A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-
Caos Organizado -- Novela
Caos Organizado -- Novela
XXIX
Todos brindaban y
festejaban. Gésus había estado hecho un duque. Colifa había abierto la barra y
todos los que allí llegasen tomarían gratis hasta que llegase Gésus y con él se
haría el último brindis de regalo.
-Estuvo bien...-
comentó Fernando a Lucero. Lucero asintió con la cabeza mientras miraba hacia
la calle. Anselmo se acercó a la mesa y posó su mano sobre el hombro de Lucero
la cual le besó el reverso con delicado cariño. Anselmo se sentó a un lado de
Lucero viendo con ella silenciosos a través de
la ventana.
-Vamos, qué caras!-
dijo Victoria a los gritos mientras se acercaba sonriente.
-Se ve que ya no
estás más preocupada...
-Qué va ya estamos
embarcados!- dijo Victoria a Anselmo que seguía mirando hacia afuera.- Ey!- lo
sacó de su ensimismamiento sacudiéndole el hombro y ofreciéndole gentilmente
una copa. Anselmo tomó la copa a desgano entre sus manos. Cuatro músicos
subieron a la tarima y comenzaron a llenar de notas el ambiente, la música
navegaba entre la algarabía de la gente que allí adentro se juntaba. Un auto
oscuro se detuvo en la esquina y Gésus bajó de allí adentro, Lucero abrió los
ojos sorprendida y sonrió grande.
-Mirá... ese que
baja de aquel auto es tu amigo, no?- Anselmo quedó viéndolo a Gésus y sonrió
grande y feliz de verlo, Gésus saludó al hombre del auto, se le acercó, le dijo
algo y el hombre respondió negando gentilmente con la mano. Lucero se
sorprendió aún más.
-Qué casualidad-
dijo silenciosa pensante.
-Qué cosa?- dijo
Anselmo.
-El auto ese que
acercó a tu amigo, ayer me acercó a mí a casa desde la loma del tújez.- Anselmo
miró hacia el auto que daba vuelta a la esquina y pasaba por delante de todos
tranquilo y despacio mostrándose.
-No creo en las
casualidades.- dijo Anselmo enfureciéndose.
-Qué pasa?- preguntó
Lucero, cuando una catarata de aplausos llenaba el lugar al entrar Gésus riendo
allí adentro, la banda tocó "Oh, Eternal Glory!" como canción de
bienvenida.
-Ahora no.... pero
después vamos a tener que hablar.- el tono de Anselmo era distinto a muchas
otras veces, hasta mismo la actitud que portaba sobre sus hombros y cejas era
distinta y hasta preocupante. Lucero lo acarició con una mirada comprensiva y
por esas cosas que sólo la mujer posee, todo Anselmo volvió a aquella realidad. El sabía que aquel hombre le había
disparado días atrás y por sus nervios no había podido atinarle ni un disparo,
por suerte! Qué estaría tratando de lograr ese monigote? El muy hijo de puta
sonreía gozando cuando pasaba a paso de hombre por enfrente de las ventanas del
bar que daban a la calle. Le pareció verlo sonreír y eso le molestaba.
-Wow!- gritó Gésus
abriendo los brazos sonriendo ante todos los que en esa mesa estaban, los mozos
ya servían champagne para todo el mundo, Colifa venía bailando y Victoria ya
estaba prendida como sanguijuela en los labios de su amado Gésus. Fernando y
Lucero se cruzaron en una mirada, se miraron silenciosos y cómplices, la mirada
de uno esbozó un recuerdo encontrado ahí nomás del bolsillo y con la palma
abierta le cacheteó un suave moquete al otro.
-Tenemos que ir a lo
de Esperanza con el doctor...
-Ta madre... me
había olvidado... vamos?
-Claro o qué
querés... una invitación por escrito?- se pusieron de pie.
-Ey! Dónde van?-
dijo Gésus sonriendo grande y cariñoso.
-Tenemos cosas que
hacer.- respondió Fernando gentilmente.
-Volvés?- Anselmo le
preguntó a Lucero.
-No sé a qué hora...
-Dale vamos, que
tenemos que encontrar al doctor.
-Por qué el doctor,
te pasa algo?
