- Crápulas!- gritó la caucásica anciana de la rue Des Morts, mientras huyendo por la acera tres patinetas sin ruedas chisporroteaban chispas de chocolate e infartos prenupciales a los futuros esposos, de las futuras esposas que como grillos apresan con su canto cinturón al pantalón si no... se caen.
- Crápulas!- volvió a gritar la anciana mientras abrazaba a su marido que yacía en el piso con la boca abierta y sangre en hilos que tejían una telaraña bajo su boca en el mentón sin menta, la baba blanca se confundía con la bilis arrancada del hígado con voraz bronca, con veraz realidad.
- Crápulas!- redundó otra vez la anciana llegando el crepúsculo.
El buen caminante sabe que para llegar más rápido a la rue Des Morts lo mejor es tomar una gaseosa en Plaçe du Les Enfants, girar en Monseiur Pomplemussé y en el boullevard de L'accord recordar las hazañas céntricas de cuando uno era pibe, al pasar el quinto abeto, viene después un roble, donde el giro se hace a la derecha y se llega tranquilamente a la rue Des Morts. Ese mismo camino tardó en hacerlo, Phillipe Toillette, un tipo al que poco le importaba el resumen del todo y sabía que la nada no tenía cosas que resumir; ganó un lugar frente a frente con la anciana que aún gritaba crápulas a fantasmas innertes, a almas que marcan tarjeta para asustar, fantasmas; buuuuu! qué joder y a otra cosa.
-Aló, cómo va...Qué pasó acá, eh?!-
-Tres muchachos se llevaron para y por siempre el alma de mi marido; se la llevaron a fuerza de griteríos y atrocidades. Dejaron el cuerpo indemne sin luz, sin motivo, dejaron que su alma se desprenda presurosa de su cuerpo y se la llevaron con ellos por siempre, para casi toda la eternidad.
-Pará loca, qué te ocurre, qué dice ésta vieja, orate, ex-simia.
-Qué es lo que sucede oficial?
-Esta loca que habla de no sé qué carajo de tres chabones que se llevaron de acá a alguien hecho un moñigo y se lo llevaron a fuerza de canillas y cosas motoras o problemas artríticos, que dejaron el juego endeble y ya no cazé más ni un fulbo de más lo que hablaba. En realidad, si me permite jefe...- el oficial se acercó al oído del inspector Toillette-...la vieja está más loca que los sapos.
Toillette se tomó el mentón y asintió con la cabeza frente a la absurda y descabellada historia que el gendarme Toulus le había confesado a modo de secreto, Toillette, sin querer ni onfender y menos que menos aún molestar, sacó de su bolsillo una pistola calibre nueve milímetros y vació el cargador en la cabeza de la anciana, la alarma del local comenzó a sonar y la mano sobre el despertador indicando que la horas del sueño nunca son suficientes para descansar.
Toillette aún sudado, aún soñaba su sueño perdido tras un despertador, sin ocuparse demasiado en los asuntos cotidianos, la ducha y su vertical chorro sirvieron de calmante para una noche demasiado larga, para un día que vendría, con las lanzas en punta y bien afiladas, inquisidoras y hacia abajo, clavando una suerte de acupuntura sin hilo en los cansados hombros de Toillette, que en este momento se encontraba lidiando con un jabón que había caído al piso y quería irse por el drenaje, la rejilla, el ujerito de la tina, bañadera, llamadle a cada cosa como cada uno quiera, a mí no me rompan los cristales, menos los de mi sueños; ésta maldita costumbre que uno tiene de infringir coerstividad sobre uno... sobre otros. La canilla giró en sentido opuesto (al que había sido girado anteriormente) para abrirse, ya que ahora la estaban cerrando, misterios de la vida cotidiana que nadie se fija, seguía Toillette en la salle du bain pensando idiotez tras idiotez mientras con navaja certera degollaba ideas que habían venido tantas veces como las que habían ido, y los pelitos cargosos que siempre sobran pero que tienen nombre, de a poco, se los iba como podando para que queden pelos bonsai y una barba sin rabino. Toma cuatro escena dos, Toillette ya está vestido con la corbata sacando la última de las mentiras sobre la respiración, la billetera en el bolsillo de adentro, y el rigor mortis de su trabajo; no soportaba hacer autopsias, de hecho tampoco las hacía, en sí estudió medicina, se recibió, fue médico, conoció una mujer, se casó, tuvo un hijo; y ella y su fruto lo abandonaron en la mitad del embarazo hará cosa de esto... un año, a lo sumo... como mucho dos, operó del apéndice a alguien que tenía problemas renales y por uno u otro motivo dejó la medicina para ser policía. Inspector Toillette división asesinatos y mocos pegados en carteles de la calle o debajo de los bancos o pupitres de algún colegio o facultad. El saco cayó sobre sus hombros y sonó a tempo el teléfono celular de un hombre que, parado del otro lado del semáforo, esperaba cruzar la calle cuando desatase el cordón y de lleno se metiere en la cortadita, coitus interruptus, el teléfono maldito y sonajero teléfono, el hombre cortó la llamada cerrando el aparatito que parceía de juguete, se dió media vuelta y sin cruzar la calle que tanto añoraba cruzar la dejó como una de tantas metas de las que uno se propone y no llega a ellas por que realmente no le son tan importantes. Toillette estaba preocupado, hace rato venía soñando cosas que en sí, no eran pesadillas, porque, haciendo honor a la verdad, a él no le importaba matar a la pobre anciana, muchas veces anteriormente, él había matado, casi casi es su deber. No, no era eso, en sí ,habían dos cosas que le molestaban, una era que soñaba en francés y no entendía ni un pito de lo que soñaba; dos u otrora o la otra, era no poder soñar con otra cosa que no tuviera que ver en nada con su profesión, él quería soñarse domando a una indomable india que no se cansase nunca de corcovear debajo o encima de él, tenía ganas de encontrar un motivo diferente del cuál soñar. Instintivamente paró en la esquina y como si nada pasase sacó del bolsillo interno superior los anteojos oscuros, se los puso como si estos fueran de seda y su cabeza de satén, nada quedó arrugado, suerte gira la perinola y el destino dice todos ganan, sonríen, eso es bueno, la perinola gira y el destino nos sacó lo que antes tuvimos y ahora, sonríen? Si así es, mejor para ustedes. Toillette seguía porfiado en su camino que realmente no lo dirigía a nada, sólo a encontrarse con un destino que lo esperaba apoyado en un farol de alguna esquina, sonó otro celular más, tres o cuatro metros delante de él, sonrío recordando a ese tipo en aquella esquina que esperaba el permiso del semáforo para cruzar y el celular le dijo:..."no esperes más, sólo no lo hagas"..., el ring digital dejó de sonar al hombre abrir su aparato, instintiva-mente, Phillipe sacó un cigarrillo y lo prendió, vió la hora en su muñeca izquierda y se dió cuenta de que no traía puesto el reloj, maldijo en voz baja pero como para no despertar sospechas disimuló rascándose la mano y abriendo el diario que llevaba en el bolsillo, miró de soslayo y vió al hombre cerrar su aparato y seguir caminando para la dirección contraria a la que venía llevando. Habían muchas cosas que replantearse, la primera era por qué corno su vida había dado más vueltas que una oreja hasta terminar siendo un botón sin ojal donde meterse en las noches y abrazado entre brasas dormir hasta el otro día. Claro que hasta tal vez el replanteo, no le sería tan necesario si tal vez supiese que un cierto rencor le venía desde su pasado hasta su presente, allí el pasado es donde aparece realmente, en el presente.
Dos golpes en Libertad al 300, (zona típica de negocios turbios de compra y venta, de cosas afanadas)...(si me permiten el vulgarismo) la puerta se abrió silenciosa y lentamente el hombre del celular se introdujo en la casa. Toillette se apegó al primer teléfono público que encontró ubicado justamente en el lugar indicado, el teléfono no funcionaba. No le resultó tan raro, hasta pensó en que sería una buena idea que la policía le diera uno de esos cómodos telefonitos, pero en este país... Vamos!, siempre llega un San Martín para cada chancho, eso dice el dicho pero al revés, así que, se parapetó, pidió una gaseosa de medio litro en un kiosquito y se quedó esperando a que el hombre del celular saliese de esa extraña casa. Tomó su libreta de anotaciones varias, y anotó"...si tus palabras fueren tan claras como tus ojos y tus ojos fueran tan suaves como tu mirada y si tu mirada fuese tan cálida como tu sonrisa y si tu sonrisa fuere tan enigamática como mis reacciones, te cagaría a tiros...", Toillette sonrió con la sonrisa cargada de morenos recuerdos embarazados apenas huyendo por la tangente y dejando detrás lágrimas y recuerdos.
-Quéija e' puta- dijo, y presuroso salió detrás del hombre. Vió que llevaba otro maletín, en estos casos lo mejor es: tener suerte. Siguió olvidando el motivo principal, or just, el motivo por el cual seguía a aquel hombre que sí, no recordaba mal, lo había visto por primera vez parado de lado al semáforo: traje gris, atachet, zapatos lustrosos negros, dos, obviamente y un teléfono hincha bolas que sonaba cuando quería, teléfono malcriado.
El hombre esperó el verde y se lanzó debajo de los autos que habían arrancado el alma casi antes de tiempo, Phillipe vio la extraña secuencia semi sorprendido, no entendía bien qué hacía siguiendo a aquel punto ni tampoco entendía por qué se encontraba o siguiéndolo o buscándolo a él, incógnitas sólo incógnitas. Phillipe se le acercó, se acuclilló a su lado, le sacó el celular de un bolsillo y llamó a emergencias, la ambulancia ya estaba en camino y el hombre también. Antes de irse por completo el hombre tomó a Phillipe de la solapa lo acercó y le dijo: "...No tenías nada mejor que hacer que seguirme a mí..." Phillipe lo miró fijo a los ojos, el hombre antes de cerrarlos y dormir eternamente, sonrió; como siempre, por la pizza, el tráfico, la goma, el perro, el gato, el calefón o la biblia que se prendió fuego o quién sabe qué otra bosta, en sí, la ambulancia como siempre llegó tarde, muy tarde, tan tarde que Phillipe no había caído en cuenta de la verdadera hora. Ahá sorpresa!, exclamó su mente silenciosa mientras esquivaba con el brazo algunos paraguazos que le ofrendaba una vieja que decía que le estaba robando la billetera al occiso, (hay gente así en todo el mundo). Si al muerto la plata no le va a servir y sus familiares cada vez que vean por ejemplo el billete de cien pesos van a recordar al muerto...por lo tanto no lo van a gastar y si lo gastan, mientras lo hacen una lágrima rodará por su alma. Sacarle los cien pesos era un favor tanto para Toillette como para Marcos Marquete, así se llamaba el suicida, o su familia, además si no se lo sacaba él se lo sacaría el camillero, el médico, conocemos nuestra idiosincracia o hace falta más.
La ambulancia llegó sonriendo, vio al hombre y lo llevó a la morgue judicial sin preguntar nada.
Phillipe Toillette se adentró en uno de los tantos cafetines de Corrientes y se pidió un café, sacó su libreta de anotaciones y leyó y releyó sus notas. Desde que habían empezado sus vacaciones hasta ahora, lo único que había hecho era perseguir desconocidos sin motivo alguno, lamentó el estar de vacaciones, hay cosas que se llevan en la sangre, bebió la mitad del café, su mirada escapó a travez del cristal rompiendo los mil y un juegos de física de química y de mesa existentes sobre tal o cual pasado que no pesaba. Claro que esa noche tendría pesadillas, pesadillas rosas, morenas, risueñas, embarazadas, corriendo por prados verdes, volando bajo por un cielo sin tráfico de almas, y todo flores y todo besos y todo abrazos, esas cosas le repugnaban, amor, felicidad una sonrisa ruidosa de rencor irónico escapó en forma de "ts" y se perdió así por que sí. Un dígital ring empezó a sonar en su mundo "L" mental, y automáticamente se vio con un telefóno en la oreja, simplemente escuchando..."-Marcos, el envío llegó, no está completo, queremos hablar con vos, dónde podríamos?- Phillipe cortó la llamada y supuso que algún asunto turbio estaba aconteciendo, no se fiaba del destino pero por qué había seguido a ese hombre inconscientemente, tenía que haber algún motivo más allá que la realidad. Apoyó el teléfono sobre la mesa y éste comenzó a sonar, Phillipe volvió a atender, "...en diez minutos en Pueyrredón y Corrientes...Clak!..." Otra voz, otra persona... Seguramente... Otra persona, salió del cafetín más a las corridas, que cualquier otra cosa, subió a favor de la numeración y se parapetó en una esquina, un auto negro estacionó en el cruce de las dos veredas impares. Un hombre vestido de negro con gafas y sombrero blanco bajó del carro, espió a su alrededor, abrió la puerta trasera del auto y un niño de más o menos doce años bajó silenciosamente del coche, el niño custodiado por dos gorilas y una mujer bien formada con las carnes aún firmes, más rubia que el trigo acariciaba la espalda del niño. Se adentraron en patota al edificio tratando en seriedad los negocios que requieren de silencio. Phillipe cruzó zigzagueando entre autos, taxis, colectivos, motos y camiones, utilizando la vieja y querida diagonal, entró al edificio acomodándose la corbata, los seis personajes bajados del auto esperaban nerviosamente silenciosos la llegada del ascensor, el niño miraba a la mujer, la mujer le sonreía con una conspicua ilusión en los ojos, un gorila tomó a la mujer por la cintura y la ayudó a encontrar el camino hacia el ascensor que se encontraba abriendo sus puertas justamente..a..a.ahora. Con perdigones en los ojos le dijeron que el ascensor estaba repleto, pese a tener capacidad para mil doscientos veintiocho kilos, (ridículo, ¿no? Señora, usted cúanto pesa, yo peso setenta y ocho. No quiero matarme y usted parece muy excedidita de peso?, por qué no cuida la linea?...O mejor aún baje, y tome otro ascensor), Phillipe comprendió, la sutil negación y supo que no era bueno discutir al respecto.
Las puertas se cerraron y el ascensor paró siete veces en un edificio antiguo de diez pisos, algo raro se dibujaba en el ambiente, los pasos de Phillipe se iban intercalando de a uno en uno saltando los peldaños, apenas posando la punta de los pies, piso tras piso agitando la respiración, entre electricidades internas, nervios externos, y sobre todo el miedo que crece a cada peldaño que se avanza, se pisa y se afirma, posando la mano en la baranda de la escalera.
El segundo piso en silencio, con cuatro puertas eternas de roble, a b c d poca originalidad, poca creatividad, cien escalones más que siguen subiendo como Phillipe, que agitado y en silencio desenfunda su treinta y ocho especial. Nunca se sabe cuando un arma va a ser necesaria. Tercer piso: las letras se repiten en las puertas como un principio de química, como un juego asexuado sin física, explota el laboratorio mental y sigue la máquina funcionando tan solo por el instinto que lo guía a subir otro piso, con el arma en la mano y el percutor atento ante cualquier quilombo o sorpresa que pueda llegar a presentarse. Claro que el misterio que en sí estaba tratando de decifrar, Phillipe no era uno en especial. Una serie de casualidades causadas lo había llevado a pensar en que era harto necesario llegar hasta el fondo de ésta por demás extraña situación; era necesario saber el por qué de ésta extraña empresa que algo así como una sociedad anónima se transformó en una sociedad de responsabilidad limitada, como realmente han de ser todas las sociedades.
O acaso la nuestra no es una sociedad de responsabilidad limitada, a pensarlo, tal vez encontremos alguna respuesta... En el quinto, en el quinto una puerta semi abierta y un charco de vino pasaba por debajo de la misma. Phillipe se aseguró que su arma estuviese presta a disparar ante cualquier ataque imprevisto, se acercó por el pasillo pegando la espalda a la pared, protegiéndose tan sólo de sus miedos, mostrándose así mismo su cobardía. Otros le llamarían sigilo, cuidado, pero no, realmente es el miedo a morir sin un por qué: murió en servicio del deber, veintiún disparos al cielo, y a quemarropa le disparan al alma mientras se encamina a su eterna morada, no quería morir, se había dado cuenta que ya era demasiado tarde para echarse atrás, se dio cuenta de que ya nada era como esperaba, sabía que la muerte estaba tranquila detrás de algún lugar riendo con su rosa sonrisa, que se transforma en carcajada contagiosa, que cuando ella ríe, reímos todos con ella y sus risas siguen su curso y las nuestras se transforman en lágrimas. Cuando nuestros seres queridos ríen con ella y con ella se van.
La puerta semiabierta dejaba su semitismo para transformarse en puerta abierta del todo, de par en par como las medias sucias que se seleccionan a la mañana antes de ir a trabajar, las yemas de los dedos apenas empujaron la puerta. El picaporte clickeó avisando la llegada de Phillipe y una tartamuda preguntó quién tocaba, destrozando la puerta dejándola como un auténtico queso gruyere. Phillipe aseguró su treinta y ocho con sus dos manos y entró rodando al departamento disparando a diestra y siniestra, seis tiros rápidos sin importar el blanco, sólo avisando que él también tenía un arma, que él también sabía y podía disparar. Volvió rodando por el piso hasta detrás del vano de la puerta, la pared que separa el pasillo del departamento, le ofrecía segura trinchera contra las balas que histéricas rebotaban y perforaban algunas de las partes de la pared que lo protegía; la balacera paró un segundo. El terminó de cargar su arma y entró nuevamente en el departamento, más rápido que una pelota se revolcó por el piso y se parapetó detrás de una medianera que separaba lo que parecía ser el comedor de lo que parecía ser la sala, en la mesa, frutas de cera decoraban con mal gusto un comedor pasado de moda, con la mesa de vidrio, sillas brillosas de fibrocemento negro y lámparas que algunos le llaman arte (arte son las lámaparas y los cuadros que hace Facundo Newbery) y cuadros que no comprendía cómo podían exibirse sin ruborizarse. El se sabía policía pero no por eso no debe tener obligatoriamente mal gusto, por más cabecita que éste fuera, Phillipe detestaba el mal gusto de ciertas gentes. Un disparo que venía de más allá de la sala destrozó en mil pedazos uno de los cuadros de frutas mal pintadas, Phillipe sonrió.
