sábado, mayo 19, 2007

Rigoberto -- Cuento de " Cuentos"

Claro que la historia en cuento terminó cuando Rigoberto se asomó a la ventana y vió que por allí debajo pasaba una calle que coqueteaba distintos verdes y azules, una calle que se angostaba a medida que se acercaba a cualquiera de sus dos horizontes que encerraban un cielo celeste eterno que se extendía para arriba y para los costados; más abajo, la tierra no prometida pero sí cultivada a fuerza de concreto y máquinas robotizadas con ríos que no cuentan historias puras, sino más bien, historias histéricas de poluciones y contaminantes agentes que poco respetan y se hacen respetar porque las alturas y las ventanas y los hombres que se asoman y culminan sus historias tan sólo en un tris... La ventana que escandalosamente prefiere proferir un grito espantoso en caída de un piso décimo a un cuarto vacío de paredes blancas llenas de recuerdos como manchas empotrados a la pared, asinados uno con otro tan sólo para confundirse con humedades y las cosas de siempre del inconsciente, ustedes saben, tanto como Rigoberto, que la historia es distinta si el que narra quiere contar otro cuento que cae y en la cuneta, en el río alcantarilla de los recuerdos que se ganan en la calle y se pierden en el olvido, la sangre, en otra esquina se mezcla en agua de alcantarilla como pequeño río que sangra y brota de algún cuerpo lleno de rencores rojos de pasiones comunes y de locuras momentáneas que lo llevaron a preguntarse por tercera vez si estaba o no de acuerdo o bien bajo el destetable yugo del destino y no es que sea destetable por que no necesite ya mamar, si no más bien porque no se lo merece.
El sol no se levantaba para trabajar a horario desde que la capa de ozono había sido utilizada por dios para que fermosa dama pasase sin mojarse los pies en algún charco lagrimal desparramado por venturosa alma que sin preferir estar sola, quizo a su bien quedar sola, caer y llorar reventando en el suelo toda su ira, toda su pasión que se revuelca, se gira, se mota, y explota sus sesos sobre un negro asfalto y una gris acera más dura que él mismo.
El día cae ante los pies de la noche rompiendo su astro que al llegar explota en llamas y besa los pies de la luna o besó sus faldas o besará su rostro algún día que se le ocurra volver a asomarse a esa ventana en la cual Rigoberto la asomaba desde su cuerpo hacia adentro, la guardaba en un bolsillo y por enderredor de un mundo enfermo la llevaba a pasear de acá para allá como si ésta fuere un acordeón mal parido, como si él fuese tan sólo un alma sin carne, no papas, no batatas ni nada que le infringiere cierta razón de algo que de ser, sería otra cosa que algo, como si algo fuere nada de gracias para el santo que cae y esconde al sol tras un eclipse que lo cubre todo de sombras aceites y silencios. Mar en coche. El cielo se presta a otra aventura que no es la misma de ayer, sino más bien es distinta a la de hoy y Rigoberto salta y escupe el silencio en el medio de su cara y sale corriendo hacia abajo con la ventana en el bolsillo cosa que el peso sea más grande, más pesado, cosa que llegue más rápido al suelo y catacúmba, la puta madre que lo re mil partió en mil pedazos, la ambulancia que gira en su sirena y la sirena que estática canta sobre una piedra su hipnotizante canción llena de agua y fuego; atracción temerosa del que teme pero igual se siente atraído y al suelo el agua se acerca como vajilla a la pileta al borde, el apoyo falto de sí mismo y todo cae en vértices digitalizados, el vórtice de la iris y un agujero negro lleno de recuerdos y pensamientos, más bien mundanos, que se olvidaron de algo en el camino que lo había hecho pensar en cosas que no llegaban a nada; agujeros negros, los de siempre en el medio, aire, maldito y puto aire contaminado de toxinas que no son tóxicas pero igual destruyen; la caída desde lo alto para que el suelo grite con un poco de dolor, con un poco de humo que escapa de su boca por la previa pitada a un funesto cigarrillo hecho de orégano o de alguna yerba por el estilo; todo patas para arriba caminando para atrás como la cangreja que guarda con sus pinzas la comida y no es porque todo lo que a la cangreja se refiera debe de ser tomado con pinzas, sino más bien que la cangreja toma con pinzas un café en la esquina donde un incendio sin fuego y sin peligro se consume solo.
-Desde arriba se ve todo distinto...- suspiró Rigoberto desde su piso, aún con la ventana doblada en el bolsillo y un montón de recuerdos que jugaban a ser algo, un pie que sube y se apoya en una insegura pero ancha cornisa el otro que lo acompaña y se pone a su lado, los brazos crucifican al cuerpo en su esplendor y sin plumas que lo ayuden a volar se agitan, el sudor cae de a gotas, gruesas gruesas húmedas frías, los pies que con miedo ante el abismo temblequean repletos de nada, el dolor, cada uno de los parientes que había tenido habían utilizado su vuelo de alguna u otra forma para adelantársele al destino y él, Rigoberto, buscaba exactamente lo mismo, ganar, ganarle al destino, hacer una jugada más, sucia o limpia una jugada más.
Recordaba que el abuelo Godofredo había volado por sobre los campos de batalla en la primer guerra mundial, demás está decir que el abuelo estaba muy loco, más que loco era demente, y habían cosas que siempre quedaban marcadas, no como con fuego, sino más bien marcadas, con marcas a rayas, círculos, cubos y cuadrados, marcados con chapa y calor, marcados como el dos marca al siete para que no sume uno más a la canasta y después a llorar a la iglesia, el arquero o portero de la vaya a donde quiera pero por favor no joda.
-¿En qué mierda estoy pensando?-hay pocos juegos que el alma y la mente no deben jugar; uno justamente es el que juega y no debe ni permitirlo, ni que se lo permitan, porque las niñas rubias, saben amar por más frígidas que sean según el dicho, y no jodan con ese asunto de las morochas y pelirrojas o chicas verdes que de por sí sería más que divertido, porque el juego que juega el amor en estos casos es el del amante enamorado que además de la razón perdió el corazón tras una esquela poblada a más no poder de recuerdos de polleras cortas, minifaldas, así le llaman, el sabía que las minifaldas se levantan sobre escritorios o capots de autos estacionados, sabía también que las minifaldas pueden llegar a bajarse pero... ¿Cuál es la gracia? La gracia de él justamente es Rigoberto y a pesar de no poder hacerlo más liviano emprendió sin más remedio su vuelo hacia el vacío con papas que lo esperaba allí en planta baja con los brazos abiertos y sabor gourmet; qué joder! La boca abierta al pavimento y los dientes se estrellan y explotan, Rigoberto en sangre como niño envuelto que de un vuelco cayó pero no explotó al llegar al suelo de pura casualidad, él sabía que no iba a ser un buen día desde el momento en que se levantó; él sabía que no iba a ser un buen día, no porque hubiese amanecido pisando el suelo con el pie del medio, no con el izquierdo, no con el derecho, él había amanecido con el pie del medio y sin afirmar mucho su paso se había caído al suelo y roto su nariz, recordó entonces desde bien temprano a un joven de un circo que sus partes, todas y cada una de ellas, eran desmontables, si se pudiese nada más acordar del nombre del pibe ese, recordaba que lo había visto en la localidad de Pergamino pero más de eso...no, no podía recordar, se puso de pie ante la horrorizada gente que aún gritaba, primero de miedo cuando lo vieron caer y destrozarse contra la acera, después gritaron de pánico cuando vieron que Rigoberto se ponía de pie tomándose apenas la cabeza y sonriendo, no future, no pain, quién quiere alguna vez que pague la ronda y si no que no joda, porque todo lo que empieza debe terminarse y así también pensaba Rigoberto, que enojado no sólo con el destino sino que también enojado mesmamente con dios, subió las escaleras sin importale un bledo lo que el resto le decía, con los ojos en nada (ni lágrimas se le asomaban) como decíamos, subió de a cuatro peldaños hasta llegar a su terraza y de allí volver a la cornisa volver a mirar para abajo, volver a sentir el vértigo de estar en el vórtice, o bien de ser él mismo, tanto