-Sí, ya sé...-dijo a
uno -no picho, no es para mí.- repartió la conversación.- Vamos dale.- Fernando
ya estaba de pie y en camino hacia la puerta. Lucero besó los labios de Anselmo
y entre la gente se retiró tras Fernando que ya la esperaba afuera cerca del
auto, Lucero llegó sonriente meneando la cadera como sólo ella lo sabe hacer,
le tiró las llaves a Fernando.
-Manejá vos!-
Fernando tomó las llaves al vuelo, las puso frente a sus ojos, separó la que
corresponde y con esa misma abrió su puerta, entró se sentó y subiendo el
seguro de la puerta del acompañante dejó que Lucero tome posición a su lado.
Lucero suspiró viendo a través de la ventana al bar. Fernando encendió el motor del auto y poniendo el cambio en
primera se alejó de todos los que allí festejaban.
-Dónde vamos?
-Tendríamos que ir a
casa a buscar la agenda de mamá para sacar la dirección o bien un teléfono para
llamarlo...
-Vos tenés el
teléfono encima entonces?
-Sip! me lo dio el
otro día por cualquier cosa que pudiera
llegar a pasar. Mirá, ahí hay un teléfono.
-Ahora paro.-
Fernando detuvo la marcha del auto justo frente al teléfono público, Lucero se
bajó del auto y frente al teléfono con monedas en manos se puso a buscar el
número del doctor entre un montón de papelitos sueltos en su bolso, lo
encontró, discó y comenzó a hablar. Fernando esperaba viendo hacia ningún lugar
en particular. De atrás y por la espalda un ataque certero, un choque no muy
violento que le hizo a Fernando golpearse la cabeza contra el volante y ponerse
bravo para bajar del auto azotando con fuerza la puerta. Fue a la parte trasera
donde el auto color crema le había hundido el baúl. El conductor del auto crema
bajó cómo si nada hubiese pasado. Lucero a las puteadas también se acercaba
pero por la vereda.
-Disculpame venía
distraído viendo a la minita del teléf...- el hombre cayó hacia atrás con un
par de paletas flojas, y un colmillo menos, sangrando, se puso de pie tomándose
la boca embebida en sangre roja y nueva por sortario puñetazo ofrendado por
Fernando.
-Pelotudo
inconsciente!- le gritó, Lucero se lo quedó viendo a Fernando plenamente
sorprendida, el otro se puso de pie y quedó apoyado
con una sola mano en el baúl de su auto, con la cara hacia abajo escupiendo más
sangre. Fernando se le acercó un poco más, el hombre esgrimió un golpe que
Fernando esquivó tan sólo moviendo su torso un poco hacia atrás, el puñetazo
surcó el espacio aéreo perteneciente a la nariz de Fernando que al dejar pasar
el puño con el puño cerrado le atizó otro golpe con el cual el hombre cayó al
suelo fuera de combate, haciendo además de plum! otro ruido metálico. Una
pistola nueve milímetros cayó a los pies de Fernando.
-Hijo de puta!- dijo.
-Qué pasó!?- se
sorprendió Lucero que con la adrenalina a flor de piel ya estaba parada al lado
de Fernando mirando al hombre desmayado sangrando en el piso.
-Este hijo de puta
nos iba a robar... no se puede estar seguro en ningún lugar en esta Republica
de mierda- Lucero le palmeó el omóplato.
-Bueno, bueno- le
dijo mansa y tranquila acercándose al hombre, se acuclilló a su lado y empezó a
revisarle los bolsillos.
-Qué hacés Lucero?
-Busco!
-Qué?
-Algo que sirva...-
suspiró mientras revisaba de a uno los bolsillos idóneamente con una velocidad
más que experta.- Acata!- dijo sacando una lonja de cuero llamada vulgarmente
billetera. Fernando se interesó.
-Tiene documentos?
-No... pero tiene
plata.- Lucero miró a Fernando.
-Nuestra, con la
billetera también. Qué más tenía?
-Nada más... veamos
adentro del auto.
-No- la detuvo
Fernando, Lucero resopló fastidiosa caprichosa.- Hablaste con el doctor ya?
-Sí, tengo la dirección acá, en veinte minutos nos espera.