-Se ve que te gusta tanto este arte como a mí.
-Qué vas a saber de arte vos si sos un policía.- Tres disparos más zurcaron el aire. Phillipe escuchó la voz del hombre que disparaba del otro lado de la sala y notó en ella un tono particular, un tono extraño que había escuchado anteriormente, pero no podía determinar en dónde. Tres balas más se asestaron encontra de esa muralla de cemento y ladrillos que lo cuidaba como el regazo de una madre. Asomó la mitad de su media cara, apenas el ojo izquierdo se asomaba y buscaba sombras donde supuestamente no las había, un ruido del otro lado, sacar medio cuerpo, quedarse a merced del destino y encontrar que una bala perfora la clavícula y se estrella contra otra pared destrozando otro cuadro, inutilizando el brazo izquierdo de Phillipe que ahora se lo toma con cierto dolor.
- Sacaste el cuadro de los girasoles, buen tino!- Otra ráfaga; cayó destruyendo la mesa, se asomó de nuevo y tiró tres veces a unas sombras que le parecieron sospechosas. Volvió a esconderse con una esperanza morena huyendo apenas con tierna pancita, pancita de ella, pancita de él, pancita de los dos, jamón, jamón y panceta, un sandwich ahora no sería una mala alternativa. La madera gritó su chasquido de separación del árbol, del marco de la puerta, no del marco alemán, ni del marco suizo...
-Lugger nueve milímetros.
-Treinta y ocho especial.
-Uzzi.
-Hay más...
-Lo sé... Es bueno trabajar contra profesionales.- Una sonrisa ruidosa escapó desde atrás de la pared. Phillipe agudizó su oído hastra sentir el susurro del viento, cerró los o`jos y asomó la mitad de su cuerpo y vació lo que le quedaba del cargador tras un busto de algún abuelo de la familia que allí viviese. Un grito de dolor desesperado y un cuerpo que cae al piso, irremediablemente muerto, dos pies que se acercan esperando lo inesperado, la dimensión de lo real y lo irreal, aún recordaba las luces que antes brillaban en sus ojos cuando estudiaba en la facultad, pensar que él quería dedicar su vida a salvar vidas y andaba de acá para allá con un arma cargada siempre siempre. Apuntando sin miedo a la cabeza del muerto, lo giró con el pie, y vio en su boca una sonrisa sardónica. ¿Habría una relación entre este hombre y el del celular que se había suicidado? O bien ¿quién había hecho la llamada?. Revisó en los bolsillos del muerto y encontró un pedazo de papel cortado a la mitad con un pentagrama y notas escritas, con las típicas figuras de siempre siete notas y una más pero por la mitad, la octava, la octava... Dos patrulleros y una ambulancia llegaron. En un patrullero, el jefe, el comandante, el oficial a cargo, el comendattore. Los médicos aún atendían a Phillipe.
-Qué despelote que armaste.
-Viste... Lo mejor es que fui yo solito, sólo el fiambre me ayudó, se sabe algo más de él?
-Es un inmigrante, puede llegar a ser un ilegal paraguayo, la documentación que tiene es falsa pero de las mejores calidades. ¿Vos encontraste algo?- Phillipe miró a su jefe y sonrió, metió la mano en el bolsillo y sacó de allí un paquete de cigarros a medio fumar.
-No, no lo revisé- el jefe se acarició la barbilla como si estuviese pensando en algo.
-Vos sí que la hiciste bien, mañana volvés al servicio y te tengo que dar licencia por herida de bala. Cómo te gusta estar de vacaciones- Phillipe respondió con una falsa sonrisa, abrió redonda su boca, y un silencio azotó la mejilla del jefe.
-Qué?- preguntó éste.
-Me gustaría hacerme cargo de éste caso.
-No, bajo ningún punto de vista. Este caso se lo voy a dar a Ordoñez, usted está herido Toillette, descanse; es lo que corresponde.
Ordoñez, Ordoñez, tipo más estúpido no había en todo el departamento de asesinatos y chicles pegados bla, bla, bla, bla. Ordoñez era de esa raza de detectives que averigüa todo de pura casualidad: un estilo de Clousseau pero a la argentina. Siguiendo a nadie llega a encontrar a todos los malhechores. Phillipe sabía que cada vez que Ordoñez entrara a un caso, el caso se resolvería, pero a qué costo. Toillette bien sabía que Ordoñez era un eximio encontrador de chivos expiatorios, a decir verdad, él era el salamín de milán del cuartel, era el che pibe, un otario que encima se creía idoneo para su trabajo y se pavoneaba ante sus compañeros con la arrogancia y la estupidez del ignorante. Phillipe no soportaba la mediocridad de Ordoñez y Ordoñez no soportaba las exigencias de Phillipe. De más está decir que Phillipe sabía que algún día Ordoñez estaría por sobre él, diciendo qué era o no lo que debía hacer. Ratas y trepas como él, lamesuelas de coroneles y comisarios siempre llegan más alto, más rápido, pero también menos a menudo, también éstos, también caen, y cuando lo hacen ni un buen recuerdo queda de ellos.
-Va a tener que quedarse reposando, inspector, un día por lo menos a lo sumo dos, trate de no mover mucho el brazo, igualmente las vendas asegurarán que no sangre, entendido?-
-Sí... gracias doctor.- Claro que Phillipe sabía que de la boca para afuera es una cosa, y de la boca para adentro, mejor ni hablar. Tomó sus cosas y se fue a la calle. Corrientes es una avenida ancha y céntrica, uno de los patrulleros seguía esperando frente a la puerta del edificio, Phillipe se le acercó, el oficial Dominguez conducía el asunto.
-Dominguez, me acercaría al mercadito? Quiero comprar unas cosas y el brazo me jode.
Dominguez titubeó un rato, consultó algo a su reloj como si éste supiera la respuesta.
-Bueno, dale, subite- Hizo con la mano la seña de siempre, Phillipe dió las vueltas correspondientes y la punta delantera del patrullero se transformó en puerta que se abría y dejaba el espacio necesario para que Phillipe se adentrara en el coche tomándose el hombro que ya no sangraba. Tomando un descanso, suspirando un suspiro (que otra cosa se puede suspirar), cerró la puerta al compás de la llave que giraba y echaba a andar al motor, un silencio.
-Tenés suerte de estar de vacaciones.
-Te parece?- sonrió Phillipe señalándose la herida en el brazo. Dominguez no le presto atención, por lo menos la necesaria, claro que para un policía salir herido de un tiroteo es suerte, mucha suerte.
-La oficina esta hecha un quilombo. Sabés a quién se cargaron hoy, hoy a la mañana?
-A tantos...- escaparon los ojos tras la mirada que se perdía en una ventana en un cuarto piso.
-Se lo cargaron a José- Dominguez hablaba suave y tranquilamente como buen piloto que es.
-Qué José? El del bar?- volvieron los ojos de Toillette a encontrarse con el perfil de Dominguez.
-Sip! El mesmo, dos chabones entraron al bar, puñalada en el estómago, no le afanaron ni un goman, "vendetta" que le dicen, eso parece, pero en qué baile podría estar metido el gallego.
-Después de las cosas que me pasaron hoy, cualquier cosa es posible...- El semáforo se puso en rojo y no hubo otro remedio que esperar.
-Y contáme, tus vacaciones.
-Me aburrí como un pedazo de zurrusco.
-Cuando decís zurrusco me hacés acordar a ese rubio que también es inspector ¿cómo se llamaba?
-El que tiene ese otro compañero que está medio loco?
-Ese sí!
-No me acuerdo bien el nombre pero sé que estamos hablando del mismo. Qué levante que tiene ese hijo de puta, será verdad que se la come che?
-Sabés que no sé, aunque mucho no me importa; es buen policía, es lo único que me importa- Un silencio de diferencias se presentó dentro del carro, es muy dificíl encontrar dos policías de distinto rango que piensen, igual, más, menos, el silencio se hizo profundo y le sirvió a Phillipe para atar cabos sueltos, el papel, las notas musicales, el teléfono, seguir a alguien inconsciente, instintiva, reciclando, mente, mentes, mentirillas, mentiras y verdades, vio la hora en su reloj, como si la hora en su vida vacacional fuere de importancia; volvió a encontar su mueñca desnuda y sonrió.
-Qué es de la vida de tu mujer y tus pibes?
-Se va sobrellevando, viste cómo es éste asunto. Es una profesión jodida, te pueden matar en cualquier esquina y la gente encima te putea y te maltrata como si fueras un negro cabeza y para peor...tenemos un sueldo de mierda que no nos alcanza para nada, hasta los jubilados tienen más guita que nosotros, para que algunos de nosotros no seamos chorros; qué joder!- zarandeó el brazo y las ideas se barajaron al asiento trasero y las llevó más tarde a un calabozo vacío, ideas malas muy pero muy malas merecen estar arrestadas, bien por el poli.
