viernes, marzo 30, 2007

Caos Organizado -- Novela -- 17ma entrega -- viene del 14/03/07

A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-

Caos Organizado -- Novela


XXXI

El día había empezado con el sol asomando por el horizonte como todos los días de la historia, el pueblo de la República se había despertado temprano para ir a votar y así tener el resto del día libre para descansar de las cotidianas cotidaneidades. Las calles estaban entintadas de sonora algarabía, en las plazas la gente se congregaba en familias y disfrutaban del día al aire libre, algunos parques estaban siendo acosados por manteles sobre la hierba fresca y comidas picniqueras. Botellas vacías rodaban por las calles arrastradas por el viento suave las que eran de plástico, las que no, inertes se quedaban indecisas sin girar del todo en un mismo lugar. Fernando se había despertado temprano también. Había salido de la casa de Gustavo más temprano que Gustavo y Elbéstides ya que éstos dos dormían a pata suelta. Después de votar caminó errante por las calles buscando nada que encontrar, un magalíclaro cayó desde el cielo en picada hasta un par de metros de él, muerto desde el cielo hasta la eternidad, muerto. Lo tomó como un mal agüero y pensó sin quererlo en Marisa al sentirse realmente solo.
-Quién es?- escuchó una voz metálica que salía desde el parlante de un portero eléctrico el cual se le hacía conocido.
-Fernando- respondió rápido y sin darse cuenta ya se veía subiendo por el ascensor, abrió una puerta primero y después la otra, las cerró y se enfrentó a esa mujer que tanto amaba. Se abrazaron al llegar la mitad del pasillo hacia ellos, un beso apareció cordial y de la nada entre ambos. Se miraron.
-Pasá- invitó Marisa tomándolo de la mano con la suya que sí... eran las manos más hermosas del universo.
-No sé- dijo Fernando tratando de resistirse pero no podía, la tentación de estar con Marisa y la necesidad de ella, lo hacían internarse luchando silencioso consigo mismo entre un montón de paredes plagadas de recuerdos. Llegaron caminando despacio hasta la sala donde se sentaron en el sillón impregnado de olor a sándalo y canabis. Marisa giró su cuerpo, sacó un cigarrillo de marihuana de una cajita de cristal que reposaba en una mesa de patas lo suficientemente largas como para llegar a una altura cómoda para el usuario y lo prendió sin preguntarle nada a Fernando.
-Me enteré lo de tu hermano... Cómo estás?
-Mejor ahora que hace un tiempo atrás- le dijo largando el humo.- me molestó que lo hayan tirado en el riacho aquel después de haberlo deformado a golpes...
-Se sabe algo?- Fernando hablaba por hablar y Marisa fumaba viéndolo sin escucharle ya que no le interesaba mucho por ahora lo que se decían.
-La policía no sabe nada...
-Nunca saben nada.
-Cuando les conviene, espero que gane el partido anarquista así todo se termina de ir a la mierda de una buena vez por todas.- Marisa hablaba con cierto recelo, el cual, no podría ser acallado fácilmente.
-...Pero bueno, nada lo va a volver a la vida así que ya está, vos cómo estás?- dijo cambiando abruptamente de tema.
-Murió mamá.- Marisa pitó una pitada más y sonrió.
-Al fin... pensé que era eterna esa vieja de la ostia!- Fernando se la quedó mirando sorprendido, demás está decir que Marisa carecía de tacto para ciertas cosas u ocasiones.
-Ey!- agredió Fernando.
-Por favor, no me vengas con sensiblerías mentirosas y pelotudas, esa vieja les cagó la vida a vos y a todos tus hermanos.- Marisa conocía vagamente a Malicia pero bien conocía la historia de los Llorente.
-Más allá de todo, en parte lo que soy se lo debo a ella...- protestó.
-Sí, la parte esa de mierda que tienen vos y tus hermanos, los llenó de traumas y confusiones, si sos algo de lo cual podés estar orgulloso de vos mismo, es porque lo lograste vos solito y no gracias a esa vieja arpía. Querés?- le ofreció.
-No por ahora, gracias- dijo molesto.- puede que tengas razón- concluyó pensativo.