-Ok... lleguemos en media
hora. Agarra con tus féminas garras las llaves de su auto y a éste lo dejamos
acá tirado por hijo de puta.
-Bueno.- Fernando se
subió al auto de Lucero y Lucero en el auto color crema y en pequeña fila india
se alejaron. Lucero mientras manejaba abrió el porta documentos y encontró un
sobre papel madera y un par de cassettes, tomó uno y lo introdujo en el estéreo
del auto. Chopin empezó a sonar y Lucero sacó el cassette con un dejo de asco y
lo tiró por la ventanilla. Fernando detuvo su marcha y Lucero se estacionó
detrás. Fernando bajó del auto y se acercó a ella.
-Encontraste algo?
-Sólo un cassette de
Chopin, otro montón más de cassettes y un sobre papel madera que todavía no lo
revisé. Fernando quedó en un silencio boquiabierto, viendo el suelo que sólo
pisa el acompañante.- Qué te pasa?
-No viste eso.- una
mancha de sangre seca sonreía en el suelo en forma de medialuna.
-Mierda!- Lucero se
puso nerviosa, Fernando sacó de un bolsillo su pañuelo.
-Limpiá huellas! y
pasame el sobre y las cosas que hayas encontrado que volamos.- Lucero siguió el
plan al pie de la letra y una vez concluida la tarea, se bajó del mismo usando
el pañuelo como guante para abrir la puerta.
-Esperá... por qué
no nos fijamos que guardaba en el baúl?- Fernando subió un hombro hasta el
mentón.
-Bueno dale.- ambos
fueron a la parte trasera del auto y la abrieron.
-Ay mierda!
-Qué era terrorista
éste!- un montón de armas de todo tipo y colores orlaban el interior del
baúl.
-No sé... pero si
estamos en el baile bailemos, llevemos el auto al barrio de Esperanza que la
poca gente que hay no ayuda a la policía y además como si eso fuera poco y por
el mismo precio, deben estar acostumbrados a ver cosas por el estilo. Yo manejo
éste y vos el tuyo, llevate estas cosas- Fernando parecía un profesional, no en
la forma que hablaba sino más bien en la que actuaba. Lucero tomó el sobre y
los cassettes y se fue hacia su auto. Fernando cerró el baúl del auto crema, se
subió en el mismo y siguiendo una misma línea y no muy rápido( cosa de no levantar sospechas, fueron a buscar al
doctor primero, el cual los saludó con especial cariño y por último a lo de
Esperanza. Al llegar a la casa prefabricada Lucero y el doctor bajaron del
auto.
-Vaya usted primero doctor, ya lo alcanzamos- el doctor demostró estar
de acuerdo asintiendo con la cabeza. Lucero se volvió hacia Fernando que ya
había estacionado al otro lado del auto de su hermana, mientras el doctor
esperaba que le abriesen la puerta hicieron el cambio de armas de un baúl al
otro. El doctor entró en la casa girando él mismo el pomo de la puerta, ya la
transferencia estaba concluida. Al cerrar los baúles un ruido a vidrio de
ventana rota resonó, el doctor se levantaba del piso tomándose la cabeza y
gimoteando de dolor. Lucero y Fernando se le acercaron corriendo, la bestia
salió de la casa dispuesto a todo. Lucero fue hacia el doctor y Fernando se
abalanzó sobre la bestia que con furia ciega se acercaba a Cipriano.
-Esperá, vinimos a
ver a Esperanza!- le gritó Fernando- éste es el doctor!- Elbéstides rompió a
llorar como un niño y cayó de rodillas al suelo pidiendo perdón y rogando
clemencia a un Dios cuya existencia, o al menos la creencia en el mismo, estaba
en juego. Fernando se arrodilló frente a la bestia y lo abrazó con harto
cariño.-Qué pasó Elbéstides, qué pasó?.
-Está bien doc?
-Sí m'hija, no sé
por qué estoy bien pero lo que si estoy, es un poco machucado. Ese hombre es un
peligro.- Lucero vio a Elbéstides llorando abrazado a Fernando como un niño de
dos años. Se les acercó.
-Qué pasó?
-Esperanza
desapareció...- dijo entre lágrimas consternado.