Otra frenada, pero ésta frente al mercado. La conversa terminó más rápido de lo que había empezado, jurándose verse o llamarse como siempre se hace, menester de la buena educación, mentirse unos a otros descaradamente, si no se hace así es porque uno es un maleducado y el otro ni te cuento.
Qué tanto preámbulo, Phillipe fue a la carnicería, habló un rato con los vendedores de nada muy en especial, salió del mercado y tres cuadras antes de su cueva se topó con María, una hermosa mujer que iba camino al mercado. Se saludaron por lo bajo, se conocían pero no sabían bien de dónde y en esos casos el mejor saludo es esa sonrisa de hola como estás, no me acuerdo quién sos pero recuerdo que seguramente me caíste bien, pero... igual no me acuerdo de vos.
Llegó a su casa, guardó las menudencias compradas en el mercado, hurgó su izquierdo sobolyi y el diestro; sacó y posó sobre la mesa el teléfono celular. Hurgó en el derecho externo de la comercialización y sacó el pedacito de papel..."esto podría costarme el trabajo"... dijo somnolienta una neurona de pijama. Buscó su libretita de anotaciones varias y dióse cuenta que la libreta ya no estaba; igualmente recordaba cada una de las anotaciones anotadas, pero le rompía las pelotas que la libreta se le hubiese perdido, había cosas que no eran del laburo, eran anotaciones varias. Se sentó con desagrado y malhumor, vio una parte pentagramada, el título de la obra, Por una cabeza, tango, para tangos estaba; ya era harto molesto tener un plomo en el hombro, un suicida en la conciencia, una mujer muerta vaya a saber uno cuándo y un jefe de policía que le daba el caso que él había descubierto a un incompetente como Ordoñez, era de no creer. Vacaciones, estar todo un año para que lleguen y de costumbrista que es nomás seguir persiguiendo quilombos y dejándose atrapar por ellos.
Dejó el papelito sobre la mesa, pensó en una ducha refrescante, mala idea si el hombro está vendado, pensó en café caliente con azúcar y jugar a que era policía en otro país. Se pidió facturas fast food en uno de esos grasientos locales que venden frituras al mejor estilo el norte que se dió cuenta que el sur también existe y es bueno para sacarle y sacarle plata a rajabonete. Se acercó a su teléfono particular y el celular comenzó a sonar, cortó la comunicación de uno para comunicarse vaya a saber dios con quién por el otro, abrió el celular y del otro lado el mudo gritaba que se había cortado la comunicación. Levantó el tubo de su teléfono y a tempo la vecina del piso de arriba, como todos los días a la misma hora, comenzó a escuchar su música a todo el puto volumen; así referían los vecinos sobre los deciveles que emanaban de la vieja y loca vecina. Marcó el teléfono de esos nuevos lugares y ciertos sietes acordaban con ciertos tonos y ciertos cincos desafinaban con Chopin, y ciertos otros en la subidas y ciertos otros en los estruendos realzaban o caían según lo sonoramente necesario, el tubo fué a para a la mierda no así Phillipe que se encontraba sobre la mesa desafiando a su misma conciencia, desafiando a las casualidades una vez más. Clave de la, anotó en una hoja, do es la tercera, la tercera es un tres: anotó 3; sol, sol es la séptima, la séptima es un siete: anotó 7; si, si es la segunda la segunda es dos: anotó 2; siguió así con cada una de las notas y supuso que en sí siete notas hacen siete números, siete números hacen uno, uno de teléfono, se aporoximó a su teléfono, con la nueva hoja de papel en su mano, pulsó el número allí anotado. Shhhhh!
-Hotel Casablanca buenas tardesssss!- (siempre estiran las "s") respondió la misma voz que había amenazado más temprano algún horario de encuentro. Un clack policíaco cerró la conversación, después el silencio del atardecer y los ojos allá, con la mirada rondando por doquier levantando piedras y tratando de encontrar respuestas allí de bajo o guitarra o piano o de algo que hiciere consonancia con las casualidades; incontinencia en el consciente y sin pensarlo detalladamente siquiera, caer en la resolución de lo hasta al momento irresoluto.
Pidió las facturas a lo tío Sambumbia, se hizo un té a la inglesa, y le puso la leche que se había quedado el almacenero, se acercó a la mesa y sonó el teléfono celular, atendió sin hablar, sólo quería escuchar.
Una voz que era otra de la otrora farfullaba peligro entre dientes, un chirrido de gomas en la calle, un abismo más abajo el delivery en la calle con sus facturitas inventadas aplastadas contra el asfalto. La culpa lo hizo bajar corriendo de a dos peldaños, la desesperación hizo que tropezace con una vecina que subía las escaleras con las manos llenas de mercados y bolsas, con las piernas llenas de esfuerzo soportando su peso y aún todavía un poquitín más. Ríete satán, tu cola fué la artífice de tal artimaña, ríe satán ríe.
La vecina desafió las leyes de gravedad y cayó siete escalones más arriba; las bolsas del mercado por el contrario, prefirieron no ser ilegales y rodaron escalera abajo. Escalera abajo corría Phillipe a la par de las latas, las naranjas, los tomates, los fideos, los huevos no, se habían roto allá arriba, las manzanas y el melón que bajo el pie de Phillipe salió rodando con fuerza a la calle y cayendo de espaldas al frío mármol del después del primer escalón de la escalera arriba y por sobre su cabeza que retrocedía hacia abajo, (rara proeza); vio estallar los vidrios, los focos de la lámpara que iluminaba hasta ese momento la entrada general del edificio. Medio giro en el aire, él y los gatos caen parados, las uñas se clavan al piso y el zarpazó de su treinta y ocho retumbando tres veces para el exterior, la subida desesperada de el... "no más balas"... Los peldaños pasaban de a cuatro y el repartidor que reviente, que otro llame a la ambulancia, s altó atravez de la puerta que si no hubiese estado a medio abrir se hubiese pegado allí como garrapata a pata de mula. Rodó entrando en su casa, pescó como oso el teléfono de la mesa tirando la taza a la mierda, un par de puteadas inconscientes escaparon de la marca del subconsciente y salieron con pito matraca y bombo por la boca de Phillipe que rodaba otra vez; se acercaba a un gracia de placard (era lo que causaba ver ese "placard") y cazó como chita a su nueve milímetros plateada que parecía ser una gacela, asustadiza salvaje que corría para no ser manipulada por éste eximio cazador de ojos rojos y brillantes que de otro saltó, se deshizo del vidrio de la ventana. Quedó en su balcón pensando en que tal vez le hacían falta vacaciones, bajó por su balcón hasta el piso de abajo donde interrumpió una especie de orgía con cabras, alegrías del hogar, Rosa la loca del barrio, y otras locas más que extasiadas de placer gritaron animosas por más sexo. Phillipe apenas abrió la puerta del departamento, la abrió cosa que media mirada de él pasase por tal rendija, seis hombres con granadas entre los dientes subieron a las corridas, suspiró largo y al desaparecer el último bajó las escaleras pensando en esos farfullos. El llamado parecía ser para él, parecía que había descubierto algo que sin saberlo lo había descubierto, pero los otros ignoraban que Phillipe también ignoraba, falta de comunicación o paranoia, Phillipe ganó la calle y bajo corriendo hacia la nada, sabiendo que de una u otra forma debía llegar al hotel Casa Blanca, vigilarlo, tener sumo cuidado, podrían estar esperándolo, por lo menos los otros ya sabían que él existía, eso jugaba en su contra, malo, malo. Llegó entrada la noche hace rato, tanto así que la luna parecía tener la bata y las pantuflas puestas, prendió un cigarrillo y esperó.
Llegó el amanecer y Phillipe aún en silencio fumador y desde una esquina esperaba algo, cualquier cosa sería un buena excusa para entrar a los tiros, medio nervioso tiró el pucho al piso. Un perro se le acercó y Phillipe lo ahuyentó con un diario que había encontrado; miró hacia los dos lados de la calle y la cruzó, entró sin dar más vueltas que las necesarias por la puerta giratoria, se acercó al conserje y le mostró el teléfono.
-Qué...teléfono?!- dijo éste, Phillipe puso cara de estúpido.
-Busco al encargado de la tarde.- Dijo en susurros como para no levantar sospechas.
-Por qué asunto?- a Phillipe le brillaron los ojos, el por qué no tenía sentido, era una clave, se pregunta para qué lo busca, no por qué, por qué, por qué? Un zorzal cantó en trino una idea en su mente y como un eco malparido escapó por instinto desde sus labios hasta el oído del encargado que llevó el índice a los sus labios, de paso cañazo señaló un par de veces para arriba, donde había una lámpara; micrófonos, pensó Phillipe que extendió su mano y recibió una llave con un llaverito que solamente decía "Re", miró al muchacho y en los ojos de él algo palideció, Phillipe cerró la mano y se asió del pasamanos. Re, por una cabeza, la do re mi, pensó mientras contaba con los dedos, el meñique fue el re, el re es el cuarto, cuarto piso, pero, qué habitación?. Llegó al cuarto piso, una "F" frente a él y a una puerta lo esperaba, pasó silencioso a una habitación, oscura mohosa y con dos personas que dormían, un percutor retrocedió un vez y otra y otra. Ningún vecino se quejó.