-Claro que la tengo, no puedo creer que no te des cuenta- dijo Marisa poniéndose de pie yendo a la cocina, al volver traía en sus manos dos latas de gaseosa.- Y de ésto querés?- Fernando asintió con la cabeza. Una lata pasó de una mano extremadamente femenina terminada en lindas uñas a la de Fernando que aún en pugna con su inconsciente, seguía sentado frente a Marisa con un sentimiento confuso entre el amor y el odio. Se quedaron mirándose a los ojos largo rato en un silencio profundo y casi profano. Ella estaba bien, a pesar de todo se la veía bien; en sus ojos seguía esa mirada que auguraba lindos futuros con un dejo ansioso de cariño. Fernando se puso de pie nervioso y ella con su mano izquierda lo detuvo sutil, gentil como la vida a veces suele serlo. El la contempló desde sus ojos que quedaban allí arriba de su cuerpo. Ella lo miraba rogando un rato más de él. Se volvió a sentar pero ahora un poco más cerca, ella le tomó las manos con las suyas envolviéndolas de cálido cariño, tiñéndolas de rosa al rozarlas tibias con sus dedos que jugueteaban con los de él en un juego inocente e inconsciente.
-Apareció Gustavo- dijo nervioso pero tranquilo. Marisa palideció.
-Qué te dijo?- Fernando la miró y ella buscó el encendedor con la mirada.
-Qué me dijo de qué?- preguntó confuso.
-Que qué te dijo, cómo está, por qué desapareció tanto tiempo?- explicó de una forma rápida y extraña.
-Nada, yo que sé, está todo hecho un lío... también me estoy llevando mejor con Lucero y sabés qué?- la miró y ella le devolvió la mirada mientras exhalaba el humo con olor tranquilizante.
-Qué?- preguntó cuando acabó de largar todo el humo que entraba en sus pulmones.
-Tenías razón, no es ninguna estúpida...
-Al fin te diste cuenta.
-Pasaron cosas...- dijo Fernando con tono misterioso. Otro silencio volvió a colmar la habitación cuando sus ojos se cruzaron en una mirada.
-Qué cosas? Qué?- preguntó ella ante los labios de Fernando que parecían titubear.
-Creo que todavía estoy enamorado de vos...- susurró a modo de plegaria. Marisa lo besó con toda su boca jugosa como una sandía en pleno verano.
-Y yo de vos- le dijo. Se volvieron a besar amándose en silencio. Con su suave mano, ella, lo acarició por todos lados, él copiaba el menester de ella acariciando suave cada centímetro del cuerpo de Marisa que temblaba de emoción y temperatura que gradualmente iba en ascenso. Una mano lava la otra y entre ambas desnudan un cuerpo vestido, empezaron en el sillón de la sala y terminaron a los pies de la heladera, revolcándose, riendo, disfrutando del amor, la pasión y todas esas cosas con las que las sensaciones juegan. Después del amor, llega el cigarro, y del cigarro se pasa a la confesión o a la mentira, todo parece ser verdad después de... Todo parecía estar como antes de entonces, pero por aquella época en que ambos sin problemas en que recular, se sentían mucho más felices.
Intercambiaron historias tirados en la cama, abrazándose y besándose de vez en cuando. Fernando no hablaba tanto como Marisa, pero igual logró contarle que Gustavo le había enseñado a manejar todo tipo de armas, Marisa se puso de pie cubriéndose la desnudez de su cuerpo con la sábana, usada cruzada sobre el pecho, como toga grecorromana. Pensó en silencio mientras daba vueltas en círculos, con las dos manos unidas y los índices erectos pegados a sus labios señalado a su nariz.
-Me lo contás muy contento y yo no veo el motivo por el cual te tengas que alegrar tanto...
-Hace mucho no pasaba un tiempo con mi hermano, nos conocimos un poco más...
-No seas tonto, que tiene de bueno pasar un tiempo con alguien que te está enseñando a matar?
-No me enseñaba a matar, me enseñó a manejar armas- Fernando calló silencioso pensante- bueno tal vez sí me enseñó a matar...
-Por qué haría eso?- Fernando giró su cuerpo en la cama y quedósela viendo con cara de aburrido.
-Qué es lo que se te da a vos ahora de meterte tanto con mi hermano?- Marisa lo miró con la mirada torva, él le sonreía como si supiese algo.
-Andate- le dijo seriona.
-Pero... Qué?... Cómo?- consternado Fernando.
-No quiero que ésto se extienda... al fin y al cabo ya sabemos que por ahora estar juntos es un imposible....