-Vamos parate!- le
ordenó Fernando, la bestia reculaba. Fernando le donó un sopapo a mano abierta
a la bestia que no salía de su dolor. -Parate mierda!- la bestia se puso de pie
inconscientemente, Lucero abrazó al niño oculto en aquella suerte de hombre
bestia que sintiendo el cálido aroma que Lucero expelía por sus poros
invisibles, se tranquilizaba.
-Ella está bien no
te preocupes, pero decinos qué pasó- la bestia logró de nuevo la su compostura.
-Estábamos en casa-
el doctor se había subido al auto y se miraba las heridas provocadas por
atravesar el cristal de la ventana.- a ella esa ampollita pareció crecerle y la
cubrió por completo, los fui a buscar a su casa para que llamen al doctor, la curandera
de acá a la esquina me había dicho que no la deje sola, me lo dijo... pero en
la desesperación, los fui a buscar....- se lamentó la bestia vergonzante.
-Y entonces?
-La maté...
-A quién?
-Boludo!- dijo
Fernando pensando en lo peor.
-A su madre, maté a
su mamá!- rompió de nuevo a llorar como quien siente culpa y pena en el alma.-
Entré en la casa rompiendo la puerta, por los nervios, ustedes saben... en el
piso de la sala la curandera de acá la esquina se desangraba lentamente; allí,
en lugar de la curandera... creí verla a Esperanza, subí las escaleras
corriendo. Ustedes no estaban arriba. En vez de a ustedes las encontré a ellas,
las dos viejas arpías que arruinaron mi vida...- volvió a llorar.
-Quiénes estaban en
casa?- le preguntó Fernando.
-Malicia y Elea-
respondió rápido Lucero.
-Qué hacía Elea en
casa?
-Después te
cuento... y qué pasó?
-Elea me saltó
encima y se frotaba contra mí, me la saqué de encima con asco, me acerqué a su
madre y sentí que Esperanza lloraba en algún lugar, la agarré a Malicia por el
mentón con una sola mano y al reaccionar, al volver en mí... por entre mis
dedos caía ceniza en polvo hacia el
piso formando un montoncito de revancha tomada...
-No fue culpa tuya,
pero si tu responsabilidad- dijo el doctor saliendo del auto. Fernando y Lucero
se quedaron viéndolo sorprendidos.- Su madre sufría una rara enfermedad,
literalmente se estaba secando por dentro, si no hubiese muerto en manos de
Elbéstides, por lo que él cuenta esa misma noche hubiese sido la última.- Una
rara sensación de pena nació en el cruce justo de miradas entre Fernando y
Lucero. Un silencio los consumió. El doctor tomó a Elbéstides del brazo y lo
adentró en el auto de Lucero. Ambos hermanos quedaron en silencio viendo hacia
el sol que iluminaba tenue y frío los sus alrededores.
-Qué le pasaba a mi
chiquita doctor?
-No lo sé,
encontraste algo en lugar de Esperanza?
-Había algo en la
cama que parecía ser esa ampollita pero gigante del tamaño de mi niña.
-Y ahora?
-Esa cosa desapareció.- Fernando y Lucero se abrazaban allí afuera,
Lucero con una lágrima que caía le dijo algo a Fernando, y éste le respondió
con otra lágrima y con un afirmativo movimiento de cabeza.
Silenciosa Lucero se
subió en su auto y Fernando hizo lo propio en el auto color crema, Fernando se
fue rápido hacia el lado del riacho contaminado. Lucero lo siguió de lejos y
lentamente, al llegar Lucero, Fernando a pie los esperaba, silencioso como
orgasmo de sordo se subió al lado de Lucero y fueron a casa del doctor Cipriano y allí lo
dejaron.
-Cualquier otra cosa
que necesiten cuenten conmigo...- Ambos hermanos agradecieron gentilmente,
mientras Elbéstides miraba plagado de recuerdos. El auto fue sin rumbo, todos
allí dentro sufrían en duelo silencioso. La ruta del desconcierto los llevó
directamente a la casa Llorente, estacionaron el auto en la puerta y bajaron
los tres sin cruzar ni una palabra, ni una sola mirada, todos las ojos todos
miraban el piso con ese dolor que sólo se siente en el alma. Lucero buscó las
llaves en el bolso y detuvo la búsqueda cuando la mano de Elbéstides se le posó
en el hombro.