- Crápulas!- volvió a gritar la anciana mientras abrazaba a su marido que yacía en el piso con la boca abierta y sangre en hilos que tejían una telaraña bajo su boca en el mentón sin menta, la baba blanca se confundía con la bilis arrancada del hígado con voraz bronca, con veraz realidad.
- Crápulas!- redundó otra vez la anciana llegando el crepúsculo.
El buen caminante sabe que para llegar más rápido a la rue Des Morts lo mejor es tomar una gaseosa en Plaçe du Les Enfants, girar en Monseiur Pomplemussé y en el boullevard de L'accord recordar las hazañas céntricas de cuando uno era pibe, al pasar el quinto abeto, viene después un roble, donde el giro se hace a la derecha y se llega tranquilamente a la rue Des Morts. Ese mismo camino tardó en hacerlo, Phillipe Toillette, un tipo al que poco le importaba el resumen del todo y sabía que la nada no tenía cosas que resumir; ganó un lugar frente a frente con la anciana que aún gritaba crápulas a fantasmas innertes, a almas que marcan tarjeta para asustar, fantasmas; buuuuu! qué joder y a otra cosa.
-Aló, cómo va...Qué pasó acá, eh?!-
-Tres muchachos se llevaron para y por siempre el alma de mi marido; se la llevaron a fuerza de griteríos y atrocidades. Dejaron el cuerpo indemne sin luz, sin motivo, dejaron que su alma se desprenda presurosa de su cuerpo y se la llevaron con ellos por siempre, para casi toda la eternidad.
-Pará loca, qué te ocurre, qué dice ésta vieja, orate, ex-simia.
-Qué es lo que sucede oficial?
-Esta loca que habla de no sé qué carajo de tres chabones que se llevaron de acá a alguien hecho un moñigo y se lo llevaron a fuerza de canillas y cosas motoras o problemas artríticos, que dejaron el juego endeble y ya no cazé más ni un fulbo de más lo que hablaba. En realidad, si me permite jefe...- el oficial se acercó al oído del inspector Toillette-...la vieja está más loca que los sapos.
Toillette se tomó el mentón y asintió con la cabeza frente a la absurda y descabellada historia que el gendarme Toulus le había confesado a modo de secreto, Toillette, sin querer ni onfender y menos que menos aún molestar, sacó de su bolsillo una pistola calibre nueve milímetros y vació el cargador en la cabeza de la anciana, la alarma del local comenzó a sonar y la mano sobre el despertador indicando que la horas del sueño nunca son suficientes para descansar.
Toillette aún sudado, aún soñaba su sueño perdido tras un despertador, sin ocuparse demasiado en los asuntos cotidianos, la ducha y su vertical chorro sirvieron de calmante para una noche demasiado larga, para un día que vendría, con las lanzas en punta y bien afiladas, inquisidoras y hacia abajo, clavando una suerte de acupuntura sin hilo en los cansados hombros de Toillette, que en este momento se encontraba lidiando con un jabón que había caído al piso y quería irse por el drenaje, la rejilla, el ujerito de la tina, bañadera, llamadle a cada cosa como cada uno quiera, a mí no me rompan los cristales, menos los de mi sueños; ésta maldita costumbre que uno tiene de infringir coerstividad sobre uno... sobre otros. La canilla giró en sentido opuesto (al que había sido girado anteriormente) para abrirse, ya que ahora la estaban cerrando, misterios de la vida cotidiana que nadie se fija, seguía Toillette en la salle du bain pensando idiotez tras idiotez mientras con navaja certera degollaba ideas que habían venido tantas veces como las que habían ido, y los pelitos cargosos que siempre sobran pero que tienen nombre, de a poco, se los iba como podando para que queden pelos bonsai y una barba sin rabino. Toma cuatro escena dos, Toillette ya está vestido con la corbata sacando la última de las mentiras sobre la respiración, la billetera en el bolsillo de adentro, y el rigor mortis de su trabajo; no soportaba hacer autopsias, de hecho tampoco las hacía, en sí estudió medicina, se recibió, fue médico, conoció una mujer, se casó, tuvo un hijo; y ella y su fruto lo abandonaron en la mitad del embarazo hará cosa de esto... un año, a lo sumo... como mucho dos, operó del apéndice a alguien que tenía problemas renales y por uno u otro motivo dejó la medicina para ser policía. Inspector Toillette división asesinatos y mocos pegados en carteles de la calle o debajo de los bancos o pupitres de algún colegio o facultad. El saco cayó sobre sus hombros y sonó a tempo el teléfono celular de un hombre que, parado del otro lado del semáforo, esperaba cruzar la calle cuando desatase el cordón y de lleno se metiere en la cortadita, coitus interruptus, el teléfono maldito y sonajero teléfono, el hombre cortó la llamada cerrando el aparatito que parceía de juguete, se dió media vuelta y sin cruzar la calle que tanto añoraba cruzar la dejó como una de tantas metas de las que uno se propone y no llega a ellas por que realmente no le son tan importantes. Toillette estaba preocupado, hace rato venía soñando cosas que en sí, no eran pesadillas, porque, haciendo honor a la verdad, a él no le importaba matar a la pobre anciana, muchas veces anteriormente, él había matado, casi casi es su deber. No, no era eso, en sí ,habían dos cosas que le molestaban, una era que soñaba en francés y no entendía ni un pito de lo que soñaba; dos u otrora o la otra, era no poder soñar con otra cosa que no tuviera que ver en nada con su profesión, él quería soñarse domando a una indomable india que no se cansase nunca de corcovear debajo o encima de él, tenía ganas de encontrar un motivo diferente del cuál soñar. Instintivamente paró en la esquina y como si nada pasase sacó del bolsillo interno superior los anteojos oscuros, se los puso como si estos fueran de seda y su cabeza de satén, nada quedó arrugado, suerte gira la perinola y el destino dice todos ganan, sonríen, eso es bueno, la perinola gira y el destino nos sacó lo que antes tuvimos y ahora, sonríen? Si así es, mejor para ustedes. Toillette seguía porfiado en su camino que realmente no lo dirigía a nada, sólo a encontrarse con un destino que lo esperaba apoyado en un farol de alguna esquina, sonó otro celular más, tres o cuatro metros delante de él, sonrío recordando a ese tipo en aquella esquina que esperaba el permiso del semáforo para cruzar y el celular le dijo:..."no esperes más, sólo no lo hagas"..., el ring digital dejó de sonar al hombre abrir su aparato, instintiva-mente, Phillipe sacó un cigarrillo y lo prendió, vió la hora en su muñeca izquierda y se dió cuenta de que no traía puesto el reloj, maldijo en voz baja pero como para no despertar sospechas disimuló rascándose la mano y abriendo el diario que llevaba en el bolsillo, miró de soslayo y vió al hombre cerrar su aparato y seguir caminando para la dirección contraria a la que venía llevando. Habían muchas cosas que replantearse, la primera era por qué corno su vida había dado más vueltas que una oreja hasta terminar siendo un botón sin ojal donde meterse en las noches y abrazado entre brasas dormir hasta el otro día. Claro que hasta tal vez el replanteo, no le sería tan necesario si tal vez supiese que un cierto rencor le venía desde su pasado hasta su presente, allí el pasado es donde aparece realmente, en el presente.
Dos golpes en Libertad al 300, (zona típica de negocios turbios de compra y venta, de cosas afanadas)...(si me permiten el vulgarismo) la puerta se abrió silenciosa y lentamente el hombre del celular se introdujo en la casa. Toillette se apegó al primer teléfono público que encontró ubicado justamente en el lugar indicado, el teléfono no funcionaba. No le resultó tan raro, hasta pensó en que sería una buena idea que la policía le diera uno de esos cómodos telefonitos, pero en este país... Vamos!, siempre llega un San Martín para cada chancho, eso dice el dicho pero al revés, así que, se parapetó, pidió una gaseosa de medio litro en un kiosquito y se quedó esperando a que el hombre del celular saliese de esa extraña casa. Tomó su libreta de anotaciones varias, y anotó"...si tus palabras fueren tan claras como tus ojos y tus ojos fueran tan suaves como tu mirada y si tu mirada fuese tan cálida como tu sonrisa y si tu sonrisa fuere tan enigamática como mis reacciones, te cagaría a tiros...", Toillette sonrió con la sonrisa cargada de morenos recuerdos embarazados apenas huyendo por la tangente y dejando detrás lágrimas y recuerdos.
-Quéija e' puta- dijo, y presuroso salió detrás del hombre. Vió que llevaba otro maletín, en estos casos lo mejor es: tener suerte. Siguió olvidando el motivo principal, or just, el motivo por el cual seguía a aquel hombre que sí, no recordaba mal, lo había visto por primera vez parado de lado al semáforo: traje gris, atachet, zapatos lustrosos negros, dos, obviamente y un teléfono hincha bolas que sonaba cuando quería, teléfono malcriado.
