Los domingos, después de desgañitarme como orate, me echo una canóniga en el verdegal, al regazo sombrío de algún salicáceo. Al espabilarme no hay mejor ventura que quedar pipón con un opíparo menjunge de pailonácea herbácea, tubérculos, ribosomas y embutidos para regoldar a gusto lo sabores de lo engullido, y si algún cuesco se escapa, recomiendo no estar cerca nunca de ningún quejica que remilgue ante nuestras físicas necesidades.
Me acomodo las katiuskas y aunque nieve o llueva no me siento abocado porque la gripe me dé puntilla; con los zócalos sequitos y las calcetas calientitas, imposible será que el catarro nos pille por sorpresa. Y si nos pilla, lo mejor, es meterse en la catrera clavarse una infusión y no perder la cabeza tener paciencia y como buey quedarse en su cubil para reposar hasta sanarse y procurar que que nadie nos vea como fiambre, por que así se acercarán para darnos su más cálido responso, estar muerto es para muchos y estar vivo es de locos.
Bien lo dijo Almafuerte, "no está muerto quien pelea" y si la pelea del que pelea es a muerte, sin lugar a dudas, será muerto el que pelea, porque pelea hasta la muerte.
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