-Me tenés cansado con esa historia.- dijo Fernando sentándose en la cama poniéndose los pantalones que vaya a saber uno cómo, es que fueron a quedar ahí, tan al alcance de su mano; se los abrochó al ponerse de pie y ya con la mirada encontraba la camisa que traía puesta y la sacaba del rincón con un movimiento de mano que daba a entender que Fernando estaba realmente enojado. Marisa se sentó en la cama y con sus dedos finos, largos sensuales, tomó un cigarrillo se lo puso en la boca y dándole fuego al mismo, éste empezó a humear. Miraba desde la cama hacia afuera por la ventana, tenía la mirada triste y el corazón hecho un nudo, estaba enamorada de Fernando, lo amaba con el alma, con toda ella, pero estar con él sería ardua tarea, ella tenía cosas que hacer todavía, y Fernando para estas cosas solo le serviría de estorbo, y nada más. Además no podría verlo morir, no quería verlo morir, y si Fernando estuviese con ella, lo más seguro es que muriese asesinado, hasta tal vez si fuera necesario ella misma lo haría. Una lágrima le rodó desde el alma hacia el cuerpo, una gota pesada y grande, una gota que rodaba cayendo silenciosa hasta su linda boca que amarga sonreía contentándose de aunque sea, haberlo tenido a Fernando entre sus brazos un ratito más. Fernando sin decir nada ya estaba vestido y tomaba el pomo de la puerta, apoyó la cabeza cerca de la mirilla por donde se espía a los visitantes que llegan, sintiendo que algo no cerraba en esta historia. Pensó dejando caer una lágrima que escapó a morir en su boca, alejándose antes de llegar al camino que marca la su comisura, por el mentón, se deslizó esta lágrima hacia el abismo, para estrellarse en el suelo y formar el espectáculo que sólo forman las gotas de agua explotando en perfecta simetría. Dos antebrazos finos terminados en esas manos hermosas le rodearon la cintura, la pelvis de ella hociqueaba el trasero de Fernando que sentía en la espalda cómo se le clavaban los pezones erectos de ella que lo besaba cerca de ese valle que tiene la espalda antes de llegar a la nuca.
-No entiendo cómo puede ser que no podamos estar juntos...
-Fernando, yo soy esa que vos sabés pero soy también otra que ni conocés, no quiero que estés conmigo por que te quiero demasiado para que te maten por mi culpa o mismo yo tenga que matarte...
-De qué estás hablando?.- se encrespó como gallo o aún más Fernando.
-Que no hay forma en que podamos estar juntos, yo voy a estar dando vueltas por toda la República ayudando a la gente como sea necesario.
-Yo te ayudaría...
-Para ayudarme tendrías que tener un grupo de hombres que te sigan siéndote fieles, dispuestos a ayudarte y sacrificar su vida por vos...
-Yo daría mi vida por vos...
-Mi vida no vale tanto como la tuya.
-Mi vida sin vos no vale nada.
-Es un halago muy tierno pero como así es de tierno es de mentira y vos lo sabés... andate Fernando, andate por favor, la tormenta ya está desatada y hasta que no termine no podremos estar juntos- Marisa con una de las manos con la cual lo abrazaba, abrió la puerta de entrada. Fernando apretó los labios y los párpados, salió de la casa sin bajar la cabeza, sin bajar la vista ni siquiera un poco. Marisa se lo quedó viendo cómo él se iba erecto orgulloso como un gallo de riña que aún perdiendo la batalla no da por perdida la guerra. Apretó el botón que obliga al ascensor a allegarse, al llegar el mismo, Fernando echó una mirada más hacia Marisa que lo miraba desde el vano de la puerta con los ojos enjuagados en lágrimas. El le guiñó un ojo y ella le sonrió lindamente devolviéndole el guiño.
-Sabés que las casualidades y las causalidades nos van a volver a juntar, no?
-Sí- respondió casi silenciosa asintiendo con la cabeza mientras Fernando entraba al ascensor, cerraba las puertas del mismo y bajaba hasta la planta baja escuchando las lágrimas que su amada derramaba, mientras, sentía que él se alejaba para tal vez no verse más hasta después que la muerte los una.
Fernando ganó la calle y salió caminando despacio, con la mirada perdida y el recuerdo floreciendo que le llenaba los poros del aroma del azar. Llegó a la esquina y volteó hacia la puerta del edificio donde Marisa vivía, sintió extrañamente que esa sí, sería la última mirada que le echaría a ese edificio. Lo miró con la tristeza que se mira en el adiós. Un hombre llegaba al edificio con un gamulán puesto, las manos metidas profundas en los bolsillos, la cabeza hundida entre sus cuellos levantados. Fernando vio al hombre y sin saber el por qué gritó Gustavo, tal vez aquel hombre, que ni se mosqueó al Fernando gritar, le había resultado parecido a su hermano.