El hombre esperó el verde y se lanzó debajo de los autos que habían arrancado el alma casi antes de tiempo, Phillipe vio la extraña secuencia semi sorprendido, no entendía bien qué hacía siguiendo a aquel punto ni tampoco entendía por qué se encontraba o siguiéndolo o buscándolo a él, incógnitas sólo incógnitas. Phillipe se le acercó, se acuclilló a su lado, le sacó el celular de un bolsillo y llamó a emergencias, la ambulancia ya estaba en camino y el hombre también. Antes de irse por completo el hombre tomó a Phillipe de la solapa lo acercó y le dijo: "...No tenías nada mejor que hacer que seguirme a mí..." Phillipe lo miró fijo a los ojos, el hombre antes de cerrarlos y dormir eternamente, sonrió; como siempre, por la pizza, el tráfico, la goma, el perro, el gato, el calefón o la biblia que se prendió fuego o quién sabe qué otra bosta, en sí, la ambulancia como siempre llegó tarde, muy tarde, tan tarde que Phillipe no había caído en cuenta de la verdadera hora. Ahá sorpresa!, exclamó su mente silenciosa mientras esquivaba con el brazo algunos paraguazos que le ofrendaba una vieja que decía que le estaba robando la billetera al occiso, (hay gente así en todo el mundo). Si al muerto la plata no le va a servir y sus familiares cada vez que vean por ejemplo el billete de cien pesos van a recordar al muerto...por lo tanto no lo van a gastar y si lo gastan, mientras lo hacen una lágrima rodará por su alma. Sacarle los cien pesos era un favor tanto para Toillette como para Marcos Marquete, así se llamaba el suicida, o su familia, además si no se lo sacaba él se lo sacaría el camillero, el médico, conocemos nuestra idiosincracia o hace falta más.
La ambulancia llegó sonriendo, vio al hombre y lo llevó a la morgue judicial sin preguntar nada.
Phillipe Toillette se adentró en uno de los tantos cafetines de Corrientes y se pidió un café, sacó su libreta de anotaciones y leyó y releyó sus notas. Desde que habían empezado sus vacaciones hasta ahora, lo único que había hecho era perseguir desconocidos sin motivo alguno, lamentó el estar de vacaciones, hay cosas que se llevan en la sangre, bebió la mitad del café, su mirada escapó a travez del cristal rompiendo los mil y un juegos de física de química y de mesa existentes sobre tal o cual pasado que no pesaba. Claro que esa noche tendría pesadillas, pesadillas rosas, morenas, risueñas, embarazadas, corriendo por prados verdes, volando bajo por un cielo sin tráfico de almas, y todo flores y todo besos y todo abrazos, esas cosas le repugnaban, amor, felicidad una sonrisa ruidosa de rencor irónico escapó en forma de "ts" y se perdió así por que sí. Un dígital ring empezó a sonar en su mundo "L" mental, y automáticamente se vio con un telefóno en la oreja, simplemente escuchando..."-Marcos, el envío llegó, no está completo, queremos hablar con vos, dónde podríamos?- Phillipe cortó la llamada y supuso que algún asunto turbio estaba aconteciendo, no se fiaba del destino pero por qué había seguido a ese hombre inconscientemente, tenía que haber algún motivo más allá que la realidad. Apoyó el teléfono sobre la mesa y éste comenzó a sonar, Phillipe volvió a atender, "...en diez minutos en Pueyrredón y Corrientes...Clak!..." Otra voz, otra persona... Seguramente... Otra persona, salió del cafetín más a las corridas, que cualquier otra cosa, subió a favor de la numeración y se parapetó en una esquina, un auto negro estacionó en el cruce de las dos veredas impares. Un hombre vestido de negro con gafas y sombrero blanco bajó del carro, espió a su alrededor, abrió la puerta trasera del auto y un niño de más o menos doce años bajó silenciosamente del coche, el niño custodiado por dos gorilas y una mujer bien formada con las carnes aún firmes, más rubia que el trigo acariciaba la espalda del niño. Se adentraron en patota al edificio tratando en seriedad los negocios que requieren de silencio. Phillipe cruzó zigzagueando entre autos, taxis, colectivos, motos y camiones, utilizando la vieja y querida diagonal, entró al edificio acomodándose la corbata, los seis personajes bajados del auto esperaban nerviosamente silenciosos la llegada del ascensor, el niño miraba a la mujer, la mujer le sonreía con una conspicua ilusión en los ojos, un gorila tomó a la mujer por la cintura y la ayudó a encontrar el camino hacia el ascensor que se encontraba abriendo sus puertas justamente..a..a.ahora. Con perdigones en los ojos le dijeron que el ascensor estaba repleto, pese a tener capacidad para mil doscientos veintiocho kilos, (ridículo, ¿no? Señora, usted cúanto pesa, yo peso setenta y ocho. No quiero matarme y usted parece muy excedidita de peso?, por qué no cuida la linea?...O mejor aún baje, y tome otro ascensor), Phillipe comprendió, la sutil negación y supo que no era bueno discutir al respecto.
Las puertas se cerraron y el ascensor paró siete veces en un edificio antiguo de diez pisos, algo raro se dibujaba en el ambiente, los pasos de Phillipe se iban intercalando de a uno en uno saltando los peldaños, apenas posando la punta de los pies, piso tras piso agitando la respiración, entre electricidades internas, nervios externos, y sobre todo el miedo que crece a cada peldaño que se avanza, se pisa y se afirma, posando la mano en la baranda de la escalera.
El segundo piso en silencio, con cuatro puertas eternas de roble, a b c d poca originalidad, poca creatividad, cien escalones más que siguen subiendo como Phillipe, que agitado y en silencio desenfunda su treinta y ocho especial. Nunca se sabe cuando un arma va a ser necesaria. Tercer piso: las letras se repiten en las puertas como un principio de química, como un juego asexuado sin física, explota el laboratorio mental y sigue la máquina funcionando tan solo por el instinto que lo guía a subir otro piso, con el arma en la mano y el percutor atento ante cualquier quilombo o sorpresa que pueda llegar a presentarse. Claro que el misterio que en sí estaba tratando de decifrar, Phillipe no era uno en especial. Una serie de casualidades causadas lo había llevado a pensar en que era harto necesario llegar hasta el fondo de ésta por demás extraña situación; era necesario saber el por qué de ésta extraña empresa que algo así como una sociedad anónima se transformó en una sociedad de responsabilidad limitada, como realmente han de ser todas las sociedades.
O acaso la nuestra no es una sociedad de responsabilidad limitada, a pensarlo, tal vez encontremos alguna respuesta... En el quinto, en el quinto una puerta semi abierta y un charco de vino pasaba por debajo de la misma. Phillipe se aseguró que su arma estuviese presta a disparar ante cualquier ataque imprevisto, se acercó por el pasillo pegando la espalda a la pared, protegiéndose tan sólo de sus miedos, mostrándose así mismo su cobardía. Otros le llamarían sigilo, cuidado, pero no, realmente es el miedo a morir sin un por qué: murió en servicio del deber, veintiún disparos al cielo, y a quemarropa le disparan al alma mientras se encamina a su eterna morada, no quería morir, se había dado cuenta que ya era demasiado tarde para echarse atrás, se dio cuenta de que ya nada era como esperaba, sabía que la muerte estaba tranquila detrás de algún lugar riendo con su rosa sonrisa, que se transforma en carcajada contagiosa, que cuando ella ríe, reímos todos con ella y sus risas siguen su curso y las nuestras se transforman en lágrimas. Cuando nuestros seres queridos ríen con ella y con ella se van.
La puerta semiabierta dejaba su semitismo para transformarse en puerta abierta del todo, de par en par como las medias sucias que se seleccionan a la mañana antes de ir a trabajar, las yemas de los dedos apenas empujaron la puerta. El picaporte clickeó avisando la llegada de Phillipe y una tartamuda preguntó quién tocaba, destrozando la puerta dejándola como un auténtico queso gruyere. Phillipe aseguró su treinta y ocho con sus dos manos y entró rodando al departamento disparando a diestra y siniestra, seis tiros rápidos sin importar el blanco, sólo avisando que él también tenía un arma, que él también sabía y podía disparar. Volvió rodando por el piso hasta detrás del vano de la puerta, la pared que separa el pasillo del departamento, le ofrecía segura trinchera contra las balas que histéricas rebotaban y perforaban algunas de las partes de la pared que lo protegía; la balacera paró un segundo. El terminó de cargar su arma y entró nuevamente en el departamento, más rápido que una pelota se revolcó por el piso y se parapetó detrás de una medianera que separaba lo que parecía ser el comedor de lo que parecía ser la sala, en la mesa, frutas de cera decoraban con mal gusto un comedor pasado de moda, con la mesa de vidrio, sillas brillosas de fibrocemento negro y lámparas que algunos le llaman arte (arte son las lámaparas y los cuadros que hace Facundo Newbery) y cuadros que no comprendía cómo podían exibirse sin ruborizarse. El se sabía policía pero no por eso no debe tener obligatoriamente mal gusto, por más cabecita que éste fuera, Phillipe detestaba el mal gusto de ciertas gentes. Un disparo que venía de más allá de la sala destrozó en mil pedazos uno de los cuadros de frutas mal pintadas, Phillipe sonrió.