-Acá está pasando
algo raro.- Fernando lo miró.
-Por?- preguntó
Lucero.
-Ayer por la noche
cuando vine en vez de una puerta yo dejé sólo astillas.- Fernando y Lucero
intercambiaron miradas. Fernando sacó la nueve milímetros que le habían sacado
junto a Lucero a aquel hombre del auto color crema.
-Hacé lo mismo hoy-
exhortó Fernando. Elbéstides con una mano empujó la puerta y ésta hizo un
estruendoso crack! de madera rota.
Fernando entró en la
casa con el percutor del arma preparado a cualquier cosa.
-Allí estaba la
anciana y el charco de sangre.- señaló al vacío donde nada había. En el piso de
arriba una puerta se cerraba. Fernando apuntó hacia arriba donde empieza o
termina la escalera, todo depende como sea utilizada la misma. Gustavo apareció
tranquilo ante la amenazante arma que le apuntaba.
-Qué me vas a
disparar a mí ahora?- Fernando bajó el arma y la guardó por debajo del
cinturón. -Dónde aprendiste vos a manejar armas?
-En las películas
dónde más.
-Qué pasó acá?-
preguntó Lucero mientras Elbéstides se sentaba confundido en el sillón de la
sala.
-No sé, llegué hoy a
la mañana y esto ya era un matadero. Acá abajo había una vieja muerta,
sangre... y arriba un montón de polvo haciendo montañita en el cuarto de
Malicia con Elea muerta de un patatús, pero lo raro es que la vieja no estaba.
-Mamá está muerta-
dijo Fernando.
-Bien!- suspiró
Gustavo fingiendo falsa tristeza.
-Qué hacés vos acá?-
preguntó Lucero.
-Qué mierda te está
pasando a vos conmigo, por qué me estás tratando así?- Lucero meneó la cabeza.
-No sé, te estoy
odiando y no sé por qué.- Lucero rompió a llorar y se abalanzó sobre los brazos
de su hermano mayor que la acogió con harto cariño, con un brazo le agarraba la
cintura mientras con el otro le acariciaba la cabeza y le daba besitos de
hermano mayor.
-Ya está chiquita,
ya está, ya pasó. Vayámonos de acá.
-Y la puerta?
-Yo me encargo de
todo, por ahora vamos.- Los tres se dirigieron hacia la puerta, Fernando se dio media vuelta hacia Elbéstides.
-Ey! vos no venís?
-Quién es?
-Elbéstides, el
marido de Esperanza.- explicó Lucero.
-Cierto!- exclamó
Gustavo sorprendido- Cómo cambiaste de la última vez que te vi! Cómo está tu
mujer?
-Muerta- respondió
secamente. Gustavo cayó al suelo sentado de culo. Fernando y Lucero ayudaron a
Gustavo a ponerse de pie y lo llevaron hasta el auto.
-No, estoy bien, ya
estoy bien.- les dijo, la bestia miraba a Gustavo con desconfianza y de
costado.- Vamos en mi auto.- concluyó.
-No, dejá, si
trajiste auto vayan ustedes, yo tengo cosas que hacer y vos Fer no
desaparezcas, acordate que tenemos cosas que hablar, cualquier cosa buscame
acá, en esta dirección- dijo Lucero anotando en un block de hojas que había
sacado del bolso.- Buscame más tarde. Fernando se acercó a Lucero y la abrazó
fuerte.
-Qué vamos a hacer
con lo que tenés en el auto?- le dijo al oído.
-Yo me encargo no te
preocupes y por las dudas no digas nada a nadie- le respondió en secreto.
Gustavo también se despidió de Lucero y la bestia hizo lo mismo.
-Esperanza me pidió
que cuide de vos y de Fernando antes de desaparecer.- a Lucero los ojos se le
iluminaron de reflejos, recuerdos y lágrimas. Lo abrazó entonces aún más fuerte
y lo besó en la mejilla.
-Cuidalo a él
entonces que hay algo que no me gusta.- secreteó.