Necesitaba hablar con alguien, pensó en Esperanza y un nudo se apretó fuerte en su pecho, metió las manos en los bolsillos cuando empezó el camino de regreso a ninguna parte, jugueteaba sin darse cuenta con un papel en el fondo del bolsillo y las puntas de sus dedos. Lo sacó tal vez por instinto o curiosidad, reconoció la letra que manchaba al papel en ciertas partes, era la de Lucero, entonces recordó cuando ella le dio la dirección y le dijo que iba a estar allí y que por favor pase... y así lo hizo. Llegó Fernando a lo de Anselmo sin saber que allí él vivía; como era una casa, en vez del timbre, prefirió golpear la puerta un par de veces. De adentro de la casa un ya va! se escuchó silencioso y lejano. La puerta se abrió frente a Fernando y enfrentados Anselmo y él se sorprendieron al verse.
-Qué sorpresa! te dio la dirección Gustavo?- Lucero aparecía caminando coqueta y sensual como ella siempre lo es, caminando por detrás y en silencio acomodándose en ese extenso sillón de plumas del living.
-No, vino por el lado de la familia pero fue mi hermana.- dijo Fernando entrando después que Anselmo lo haya saludado con un gesto que también lo invitaba a pasar. Fernando se acercó a Lucero que al verlo a los ojos se puso de pie y lo abrazó con todo el cariño que ella por él sentía.
-Comiste?- le preguntó Anselmo.
-No, estuve todo el día en una burbuja.
-Otra vez!- dijo Lucero mirándolo reprochante.
-Pero esta vez fue distinto.
-Siempre es distinto- le dijo Lucero molesta poniéndose de pie.
-Voy a cocinarles algo- les dijo mientras iba a la cocina, se acercó a Anselmo lo besó en la mejilla-... hablá con él un rato está triste.- musitó en un susurro.
-Yo lo veo bien- secreteó rápido lo cual fue exhortado por una miradilla marrón que obligaba a hacerlo. Lucero despareció tras la puerta de la cocina.
-Fumás?- preguntó Anselmo un poco incómodo ya que desde que lo había conocido a Fernando no había tenido tiempo de saber algo de él, pero pese a eso Fernando lo atraía con un no sé qué que le salía desde adentro.
-A veces... cuando tengo ganas no más.- Anselmo abrió su cigarrera de plata, escogió un cigarro, se lo metió en la boca, lo encendió y se desplomó en un sillón.
-Agarrá si querés!- le invitó señalando con la cabeza hacia la cigarrera.
-A no de esos no, pensé que hablabas de...
-Marihuana?- se sorprendió- no, cuando era joven pero mata neuronas y prefiero cuidar mi cabecita.
-El alcohol también mata neuronas...- desafió Fernando.
-Si, es verdad, pero es menos lo que tomo que lo que fumaba.
-Así puede ser- un silencio incómodo no llegaba a ser profundo ya que de la cocina, a causa de las cacerolas, montones de ruidos llegaban sonrientes.
-Votaste?- preguntó Anselmo.
-Sí. Ustedes?
-También...
-Cómo va ese asunto?
-Hasta hace un rato estaban contando votos.
-Y?- Anselmo levantó el índice indicando un momento por favor, buscó con la vista algo hasta que al sonreír dejó de buscarlo, se puso de pie, tomó el control remoto de la televisión y la prendió en el canal de las noticias.
El plebiscito mostraba a nivel nacional una clara ventaja al partido anarquista.
-Tu amigo está robando terreno.- le dijo Fernando a Anselmo, éste parecía más inquieto que de costumbre. Lucero llegó desde la cocina y vio las estadísticas sobre el sufragio en la pantalla de la televisión y después lo vio a Anselmo completamente ansioso. Lo miró a Fernando hundido en su propio mundo.
-Picho...- dijo melosa- por qué no lo llamás a tu amigo a ver cómo está, o mejor, no querés ir con él?- Anselmo la miró.
-Por supuesto que quiero eso.
-Hacelo entonces...- avivó la llama.
-Pero íbamos a comer todos juntos.
-Ya habrá tiempo para eso.- Anselmo se puso de pie, se tiró un tapado sobre los hombros, saludó y se fue.
-No es que me estás dando permiso tampoco?- preguntó volviendo. Lucero meneó la cabeza en un guiño y Anselmo se fue tranquilo.
