rodando, como toda lágrima debe hacerlo, desde su ojo hasta sus labios que hace rato no sonreían. La foto parecía quemarle el pecho y los recuerdos incendiaban su pasado muerto en el presente por la filosa daga del futuro, sentía una suerte de indiferencia en el aire y a pesar de ser recién el principio de la semana, sentía una llama en la inconsciencia que le daban ganas de salir y reventar ese pequeño hálito de vida que queda guardado en cada una de las paredes; hasta el ascensor le traería nostalgias y tazas repletas de té con limón y miel, hasta las escaleras, cada uno de esos peldaños tenía en sí un significado para esos pies que bajaban pisando apenas con las puntas afirmándose graciosamente con los talones, una gracia de cosquilleos le recorrían la espina y sin ser pez; sabría que a pesar de haber perdido uno, muchos otros nadaban en ese momento por doquier, porque la vida es un mar de sensaciones llegaron a decir muchos poetas y alguno que no tenía más que hacer y que sentía que la soledad lo carcomía, habría inventado la estupidez de"...hay muchos peces en el mar..."; pero claro, como no darse cuenta que los peces no son todos tan idiotas como para andar mordiendo falsos anzuelos. Se sentó en una silla del bar de la esquina de su casa, el índice inquisidor exigió a un buen mozo que prestaba atención se acerque, una cerveza de tres cuartos apoyó todo su culo sobre esa mesa de tres patas, sonrío sintiendo en sí un paralelo entre la botella y su vida. Muerte de bar. Realmente no hace mucho que se había ido, claro que los tiempos penden y dependen de quien sea el que quiera sentirlos, de hecho, hace casi veinte años que su mitad, esa media toronja que se soporta en el templo de la perdición, se había ido con otra persona que seguramente le llevaba menos de la mitad de años y experiencias, pero los tiempos habían cambiado tanto desde entonces...recordaba contar la media pensión que la ley le amparaba en otras ocasiones y similitudes, pero ser mantenidos o mantener...la muerte le hubiese sentado mucho mejor, o mismo el asesinato, en esos años sí que podría haber matado; todavía tenía las fuerzas necesarias, en cambio ahora su cuerpo flácido, viejo y leso, no hacía más que llorar por los tiempos de antaño que pasaban por sus células y sus glándulas lacrimales, lagrimales, criminales; porque en sí cada cristal de alma, cada lágrima que brota es otro silencio que uno calla y lo sabía, bien lo sabía que callar era morir un poco, pero no podía hacer otra cosa que acallar su alma, que silenciarla con sumisa estupidez bravía, sonriendo los logros que jamás le pertenecerían, sabría que la sonrisa sería un juego el cuál ya nunca más le pertenecería; claro que escapar de éste momento no sería difícil, más en un bar donde el expendio de bebidas alcohólicas es moneda corriente.Vacío el vaso repleto de cerveza en su gaznate sonriendo feliz sin sonrisa, llorando de ficticia alegría, maldijo, maldijo en voz baja pensando apenas en su dios, lo redujo al tamaño de un pedacito de mierda, un acto inconsciente le hizo sentir la blasfemia en ese poco que le quedaba de alma, sintió culpa y lástima por ese dios todopoderoso que la esperaba en todos lados, hasta dentro suyo, sintió silencios y respuestas en cada recuerdo y cada lágrima, volvía a sentir esa carismática fuerza interna que algunos le llaman fe. Un niño sin futuro regaba rosas por las mesas de los enderredores, un verdadero escupitajo en el ojo de lo que podría haber pasado si...La campana de la catedral sonó ocho veces como todos los días a las nueve, causaba gracia, nunca pondrían ese reloj en hora. Miró hacia un lado y hacia otro y perdió por ahí su mirada, ahí donde las miradas sin alma se pierden por algunos segundos; una mujer de elegantes piernas y la cintura justa para ser abrazada, como en tantos años atrás llegaron hasta su mesa y sin decir nada se sentaron frente a sus ojos, el tiempo y la nada se habían escondido en ese escote conocido detrás de dos abultados y rectos pechos con un par de cirugías pasadas de moda. Dos ojos fagocitaron la mirada de los pechos bizcos que lo miraban con conspicuo placer, ardientes, repletos de todo ese amor que sólo las mujeres saben contener. Sonrió, sonrió silencioso y en sus ojos leyó esa mirada, esa mirada sabía que no la miraba y le contestó desdeñosa con una cuasi repugnancia, le acercó un vaso lleno con el líquido apreciado, y ella lo rechazó, sin abrir la boca, tan sólo resoplando, resoplando con desdén, con el mismo desdén con que antes le había respondido a su mirada que no la miraba, bajó la vista como ocultándose; ella buscó un lugar donde ocultar sus sensaciones, pero no habría lugar donde pudiese meter tanto amor repleto en recuerdos a cada pared, cada peldaño, cada ascensor cada cocina, tanta sala, tanto comedor, tanto pecho comido por el calor abrasivo de la foto que lasciva obliga a recordar. Ella calló. Él también. Sus manos se besaron y los pulgares fueron certeros portadores de esas sensaciones, se sentía en el aire; sobre todo ella sentía que él aún recordaba a esa perra vacía que lo había abandonado años atrás, él sabía que la extrañaba y la extrañaba con el alma, con toda el alma, tanto la extrañaba que en si, esa perra, se había transformado no sólo en su alma, sino también en su karma, ella lo veía con los ojos llenos, él escapaba a cada momento girando su vaso con el índice y el pulgar, o llevándolo a la boca, o sonriendo a la nada, él suspiró fuerte, largo y cansado, ella también...ambos sonrieron. Aún quedaban puntos en común y cada uno sabía lo que el otro sentía; por más que ella éste en París y él no.
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