No se lo esperaba, creo que nadie se lo espera, puede que algunos crean que desde que uno tiene consciencia pueda llegar a predecir, al menos unos segundos antes, aquellos hechos que nos marcan, que son trascendentales, peripecias como portales que dan una nueva forma a eso que realmente somos y se va transformando, una y otra vez, en algo igual pero distinto, constituido por lo mismo pero de otra manera. Esa energía universal a la que se le suma ese algo más de materia que se va convirtiendo en otra cosa, en un qué inexplicable que ni aunque lo hayas vivido cientos de veces lo prevés, lo entendés, y lo más soprendente de todo, es que ni siquiera lo recordás.
Como si fuera cierto aquello de que si bebieras de las aguas del río Leteo olvidarías, o así mismo, el té de lágrimas de la dulce Meng Po que la misma amnesia logra.
Tal vez, simplemente, es como si te negaras a aceptar la importancia que tiene el pasado y dejaras la mochila en la puerta de cada micro al que te vas a subir; para ser nuevo, libre, sin llevar peso alguno de aquel quién que ya no somos, abrazando a este que empezamos a reconstruir, con una ignorancia e inocencia pasmosas.
No importa en qué punta del camino te encuentres, los de afuera no son de palo, y están siempre con las emociones a flor de piel, alterados sus nervios, se convierten en insoportables bombas de tiempo que la ansiedad consume, no los deja dormir, ni pensar claramente; y, obviamente, a todos nos invade el miedo.
Un miedo natural y profundo.
Miedo por aquello que simplemente es "transcurso", y que, aunque inminente, aún no es. Ya sea de entrada o de salida, las expectativas y el desconcierto son la única realidad, así como la única certeza existente es que todo lo que empieza, culmina.
¿Qué sabe uno? Realmente, no más que eso... pero es un conocimiento aprendido, que se olvida cuando empieza a distraerse con la sarta de espejitos de colores que nos sorprenden en el medio de ambas puntas.
Nos distraemos con las cosas que aprendimos, que nos enseñaron, que nos inculcaron, que quisimos ver o que estuvimos capacitados para hacerlo.
Ver, sentir, creer, hacer... todas cosas posibles desde la fe, desde ese qué se yo profundo que hace que de repente nos encarnemos en miles de pedazos de carne sin por qué ni sentido, pero con ganas de existir y persistir a pesar de la adversidad, la contrariedad y todos los obstáculos posibles. Las probabilidades de estar son tan pequeñas, y sin embargo, mirar el cielo en una noche estrellada nos hace entender que no entendemos nada, que no hay chances de un tal vez, que lo que sucede, sucede como un mágico milagro de las causas consecuencia que se van sucediendo y que a pesar de todo estar regido por un caos verticalista y tiránico, a veces, el azar, cambia el rumbo de un copo de nieve que cae justo donde no tenía que caer.
O tal vez sí, tal vez ese era su destino.
O tal vez el destino no existe.
Otra vez, la misma duda que tenía antes de abrir la puerta se presenta en el justo instante en que estoy por tomar el picaporte para cerrarla y agradecer, antes de apagar la luz, a todos los que participaron de este show sin pies ni cabeza.
Ignoraba qué es nacer, puesto que si antes lo había hecho, no lo recordaba en lo absoluto, por lo que todo fue una sorpresa; así como morir, solo moriré una vez en la vida y también me cogerá por sorpresa; como lo cogió a Tomás... pobre niño, que murió en el momento en que nacía y que jamás podrá experimentar todas estas tonterías que hay en el camino entre barreños. A él le ha tocado usar uno solo, que tristemente une, los dos extremos de toda existencia.
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