el vértice de dos lados que poco saben lo que es la congruencia, o bien, ser él mismo el huracán y no por el cuadro de fútbol sino más bien el mismo vórtice, el mismo revuelo de vientos en remolino que se lleva las hojas, las flores, las casas los árboles, los prados, en fin...arrastra todo con él, lo sabía antes ahora, lo sabemos todos, en éste mundo no se puede ni guardar secretos, muchos roban, muchos crean, pero más aún procrean y sinceramente, ( hablando entre nos) a él, Rigoberto, tampoco le importaba lo que sucedía a su alrededor, y menos que menos lo que internamente le pasaba que en sí no era mucho, solamente quería volar o sino morir en el intento, la terraza tampoco fue lugar seguro, por lo menos se dio cuenta de eso al llegar de nuevo al suelo y rebotar en el pavimento como si alguno de los dos fuera cama elástica y el otro un niño que sólo quería llegar más alto, más lejos; qué importa el resto cuándo uno lo qué quiere no lo consigue, desde su segura posición en la terraza, hubiere preferido sumarle un par de pisos más al edificio donde él vivía, pero bueh! las cosas se barajan de esa forma así que volver a saltar, volver a agitar los brazos sin plumas, mover también los pies y llegar a esa nube o a la misma punta de la torre Eiffel, saltó silenciosamente hacia su destino pero la ley de gravedad lo volvió a atrapar y se desplomó en el negro asfalto, la molestia lo recorría subió esta vez por ascensor, hasta la misma terraza otra vez de nuevo, redundante él, yo y ustedes, redundaban todos hasta que después de siete horas y media de infructuosa búsqueda del vuelo tan esperado, la gente se juntaba en las calles, dos cadenas de multinacionales fast food habían levantado puestitos con comida, uno que otro levantaba apuestas de las que nunca faltan, los noticieros de todo el mundo llegaban hasta la vereda donde Rigoberto era obligado a caer por la infame ley ya nombrada y molesta que no lo dejaba ser completamente libre; otra cadena, más larga es la cadena y más pesa, se dió cuenta que el problema estaba en que el peso de su ropa, lo hacia más pesado y por lo tanto llegar al piso se convertía en una disyuntiva perfecta: ..."Ser o no ser"...qué cosa más boluda pensó y se dejó caer pero ésta vez completamente desnudo, caer era divertido, sobre todo el golpe, la forma en que rebotaba le gustaba más que nada en el mundo, pero igualmente por más divertido que le pareciere rebotar como pelota, él prefería tratar de sentir la misma sensación que su abuelo sintió en aquella guerra, en aquel tiempo, su cuerpo desnudo llegó al suelo mostrando toda su desnudez, volvió a rebotar y a caer de pie en su terraza que terca parecía amarlo más que a nadie en el mundo, las cosas cambian y también el parecer de Rigoberto que sangrando desnudo en la mitad de la calle sonreía pensando en que tal vez rebotar en el pavimento tirándose de un piso alto era un logro más grande que el que había logrado su abuelo hace más de algunas décadas atrás, claro que por más logro conseguido o cualquier felicidad estúpida encontrada; la policía no lo quizo comprender, o quizás no pudo... A fin de cuentas lo encerraron por andar desnudo en la vía pública.
Tres de enero de la vigésima luna de sagitario, fecha en que la condena terminó y Rigoberto salió de prisión. Salió a la calle pisando con una sonrisa grande dibujada en la cara, caminó por doquier recordando y concordando la vida que había perdido, que como la de todos se fue volando, una sonrisa gigante se dibujó en una terraza, una sonrisa que le parecía más que conocida, la recordaba como sonrisa burlona, burlona de terraza, sú terraza, subió con miedo se acercó a la cornisa abrió sus brazos y antes de dejarse caer, un matasellos caído del cielo lo aplastó contra el suelo del último piso.

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