-Se ve que te gusta tanto este arte como a mí.
-Qué vas a saber de arte vos si sos un policía.- Tres disparos más zurcaron el aire. Phillipe escuchó la voz del hombre que disparaba del otro lado de la sala y notó en ella un tono particular, un tono extraño que había escuchado anteriormente, pero no podía determinar en dónde. Tres balas más se asestaron encontra de esa muralla de cemento y ladrillos que lo cuidaba como el regazo de una madre. Asomó la mitad de su media cara, apenas el ojo izquierdo se asomaba y buscaba sombras donde supuestamente no las había, un ruido del otro lado, sacar medio cuerpo, quedarse a merced del destino y encontrar que una bala perfora la clavícula y se estrella contra otra pared destrozando otro cuadro, inutilizando el brazo izquierdo de Phillipe que ahora se lo toma con cierto dolor.
- Sacaste el cuadro de los girasoles, buen tino!- Otra ráfaga; cayó destruyendo la mesa, se asomó de nuevo y tiró tres veces a unas sombras que le parecieron sospechosas. Volvió a esconderse con una esperanza morena huyendo apenas con tierna pancita, pancita de ella, pancita de él, pancita de los dos, jamón, jamón y panceta, un sandwich ahora no sería una mala alternativa. La madera gritó su chasquido de separación del árbol, del marco de la puerta, no del marco alemán, ni del marco suizo...
-Lugger nueve milímetros.
-Treinta y ocho especial.
-Uzzi.
-Hay más...
-Lo sé... Es bueno trabajar contra profesionales.- Una sonrisa ruidosa escapó desde atrás de la pared. Phillipe agudizó su oído hastra sentir el susurro del viento, cerró los o`jos y asomó la mitad de su cuerpo y vació lo que le quedaba del cargador tras un busto de algún abuelo de la familia que allí viviese. Un grito de dolor desesperado y un cuerpo que cae al piso, irremediablemente muerto, dos pies que se acercan esperando lo inesperado, la dimensión de lo real y lo irreal, aún recordaba las luces que antes brillaban en sus ojos cuando estudiaba en la facultad, pensar que él quería dedicar su vida a salvar vidas y andaba de acá para allá con un arma cargada siempre siempre. Apuntando sin miedo a la cabeza del muerto, lo giró con el pie, y vio en su boca una sonrisa sardónica. ¿Habría una relación entre este hombre y el del celular que se había suicidado? O bien ¿quién había hecho la llamada?. Revisó en los bolsillos del muerto y encontró un pedazo de papel cortado a la mitad con un pentagrama y notas escritas, con las típicas figuras de siempre siete notas y una más pero por la mitad, la octava, la octava... Dos patrulleros y una ambulancia llegaron. En un patrullero, el jefe, el comandante, el oficial a cargo, el comendattore. Los médicos aún atendían a Phillipe.
-Qué despelote que armaste.
-Viste... Lo mejor es que fui yo solito, sólo el fiambre me ayudó, se sabe algo más de él?
-Es un inmigrante, puede llegar a ser un ilegal paraguayo, la documentación que tiene es falsa pero de las mejores calidades. ¿Vos encontraste algo?- Phillipe miró a su jefe y sonrió, metió la mano en el bolsillo y sacó de allí un paquete de cigarros a medio fumar.
-No, no lo revisé- el jefe se acarició la barbilla como si estuviese pensando en algo.
-Vos sí que la hiciste bien, mañana volvés al servicio y te tengo que dar licencia por herida de bala. Cómo te gusta estar de vacaciones- Phillipe respondió con una falsa sonrisa, abrió redonda su boca, y un silencio azotó la mejilla del jefe.
-Qué?- preguntó éste.
-Me gustaría hacerme cargo de éste caso.
-No, bajo ningún punto de vista. Este caso se lo voy a dar a Ordoñez, usted está herido Toillette, descanse; es lo que corresponde.
Ordoñez, Ordoñez, tipo más estúpido no había en todo el departamento de asesinatos y chicles pegados bla, bla, bla, bla. Ordoñez era de esa raza de detectives que averigüa todo de pura casualidad: un estilo de Clousseau pero a la argentina. Siguiendo a nadie llega a encontrar a todos los malhechores. Phillipe sabía que cada vez que Ordoñez entrara a un caso, el caso se resolvería, pero a qué costo. Toillette bien sabía que Ordoñez era un eximio encontrador de chivos expiatorios, a decir verdad, él era el salamín de milán del cuartel, era el che pibe, un otario que encima se creía idoneo para su trabajo y se pavoneaba ante sus compañeros con la arrogancia y la estupidez del ignorante. Phillipe no soportaba la mediocridad de Ordoñez y Ordoñez no soportaba las exigencias de Phillipe. De más está decir que Phillipe sabía que algún día Ordoñez estaría por sobre él, diciendo qué era o no lo que debía hacer. Ratas y trepas como él, lamesuelas de coroneles y comisarios siempre llegan más alto, más rápido, pero también menos a menudo, también éstos, también caen, y cuando lo hacen ni un buen recuerdo queda de ellos.
-Va a tener que quedarse reposando, inspector, un día por lo menos a lo sumo dos, trate de no mover mucho el brazo, igualmente las vendas asegurarán que no sangre, entendido?-
-Sí... gracias doctor.- Claro que Phillipe sabía que de la boca para afuera es una cosa, y de la boca para adentro, mejor ni hablar. Tomó sus cosas y se fue a la calle. Corrientes es una avenida ancha y céntrica, uno de los patrulleros seguía esperando frente a la puerta del edificio, Phillipe se le acercó, el oficial Dominguez conducía el asunto.
-Dominguez, me acercaría al mercadito? Quiero comprar unas cosas y el brazo me jode.
Dominguez titubeó un rato, consultó algo a su reloj como si éste supiera la respuesta.
-Bueno, dale, subite- Hizo con la mano la seña de siempre, Phillipe dió las vueltas correspondientes y la punta delantera del patrullero se transformó en puerta que se abría y dejaba el espacio necesario para que Phillipe se adentrara en el coche tomándose el hombro que ya no sangraba. Tomando un descanso, suspirando un suspiro (que otra cosa se puede suspirar), cerró la puerta al compás de la llave que giraba y echaba a andar al motor, un silencio.
-Tenés suerte de estar de vacaciones.
-Te parece?- sonrió Phillipe señalándose la herida en el brazo. Dominguez no le presto atención, por lo menos la necesaria, claro que para un policía salir herido de un tiroteo es suerte, mucha suerte.
-La oficina esta hecha un quilombo. Sabés a quién se cargaron hoy, hoy a la mañana?
-A tantos...- escaparon los ojos tras la mirada que se perdía en una ventana en un cuarto piso.
-Se lo cargaron a José- Dominguez hablaba suave y tranquilamente como buen piloto que es.
-Qué José? El del bar?- volvieron los ojos de Toillette a encontrarse con el perfil de Dominguez.
-Sip! El mesmo, dos chabones entraron al bar, puñalada en el estómago, no le afanaron ni un goman, "vendetta" que le dicen, eso parece, pero en qué baile podría estar metido el gallego.
-Después de las cosas que me pasaron hoy, cualquier cosa es posible...- El semáforo se puso en rojo y no hubo otro remedio que esperar.
-Y contáme, tus vacaciones.
-Me aburrí como un pedazo de zurrusco.
-Cuando decís zurrusco me hacés acordar a ese rubio que también es inspector ¿cómo se llamaba?
-El que tiene ese otro compañero que está medio loco?
-Ese sí!
-No me acuerdo bien el nombre pero sé que estamos hablando del mismo. Qué levante que tiene ese hijo de puta, será verdad que se la come che?
-Sabés que no sé, aunque mucho no me importa; es buen policía, es lo único que me importa- Un silencio de diferencias se presentó dentro del carro, es muy dificíl encontrar dos policías de distinto rango que piensen, igual, más, menos, el silencio se hizo profundo y le sirvió a Phillipe para atar cabos sueltos, el papel, las notas musicales, el teléfono, seguir a alguien inconsciente, instintiva, reciclando, mente, mentes, mentirillas, mentiras y verdades, vio la hora en su reloj, como si la hora en su vida vacacional fuere de importancia; volvió a encontar su mueñca desnuda y sonrió.
-Qué es de la vida de tu mujer y tus pibes?
-Se va sobrellevando, viste cómo es éste asunto. Es una profesión jodida, te pueden matar en cualquier esquina y la gente encima te putea y te maltrata como si fueras un negro cabeza y para peor...tenemos un sueldo de mierda que no nos alcanza para nada, hasta los jubilados tienen más guita que nosotros, para que algunos de nosotros no seamos chorros; qué joder!- zarandeó el brazo y las ideas se barajaron al asiento trasero y las llevó más tarde a un calabozo vacío, ideas malas muy pero muy malas merecen estar arrestadas, bien por el poli.
Otra frenada, pero ésta frente al mercado. La conversa terminó más rápido de lo que había empezado, jurándose verse o llamarse como siempre se hace, menester de la buena educación, mentirse unos a otros descaradamente, si no se hace así es porque uno es un maleducado y el otro ni te cuento.