-Pero vos?- dijo la
bestia separando a Lucero sosteniéndola entre sus manos con la justa
presión.
-Yo voy a estar
bien....- la mirada de Lucero estaba segura de sí misma y se notaba un miedo
por otros más que por ella. Lucero subió en el auto y se fue mientras que
Elbéstides fue tras los otros que ya estaban dentro del auto que puesto en
marcha esperaba la llegada de Elbéstides. El auto inició su senda y se fue por
otro camino que el que Lucero había seguido.
Llegaron a casa de
Gustavo, Fernando echó una ojeada al bar de Colifa antes de entrar en el
edificio de Gustavo y allí todo seguía siendo jarana típica del bar de Colifa
que parecía vivir siempre de fiesta.
XXX
El auto color crema
pasó unos segundos después por enfrente del bar de Colifa siguiendo el camino
que Lucero y Fernando iban llevando. Anselmo se puso de pie pensando en cómo
bosta habían encontrado el auto aquel, que él mismo con sus propias manos había
robado y después olvidado por ahí .
-Ey dónde vas?- le
preguntó Gésus.
-Si no vuelvo por
acá más tarde me doy una vuelta por tu casa.
-Trabajo!
-Ajá!- dijo Anselmo
secamente, Gésus abrió sus brazos como diciendo eres libre dulce palomo,
Anselmo se despidió de Gésus dejando saludos a Colifa mientras besaba también a
Victoria que aún se relamía del beso que le había dado a su amado festejante
que tanto la amaba. Se subió en su auto y desde la distancia seguía el rastro
del auto crema que seguía al auto de Lucero. Lucero y Fernando detuvieron su
marcha al llegar a un teléfono público, el auto crema los chocó por detrás.
Anselmo tomó su revólver de la guantera y antes de bajar del auto ya Fernando
tenía la situación bajo control. Volvió a poner el arma en la guantera y se
quedó mirando como aquella yunta de hermanos actuaban al peor estilo Bonnie and
Clyde.
-Qué hacen?- se
preguntó así mismo, cuando vio a ambos revisar a aquel hombre. Anselmo no
entendía el por qué se habían separado y cada cual se subía a distinto auto.
Sólo rogaba con que no tomasen distintas sendas ya que debía averiguar de
alguna forma, ese por qué que todavía no entendía. Los autos partieron en fila
india y él se allegó hasta el hombre que sangraba en el piso. Lo revisó rápido
sabiendo que todo lo que el tipo llevaba encima lo tenían los hermanos. Le
disparó en la cabeza y siguió con su vigilancia a distancia más que prudencial.
Se detuvieron otra vez en su camino, abrieron el baúl lo cerraron e
intercambiaron de autos. Pasaron por la casa de un alguien, que seguramente era
el doctor. Llegaron a ese lugar donde Anselmo recogió a Fernando por primera
vez después de haberse cargado a la compañera de ese hombre que ahora yacía
muerto en el piso en alguna calle de la Ciudad Capital de la República. El hombre
fue a la casa, entró caminando por la puerta y salió volando por la ventana,
mientras Lucero y Fernando pasaban armas del baúl del auto color crema hasta el
baúl del auto de Lucero.
-Estos están más
locos que ocho cabras en celo.- dijo sonriendo fácil, una escena barata parecía
acontecer allende aquella casa prefabricada al norte de la ciudad. Fernando se
subió al auto color crema y arrancó después de un rato de secuencias extrañas.
Lucero se subió en el suyo mientras Fernando tomaba rumbo desconocido. Anselmo
decidió que lo mejor sería seguir a Fernando, tomar el auto donde lo dejase y
así limpiar rastros. Fernando llegó al riacho y allí mismo dejó que el auto se
hunda en las aguas poluídas quedando a pie. Anselmo sonrió pensando en que
Fernando no era tan estúpido como pensaban, parecería que esta familia llevase
el crimen en la sangre. En el momento en que Anselmo decidía si levantar a
Fernando o no para llevarlo a lugar seguro, por
encima de la calle aparecía el auto de Lucero que recogía a Fernando y éste se
subía en el carro de su hermana, y seguirían camino hasta la casa de aquel
hombre que al bajar del auto les dijo algo y al fin siguieron camino hasta
llegar a su propia casa. Entraron como ladrones o como policías, Anselmo no encontraba
la diferencia, preparó su revólver cargándole una bala más ya que había usado
una con el dueño de aquel auto que descansaba en el fondo del río. Esperó
silencioso y nada pasaba, salieron al rato con Gustavo en brazos hasta llegar
al auto de Lucero, donde sólo ella se subió después de haberse despedido de
todos y cada uno. Lucero se fue y él la esperó hasta que el otro auto avance.