-Y nosotros dos qué hacemos?- le preguntó Lucero a Fernando que se había perdido otra vez entre los recuerdos del pasado que llegaban y golpeaban el presente con su mano de látigo.
-Comamos.
-Acá o afuera?
-Pusiste las cosas a hacerse.
-No todavía.
-Qué estuviste haciendo en la cocina entonces?
-Tratando de decidir qué hacer.
-Comamos afuera, yo invito, me vas a tener que soportar un buen rato.
-Me vas a tener que contar que vas a hacer con ese asunto de la burbuja.- Fernando sonrió leve, asintiendo con la cabeza.
-Qué hiciste con las armas?
-Siguen estando en el baúl del auto, Anselmo ya sabe.
-Si sabe Anselmo sabe Gustavo.- dijo Fernando por decir- no hay nada fuerte acá para tomar? Necesito un trago!- Lucero sirvió whisky en un vaso y se lo acercó al sillón dónde él aún estaba echado. Fernando lo bebió despacio, saboreando con placer.- Gracias... lo necesitaba.
-Qué quisiste decir con eso que si Anselmo lo sabe también lo sabe Gustavo?
-Cómo... no sabías? Anselmo y Gustavo trabajan juntos.- Lucero se lo quedó mirando- ayer estuve con Gustavo todo el día, me enseñó a disparar todo tipo de armas y robamos un supermercado.- Lucero le puso un sopapo a Fernando que quedó sorprendido.
-Vos sos un pelotudo! Por qué mierda te metés en boludeces?
-Qué decís mujer?
-Te acordás el tipo que le rompiste la boca?
-Sí...
-Debió haberlo estado siguiendo a Gustavo con tres monigotes más, que dos de esos y ese en particular ahora están muertos.
-Cómo que ese está muerto? yo no lo maté...
-No, vos no... Anselmo lo hizo.
-Cómo es eso?
-Anselmo me contó que a un amigo de él lo estaban siguiendo y él se cargó a tres de esos.- Fernando exhaló una gran bocanada de aire. El timbre sonó un par de veces y ambos se sobresaltaron graciosamente. Lucero abrió la puerta y el hombre fornido esperaba silencioso, un par de metros más allá su auto oscuro vacío lo esperaba, Lucero casi palidece frente al hombre como si éste fuera una aparición o algo así por el estilo.
-No tema, no le voy a hacer daño.- Fernando escuchó ésto y se puso de pie agresivamente, el tono de voz de aquel hombre sonaba a amenaza.
-Puedo pasar?- Fernando y Lucero intercambiaron miradas.
-Adelante- le dijo entonces. El hombre entró en la casa silencioso.
-Siéntese- invitó Fernando.- Qué es lo que quiere?- le preguntó una vez que éste estuvo sentado.
-Los estuve siguiendo, sé que ustedes tienen las armas y sé que están en algún lugar de esta casa, pero eso en sí no es lo que me interesa...- el hombre hizo una pausa y miró hacia Lucero y miró hacia Fernando, ambos mantenían sus facciones inmóviles, frías, inmutables.-.... lo que me interesa de ustedes son ustedes mismos.- Fernando y Lucero seguían mirándolo fijo.- los he visto juntos, cómo actúan, lo que hacen y creo que van a sernos necesarios.
-Sernos... quién más está jugando?
-Gente de la cual lo mejor... es saber lo menos posible.
-Entonces no nos interesa...- dijo Fernando poniéndose de pie. El hombre se abalanzó hacia Fernando tomándolo por las solapas llevándolo a las arrastradas hasta una pared donde Fernando golpeó su espalda.
-No estoy jugando chiquito, las cosas están bravas y te recomiendo que vos y tu hermanita vuelen antes que se abra la temporada de caza- el hombre soltó a Fernando, Fernando aún no cambiaba su mirada y desafiante lo seguía mirando. Lucero los veía, parecía haber chispas entre la mirada de su hermano y ese hombre que los seguía.- Vean las fotos que hay dentro del sobre, indaguen si es necesario, se van a dar cuenta que todo lo que está pasando es un fraude.- El hombre se acomodó la ropa con las dos manos, se dio media vuelta y caminó hacia la puerta, al llegar a la misma, tomó el pomo, lo giró y la abrió apenas.
-Van a tener que estar de un lado o del otro, será su decisión cómo es que prefieren morir.- El hombre terminó de abrirla y dejó tras de sí una estela de preguntas. Lucero se echó contra la puerta cerrándola, espió por la mirilla y vio al hombre acercarse al auto y antes de subirse al mismo miró a su alrededor buscando un algo, al no encontrarlo se subió y se fue. Lucero se acercó a Fernando.