Qué tanto preámbulo, Phillipe fue a la carnicería, habló un rato con los vendedores de nada muy en especial, salió del mercado y tres cuadras antes de su cueva se topó con María, una hermosa mujer que iba camino al mercado. Se saludaron por lo bajo, se conocían pero no sabían bien de dónde y en esos casos el mejor saludo es esa sonrisa de hola como estás, no me acuerdo quién sos pero recuerdo que seguramente me caíste bien, pero... igual no me acuerdo de vos.
Llegó a su casa, guardó las menudencias compradas en el mercado, hurgó su izquierdo sobolyi y el diestro; sacó y posó sobre la mesa el teléfono celular. Hurgó en el derecho externo de la comercialización y sacó el pedacito de papel..."esto podría costarme el trabajo"... dijo somnolienta una neurona de pijama. Buscó su libretita de anotaciones varias y dióse cuenta que la libreta ya no estaba; igualmente recordaba cada una de las anotaciones anotadas, pero le rompía las pelotas que la libreta se le hubiese perdido, había cosas que no eran del laburo, eran anotaciones varias. Se sentó con desagrado y malhumor, vio una parte pentagramada, el título de la obra, Por una cabeza, tango, para tangos estaba; ya era harto molesto tener un plomo en el hombro, un suicida en la conciencia, una mujer muerta vaya a saber uno cuándo y un jefe de policía que le daba el caso que él había descubierto a un incompetente como Ordoñez, era de no creer. Vacaciones, estar todo un año para que lleguen y de costumbrista que es nomás seguir persiguiendo quilombos y dejándose atrapar por ellos.
Dejó el papelito sobre la mesa, pensó en una ducha refrescante, mala idea si el hombro está vendado, pensó en café caliente con azúcar y jugar a que era policía en otro país. Se pidió facturas fast food en uno de esos grasientos locales que venden frituras al mejor estilo el norte que se dió cuenta que el sur también existe y es bueno para sacarle y sacarle plata a rajabonete. Se acercó a su teléfono particular y el celular comenzó a sonar, cortó la comunicación de uno para comunicarse vaya a saber dios con quién por el otro, abrió el celular y del otro lado el mudo gritaba que se había cortado la comunicación. Levantó el tubo de su teléfono y a tempo la vecina del piso de arriba, como todos los días a la misma hora, comenzó a escuchar su música a todo el puto volumen; así referían los vecinos sobre los deciveles que emanaban de la vieja y loca vecina. Marcó el teléfono de esos nuevos lugares y ciertos sietes acordaban con ciertos tonos y ciertos cincos desafinaban con Chopin, y ciertos otros en la subidas y ciertos otros en los estruendos realzaban o caían según lo sonoramente necesario, el tubo fué a para a la mierda no así Phillipe que se encontraba sobre la mesa desafiando a su misma conciencia, desafiando a las casualidades una vez más. Clave de la, anotó en una hoja, do es la tercera, la tercera es un tres: anotó 3; sol, sol es la séptima, la séptima es un siete: anotó 7; si, si es la segunda la segunda es dos: anotó 2; siguió así con cada una de las notas y supuso que en sí siete notas hacen siete números, siete números hacen uno, uno de teléfono, se aporoximó a su teléfono, con la nueva hoja de papel en su mano, pulsó el número allí anotado. Shhhhh!
-Hotel Casablanca buenas tardesssss!- (siempre estiran las "s") respondió la misma voz que había amenazado más temprano algún horario de encuentro. Un clack policíaco cerró la conversación, después el silencio del atardecer y los ojos allá, con la mirada rondando por doquier levantando piedras y tratando de encontrar respuestas allí de bajo o guitarra o piano o de algo que hiciere consonancia con las casualidades; incontinencia en el consciente y sin pensarlo detalladamente siquiera, caer en la resolución de lo hasta al momento irresoluto.
Pidió las facturas a lo tío Sambumbia, se hizo un té a la inglesa, y le puso la leche que se había quedado el almacenero, se acercó a la mesa y sonó el teléfono celular, atendió sin hablar, sólo quería escuchar.
Una voz que era otra de la otrora farfullaba peligro entre dientes, un chirrido de gomas en la calle, un abismo más abajo el delivery en la calle con sus facturitas inventadas aplastadas contra el asfalto. La culpa lo hizo bajar corriendo de a dos peldaños, la desesperación hizo que tropezace con una vecina que subía las escaleras con las manos llenas de mercados y bolsas, con las piernas llenas de esfuerzo soportando su peso y aún todavía un poquitín más. Ríete satán, tu cola fué la artífice de tal artimaña, ríe satán ríe.
La vecina desafió las leyes de gravedad y cayó siete escalones más arriba; las bolsas del mercado por el contrario, prefirieron no ser ilegales y rodaron escalera abajo. Escalera abajo corría Phillipe a la par de las latas, las naranjas, los tomates, los fideos, los huevos no, se habían roto allá arriba, las manzanas y el melón que bajo el pie de Phillipe salió rodando con fuerza a la calle y cayendo de espaldas al frío mármol del después del primer escalón de la escalera arriba y por sobre su cabeza que retrocedía hacia abajo, (rara proeza); vio estallar los vidrios, los focos de la lámpara que iluminaba hasta ese momento la entrada general del edificio. Medio giro en el aire, él y los gatos caen parados, las uñas se clavan al piso y el zarpazó de su treinta y ocho retumbando tres veces para el exterior, la subida desesperada de el... "no más balas"... Los peldaños pasaban de a cuatro y el repartidor que reviente, que otro llame a la ambulancia, s altó atravez de la puerta que si no hubiese estado a medio abrir se hubiese pegado allí como garrapata a pata de mula. Rodó entrando en su casa, pescó como oso el teléfono de la mesa tirando la taza a la mierda, un par de puteadas inconscientes escaparon de la marca del subconsciente y salieron con pito matraca y bombo por la boca de Phillipe que rodaba otra vez; se acercaba a un gracia de placard (era lo que causaba ver ese "placard") y cazó como chita a su nueve milímetros plateada que parecía ser una gacela, asustadiza salvaje que corría para no ser manipulada por éste eximio cazador de ojos rojos y brillantes que de otro saltó, se deshizo del vidrio de la ventana. Quedó en su balcón pensando en que tal vez le hacían falta vacaciones, bajó por su balcón hasta el piso de abajo donde interrumpió una especie de orgía con cabras, alegrías del hogar, Rosa la loca del barrio, y otras locas más que extasiadas de placer gritaron animosas por más sexo. Phillipe apenas abrió la puerta del departamento, la abrió cosa que media mirada de él pasase por tal rendija, seis hombres con granadas entre los dientes subieron a las corridas, suspiró largo y al desaparecer el último bajó las escaleras pensando en esos farfullos. El llamado parecía ser para él, parecía que había descubierto algo que sin saberlo lo había descubierto, pero los otros ignoraban que Phillipe también ignoraba, falta de comunicación o paranoia, Phillipe ganó la calle y bajo corriendo hacia la nada, sabiendo que de una u otra forma debía llegar al hotel Casa Blanca, vigilarlo, tener sumo cuidado, podrían estar esperándolo, por lo menos los otros ya sabían que él existía, eso jugaba en su contra, malo, malo. Llegó entrada la noche hace rato, tanto así que la luna parecía tener la bata y las pantuflas puestas, prendió un cigarrillo y esperó.
Llegó el amanecer y Phillipe aún en silencio fumador y desde una esquina esperaba algo, cualquier cosa sería un buena excusa para entrar a los tiros, medio nervioso tiró el pucho al piso. Un perro se le acercó y Phillipe lo ahuyentó con un diario que había encontrado; miró hacia los dos lados de la calle y la cruzó, entró sin dar más vueltas que las necesarias por la puerta giratoria, se acercó al conserje y le mostró el teléfono.
-Qué...teléfono?!- dijo éste, Phillipe puso cara de estúpido.
-Busco al encargado de la tarde.- Dijo en susurros como para no levantar sospechas.
-Por qué asunto?- a Phillipe le brillaron los ojos, el por qué no tenía sentido, era una clave, se pregunta para qué lo busca, no por qué, por qué, por qué? Un zorzal cantó en trino una idea en su mente y como un eco malparido escapó por instinto desde sus labios hasta el oído del encargado que llevó el índice a los sus labios, de paso cañazo señaló un par de veces para arriba, donde había una lámpara; micrófonos, pensó Phillipe que extendió su mano y recibió una llave con un llaverito que solamente decía "Re", miró al muchacho y en los ojos de él algo palideció, Phillipe cerró la mano y se asió del pasamanos. Re, por una cabeza, la do re mi, pensó mientras contaba con los dedos, el meñique fue el re, el re es el cuarto, cuarto piso, pero, qué habitación?. Llegó al cuarto piso, una "F" frente a él y a una puerta lo esperaba, pasó silencioso a una habitación, oscura mohosa y con dos personas que dormían, un percutor retrocedió un vez y otra y otra. Ningún vecino se quejó.
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