Estaba en la margen del río el general caído,
la espada enemiga de espalda a pecho lo atravesaba
su sangre el suelo de su tierra regaba,
sentía en su cuerpo al alma apartarse.
Minuto a minuto contra la parca luchaba
con tal de quedarse un rato más en batalla
peleaba contra la debilidad causada
por su sangre caliente que sin freno manaba.
No era un héroe, ni quería serlo
él era el general, él General,
general de las tropas que defendían su tierra,
sus mujeres, sus niños, su pueblo,
el pueblo que lo vitoreaba en las batallas ganadas,
el pueblo que lo acogía y curaba las heridas
de la frialdad de la guerra cruel y asesina.
Peleaba por la soberanía, en contra de la tiranía.
Por puro tezón se puso de pie, atravesó a un enemigo
que montado a caballo y la espada en alto
galopaba hacia él para decapitarlo,
tomó por las riendas al caballo solitario
empuñando la espada de su muerto enemigo,
embistió con la bestia, feroz al combate.
Sus tropas flaqueaban frente al brutal número
que juntaba el otro bando que venía conquistando.
Los soldados luchaban débiles y con desgano
el general caído mansillaba su espíritu...
pensaban al general frío y yerto a orillas del río.
Súbitamente y del infierno mismo
como un ánima sobre el blanco corcél
atravesó el frente a espadazo limpio
con la hoja ensangrentada marcando la diferencia
en los pechos enemigos y las almas de su tierra.
Sintieron sus hombres al verlo
una suerte de magnífica fuerza
pensaban que del averno
a puro galope había vuelto
a impartir con la espada justicia,
dicha y desdicha, según lo merecían.
De la nada revivieron las ganas
y empuñó cada cual una lanza, una espada.
Sanguinarios y orgullosos, con la furia
desdibujando las facciones en sus caras
arremetieron bravos contra el enemigo,
que viendo al general sobre el corcél erguido
sintieron del tuétano al alma de la muerte el frío
y a pesar de correr, esconderse, suplicar y defenderse
a todos les cayó el filo.
Sólo quedaron por la noche
piras de cuerpos enemigos
y los pocos aliados
que quedaban vivos
rezaban por la piedad de dios
para todas las almas humanas.
El general a orillas del río agonizaba
y entre soldados y enfermeros
con pocos recursos de sanarlo trataban.
El general llamó a su hombre más diestro
y pidió soledad con él en su lecho
mientras los pobres que quedaban
a las estrellas por su vida rogaban.
Un rayo fugaz en medio de un cielo negro
tronó en la tierra con la ira de Zeus,
iluminó los rostros de todos los hombres
que quietos quedaron por lo grueso del trueno.
Sopló un ventisca que refrescó el alma,
una suave llovizna lavaba sus caras,
sentían la pena rodar por su carne,
sentían de a poco que se les iba hasta el hambre.
Sus cuerpos cansados parecían ligeros
sentían la vida corriendo por dentro.
Salió de la tienda el hombre
dejando del general dentro los restos,
rezó un ave maría y le gritó al cielo
El General es de su suelo
para siempre y por lo eterno,
aunque el infierno lo reclame
y lo lamente el cielo!
El General es de su suelo
como nosotros del General,
por siempre seremos!
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