-Cómo estás?
-Bien, vamos a ver las fotos.- guiado por Lucero, ambos entraron en el garaje, Lucero abrió la guantera, sacó el sobre y de allí dentro unos pares de fotos de su hermano con otras gentes florecieron.
-Quiénes son todos éstos que están con Gustavo?
-Se me hacen conocidos pero no puedo recordar quienes son...
-Este me parece que es el periodista que entrevistó a Gésus.
-Cuál?
-El que entró en pánico ridículamente mientras lo entrevistaba, después que éste lo entrevistó, Gésus se hizo más conocido que la madre Teresa de Calcuta.
-Es verdad, y éste parece ser el vocero de la O.M.N.
-Sí... éste no es Talmarital?
-La foto no está muy bien sacada, pero parecería ser él.
-Qué significará todo esto?
-No lo sé, pero tal vez ese hombre tenga razón después de todo. Pidamos comida y esperemos a que llegue Anselmo, él tal vez sepa algo más.

XXXII
Las copas en casa de Gésus se elevaron y brindaron en el cielo mientras un montón de bocinas empezaban a denotar la algarabía del pueblo de la República. Anselmo llegaba con Elbéstides, ambos serios y con las manos vacías.
-Al fin llegaron!- Colifa sirvió dos copas más.
-Este es Elbéstides.- Elbéstides levantó su tremenda mano saludando silencioso, todavía la pobre bestia seguía sintiendo la carencia de Esperanza que ya no estaba presente en cuerpo pero sí en alma. Se acercó a la ventana después de brindar sin ganas. Anselmo se le acercó silencioso.
-No sabés dónde está Gustavo?
-Salió hoy por la tarde, de hecho salimos juntos de la casa para ir a votar y una vez que votamos él se fue a visitar a una tal algo... no recuerdo qué nombre fue el que me dijo.- Anselmo lo miró sabiendo de quien se estaba hablando.
-Si, ya creo saber de quien estamos hablando... se te nota preocupado, qué tenés?
-Pensaba en mi Esperanza, me siento solo, si por lo menos supiese dónde están Fernando y Lucero.
-Fernando y Lucero están en casa... después vamos si querés...- la bestia asintió con la cabeza. Gésus se les acercó y les palmeó a ambos la espalda en una especie de abrazo.
-Anselmo quiero pedirte algo- era la primera vez en la vida, desde que Gésus y Anselmo se conocían, que el primero le pedía un favor al segundo.
-Qué?- Gésus parecía estar entrado en copas.
-Quiero que estés atento, a partir de mañana todo va a ser un absoluto quilombo.- Anselmo ya sabía ésto y Gésus entendía que Anselmo lo sospechase.
-Si ya sé- dijo bajito.
-Ya sé que sabías solo que necesitaba decírtelo.
-Si puedo ayudar en algo- dijo la bestia.
-Siempre todos pueden tirar una mano, por ahora hay que mantenerse haciendo lo que siempre uno hace.- Victoria se acercó por detrás tosiendo bajito, atrapando la justa cintura de Gésus que se tambaleaba poco, pero igualmente se tambaleaba. Colifa puso un disco en una vieja fonola y comenzó a bailar. Un par de botellas rodaban por el piso. La bestia no salía de su congoja. Victoria comenzó a bailar con Colifa, Gésus y Anselmo se desplomaron en un sillón mientras que Elbéstides veía por la ventana la calle que por allí debajo pasaba llena de gente y una rara algarabía. Pasaban en hordas salvajes blandiendo estandartes, azotando instrumentos de percusión, gritando cánticos como guerreros que van a la muerte con el corazón henchido. Una lágrima salió del ojo de Elbéstides.
-Ey cuidado que nos vas a ahogar a todos!- le dijo Colifa que se ponía a un lado de la bestia y colaba su vista a través del invisible cristal. Elbéstides sonrió recordando a su chiquilla. Un silencio dominó la casa de Gésus, un silencio necio y posesivo. La televisión se encendió desde la distancia remota que la controla en el canal de las noticias. El partido anarquista había ganado el plebiscito por mayoría, por extensa mayoría así decían las noticias. Todos alzaron las copas y brindaron a excepción de Elbéstides que aún seguía hundido en su pesar y realmente poco le importaba lo que en la República estuviese pasando.