Al ver que sus destinos eran distintos prefirió seguir a Lucero ya que ellos
estaban limpios y ella, a la baulera la llevaba llena de armas. Anselmo estaba
realmente preocupado por su mujer pero a la vez sentía un profundo respeto
hacia ella. Cualquier otra mujer en la tierra hubiese sufrido un ataque de
nervios dadas las circunstancias, pero Lucero era toda una mujer. Aceleró su
auto y en un semáforo en rojo se detuvo a un costado del auto de ella, bajó la
ventanilla contraria.
-Ey señora! La calle
de la República ?-
Lucero parecía estar llorando. Anselmo bajó del auto y se acercó hasta el capot
del de Lucero, ella lo miró primero sin conocerlo y después, al reconocerlo
sonrió grande y feliz entre tristes lágrimas que caían de una dulce manera.
Lucero bajó del auto y se echó encima de su amor que allí esperaba, estaba hecha una porquería en lágrimas.
-Murió mamá- le dijo entre mocos que caían. Anselmo la apretó con
fuerza, una madre es una madre por más nieta de puta que ésta sea.
-Vamos a casa...- le
dijo en un suspiro- esperame en el auto yo estaciono el mío y te llevo.- Lucero
aceptó sin vacilar, se subió en su auto del lado del acompañante y cubrió su
rostro con ambas manos. Anselmo entró al coche y marcharon rumbo hasta su casa.
-Guardemos el auto
en el garaje.- Anselmo la miró sabiendo que a pesar del dolor que Lucero
sentía, no había perdido la conciencia de la realidad en la cual, pobrecilla,
se había introducido por la puerta de atrás. La puerta del garaje subió
automáticamente y allí dentro estacionaron.
-Querés comer algo?
-No tengo mucho
hambre que digamos.
-Bueno entonces
vamos a ir a la cama y vas a descansar un rato- Lucero sonrió con sonrisa
infantil.- Qué pasa?- preguntó curiosón Anselmo.
-Es la primera vez
que me decís de ir a la cama a descansar y yo me doy cuenta que es eso lo que
necesito.- Anselmo también sonrió.
Ambos marcharon a la
habitación y como era de esperarse apenas Lucero se encontró en posición
horizontal al suelo, acostada en la cama se subió a Anselmo y lo empezó a besar
hasta que al fin hicieron el amor. Los besos salados a fuerza de lágrimas, las
miradas sonrientes se mezclaban una con otra amándose con el alma. Por primera
vez en la vida de Lucero ella misma se daba cuenta que el sexo, no es siempre
sexo, sino que también es algo más que entregar y recibir. Ya sus lágrimas
tenían un sabor a triste felicidad y Anselmo relleno de amor y placer sonreía
como idiota viendo los marrones ojos de su amada que lo miraban repletos.
Acabaron a tempo besándose sonrientes en esa complicidad que tan sólo el amor
del alma logra. Se abrazaron uno a otro apretándose fuerte los cuerpos aún
calientes, Lucero extenuada se hizo a un costado y Anselmo giró sobre su propio
cuerpo para quedar de costado acostado mirando y apreciando la hermosa belleza
de esta impávida mujer. Ella, que reposaba boca arriba sintió la calidez de
Anselmo que la abrazaba con esa dulce mirada ansélmica que en el fondo ocultaba
algo.
-Qué es lo que te
pasa?- preguntó entonces poniéndose de frente a Anselmo, llenando todo el
ambiente con el cálido aroma de su aliento.
-Hoy no te encontré
de casualidad...- le dijo vergonzante mirándola fijo a los hermosos ojos.
-Me seguiste?!- se
sorprendió- por qué?
