-Aquí tiene, pague ahora... no sea cosa que se piante y después lo pague Dios.
Paz se sentaba todos los recreos abajo de la bandera, abría el paquete de galletitas y las comía de a una, miraba como todos corríamos y gritábamos como energúmenos desaforados de acá para allá, jugábamos a la mancha, a la escondida, al fútbol, a nada... cuando se es niño, correr o gritar son hechos sin porqués ni gramáticas que lo nominen o justifiquen. Ella terminaba de masticar en el momento exacto en el que sonaba la campana y el recreo se daba por terminado, se ponía de pie y caminaba tan tranquila que parecía no pisar el suelo, atravesaba el patio y llegaba a la puerta del aula, entraba, se sentaba en el primer asiento justo enfrente del pizarrón, abría el cuaderno y empezaba a copiar. Tenía una letra tan linda.
Los autos parecen esperar impacientes, no son gatos, sin embargo, ese continuo ronroneo desafinado desafía cualquier paz posible.
-El agua es incolora, insípida e inodora.- las risitas estúpidas de los otros, inodora es que no tiene olor no es la esposa del inodoro, pensaba mientras todos se reían y codeaban creyendo estúpidamente que te habías equivocado. La señor estaba tan absorta en los cuadernos y cuadernillos, o tal vez, tan cansada de esa cosa tonta que tiene la inocencia que ni siquiera levantaba la mirada de su mesón.
La mirada de Paz, como la de la Seño, no le daban existencia, sentía que si no le importaba a ellas ¿a quién entonces vale la pena importarle?
-Siete pesos su vuelto caballero, gracias.-
A veces lloraba volviendo a casa, no solo los niños lloran, es que la escuela y el trabajo, ocupaban todo el día y el cansancio, y el apenas poder cerrar las manos... Todavía sentía la vibración de las sierras, los músculos adormecidos de tanto golpear, levantar, apoyar y volver a golpear... ¿Para qué? ¿Todo esto para qué? De qué vale todo esto... si nunca termina. Sentarse en el asiento de atrás y que pase otro que te mira reojo y sonríe susurrando "vos sos un inodoro" y esa ofensa es profunda, duele, cala en lo más hondo.
-Se desfasó la caladora, pibe, llamalo a Raúl que la venga a arreglar...- ¿Por qué Raúl tiene nombre? Ni siquiera trabaja en la carpintería.
Un hombre se bajó del auto para insultar a una señorita que por asustarse había pegado tremendo y sorpresivo frenazo en pleno semáforo verde, casi chocan los vehículos, motivo por el cual el hombre se puso frenético.
La señorita estaba aterrada, la sangre de Raúl se desparramaba por toda el aula, salía a chorros desde su nariz hacia el mundo sin ningún tipo de control. Paz se puso a llorar, su cuaderno se había llenado de gotas de sangre y que mezcladas con la tinta azul de su lapicera a fuente formaba lamparones violetas y morados. Ella no encontraba la belleza en eso. Yo encontraba toda la belleza del mundo en cualquier cosa que viniera de Paz.
-¿Está feo el café?
Uno de los pasantes que estaba por ahí apretó un botón rojo e hizo que la sierra circular se encienda cuando nadie lo esperaba, decir que el técnico reaccionó a tiempo y sacó justo a tiempo la cabeza de ahí, aunque, si bien pudo impedir quedar decapitado ahí mismo, no tuvo la suerte de asegurar la sierra que salió disparada y se le clavó en el hombro al capataz. Al principio todos pensamos que era un accidente tonto pero fortuito, cosas que pasan sin querer y que apenas generan consecuencias, sin embargo...
-No... ¿Qué?... No, no... gracias, el café está bien... está bien- repetía -Está bien, quédense tranquilos, es un poco de sangre nada más, a veces los capilares de la nariz se rompen y sangra la nariz...- Paz seguía llorando, y la seño mientras explicaba se lo llevaba a Raúl al baño para enjugarle la cara y limpiarle el guardapolvo. Varios se le acercaron a Paz, pero yo lleve el borra tinta, y me encargué de dejarle todo el cuaderno limpio de sangre, al menos, ese carmesí había desaparecido por completo y se veían unas gotas amarillentas o anaranjadas desparramadas, pero nada más, no mucho más que eso. Paz se puso contenta y sonrió, sonrió tan grande y lindo que entendí que vivir era otra cosa, no era esperar que su mirada, o la de la seño, me diera existencia. Vivir es lograr que alguien sonría mirándote a los ojos.
La calle olía a hollín, a combustibles quemados, el loco que gritaba ya se había ido, pero ella estaba muerta de miedo dentro del auto entorpeciendo todo el tránsito. Muchos tocaban el bocinazo mientras esquivaban el bulto molesto, otros solo pasaban como si aquella mujer, dentro del vehículo no existiera.
Pero pese a que todo el mundo la ignorase, ella seguía allí, seca, sin lágrimas, sin movimiento alguno, si quiera parecía respirar.
Y llamé a la ambulancia, y se lo llevaron, me dijeron los camilleros que había hecho bien, que si estas cosas no se atienden a tiempo uno puede morir desangrado o mismo, sin ir más lejos, perder un miembro, y hay que tener coraje para vivir amputado, que te falte un pedazo de vos con el que naciste de un día para el otro, no debe ser fácil.
-¿Está bien señorita? -
-Sí, Raúl quedó en dirección esperando que vengan los padres a buscarlo, la hemorragia no para.-
-¿Tengo que rehacer la tarea seño?... El cuaderno me quedó hecho un lío...- ¿Y mi esfuerzo? ¿Y tu sonrisa? Ya mi borra tintas nos sirve y, aparentemente, tu cuaderno ni tu tarea tampoco.
-No Paz, dejá, dejalo así como está... -
-¿Está bien señorita? ¡Señorita! Alguien que llame a una ambulancia... ¡Una ambulancia!
El mozo se metió dentro de la cafetería, el policía se acercó haciendo sonar el silbato mientras hacía señas con ambas manos. Rompimos el vidrio y sacamos a la mujer de adentro del auto, estaba fría, quieta, la ropa estaba tan apretada que parecía que ella se había hinchado o que las telas se habían ajustado. Fuera como fuera, su piel azul nos hizo creer que había muerto, como Raúl, que nunca más volvió a la escuela. Nos dijeron que se cambió, que le dio tanta vergüenza lo que había pasado que prefirió no volver más e ir a una que le quedaba a un par de cuadras de la casa, en el barrio donde él vivía.
Al pasar unos días el capataz volvió a la carpintería, no podía trabajar todavía pero sí dar órdenes, se lo notaba desganado, pobre, era complicado hacer las cosas con un brazo menos, pero al menos, todavía podía rascarse y convidarnos papas fritas.
-¿Siempre que comamos papa fritas me vas a contar esta historia?
-Es posible, Paz, es posible.- metió la mano en el paquete de papel metálico y sacó la última papa. Bajo la bandera de la plaza céntrica y terminada la hora del almuerzo, antes de irse a trabajar, besó a su esposa y volvió a trabajar con esa modorra que generan los recuerdos y la necesidad de siesta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario