Cuántos de ustedes pensaron seriamente en el control?
Hay dos tipos de control, el control humano u objetivo y el equilibrio o control natural. El universo es un caos en movimiento, donde hasta el momento no existen puntos cardinales, ni arriba, ni abajo. Este caos no colapsa por estar regido por un equilibrio propio o control natural; quienes manifiesten alguna religión sabrán que es Dios quien controla y ordena dicho caos, quienes no la manifiesten sabrán que el caótico universo es controlado por su propio control natural o equilibrio. El control humano en cambio, es más objetivo y focalizado a responder a una necesidad imperiosa que surge de nuestra estructura psicológica más primitiva; este control “habita” en el inconciente de los seres vivos, en el instinto. Todo ser vivo tiene control sobre sus actos, no conciencia, la conciencia es otra cosa.
Podemos decir que la vida es igual a equilibrio, pero no podemos decir que control es igual a vida. Los seres vivos, los conscientes, entendemos la necesidad de control como objetivo, cada lugar, cada cosa del infinito tiene un orden establecido aunque este no siga patrón alguno. Un hermoso Haiku reza… “ningún copo de nieve, cae en el lugar equivocado”… en cambio a los seres vivos inconscientes, poco les importa el control como objetivo, viven en equilibrio con su existencia. El control de estos no va más allá de una pulsión natural por la supervivencia.
Los que protestan del control son aquellos que no han profundizado en la necesidad intrínseca que el control tiene sobre nuestra existencia. Los seres humanos no llegamos al equilibrio si hay cosas que no entendemos, por esto es nuestra necesidad de explicar, rotular y responderlo todo. El “no sé” es mala palabra, y si no se puede resolver con alguna de las tantas ciencias logradas, entonces no existe. Buscamos desde nuestra pequeñez una grandeza a la cual por ahora no podemos acceder por la soberbia que el control objetivo exige. La necesidad de control es tal que nominamos todo, verán que el simple hecho de ponerle nombre a un hijo, a una mascota, a una raza, a una constelación, a la fe, es el primer paso hacia el control objetivo.
El control humano es siempre conciente, no así el control natural que es pertinente al equilibrio, a la mecanización en el movimiento de la vida, un orden caótico preestablecido y sin patrones. Nadie puede controlar el cien por cien del funcionamiento del cerebro humano sin embargo el cerebro controla el cien por cien del correcto funcionamiento de cada uno de los seres vivos de manera natural y simple, pero compleja de comprender.
Por esto control es igual a orden, la civilización sin control no sería tal, sería igual de paradójico creer en la existencia de una sociedad descontrolada, como en un cuerpo humano que viva pero no tenga cerebro. Naturalmente el control está inmerso en nosotros, es parte de nuestra naturaleza. La necesidad de controlar el control (aún más si este último es el natural) es lo que nos juega en contra, el control objetivo nos hace esclavos de aquello que queremos controlar y por ende perdemos el equilibrio (o control natural), caemos en el caos y al no sentir las cosas en nuestras manos, perdemos los puntos de referencia y no sabemos ni siquiera en donde tenemos la cabeza.