-Te acordás del tipo
del auto que acercó a Gésus...- preguntó Anselmo sentándose en la cama con la
voz típica del que habla escogiendo la palabras.
-Ese que dijiste
algo así como... que no hay lugar para las coincidencias?
-Ese mismo...-
Lucero se sentó, mostrando su esbelta desnudez, frente a él con las piernas
cruzadas. Atenta.
-Ese tipo me disparó
hace un par de días después que yo...- dudó un segundo-... después que yo le
saqué los ojos a un compañero de él.
-De qué estás
hablando?
-Ese tipo, junto con
el otro, estaban siguiendo a un amigo mío, con el cual de vez en cuando
trabajo.
-Entonces.
-Yo salía del bar de
Colifa, les pregunté que hacían- sacó un encendedor y un cigarro de su mesa de
noche, puso en su boca el cigarro y comenzó a fumarlo después de haber
utilizado el encendedor que después de usado, lo dejó por ahí- me obligaron a
subir a ese mismo auto a punta de pistola, discutimos, me amenazaron, no
directamente pero como entenderás la situación ya era amenazante, esperé el
momento justo y ahí de un golpe le saqué los ojos al compañero del tipo que te
llevó a vos a casa de tu madre y que después lo acercó a Gésus hasta el bar.
-Dios que horror!-
dijo Lucero incrédula.
-No termina todo ahí.-
Lucero se tapó los ojos primero y después los oídos con miedo a escuchar más,
bajó la vista, la corrió hacia un costado, miró el cielo raso y al fin su
mirada cayó de lleno en los ojos de Anselmo que lagrimeaban-... te seguí,
porque esos dos se alternaban para vigilar a mi amigo con otro hombre y una
mujer que conducían un auto color crema, el auto que Fernando hoy desechó al
fondo del riacho....- largó al fin la primer bocanada de humo que salió
arrepentida de sí misma.- Cuando ustedes salieron del bar, el auto crema los
seguía y entonces decidí seguirlos a todos por si las moscas.
-Pero había sólo un
hombre hoy. Qué pasó con la mujer?
-También la maté y
también maté al hombre del auto, después que Fernando lo dejó tumbado en el
suelo...- Una lágrima rodó por el rostro de Anselmo. Lucero presa en la
histeria comenzó a pegarle con las palmas de las manos abiertas. Anselmo no se
defendía, se dejaba golpear por esas livianas manos que le caían encima
golpeándolo nada más que para hacer desaparecer la furia, la histeria y así
amenizar tensiones. Los golpes terminaron en un abrazo seguido de un llanto
profundo y ahogado.
-Por qué me decís
ésto?- le dijo triste.
-Porque soy un
egoísta, quería que lo sepas...- Anselmo le quería decir todo lo que sentía, le
quería decir que lo había dicho porque la amaba, porque por primera vez en la
vida sentía a otra persona más en su alma y que con ella no quería tener
secretos, pero Anselmo bien sabía que todo eso terminaría ablandando el duro
corazón de Lucero, y con el corazón blando la cabeza poco piensa. Lucero estaba
nerviosa e igualmente pensar con claridad era una tarea harto complicada, se
frotaba las manos como si tuviese frío, y de hecho sentía un frío que le
recorría la espina. Cayó su llanto en un silencio como para auscultarle el alma, lo miró fijo a los ojos buscando más allá de
la superficie, hundiéndose en la trémola mirada de Anselmo que a pesar de todo
no bajaba sus ojos y los sostenía con el justo orgullo que sostienen las
miradas los que saben que a pesar de haber hecho mal, hicieron lo que debían.
-Lo vas a volver a
hacer?
-Sí, si es
necesario.- dijo entonces con pena y miedo al adiós.
-Por qué no me lo
dijiste antes mierda!- gritó Lucero redundando en los golpes que confusos
caían. Anselmo sabía que cualquier respuesta era una excusa.
-Algo hubiese
cambiado?- le preguntó en un lastimoso suspiro que escapó inconsciente.
-Tal vez no me
hubiese enamorado tanto de vos... ahora lo único que me queda es amarte así
como sos, un asesino hijo de puta!- redundó en los golpes. Anselmo se deshizo
de los golpes empujándola con una sola mano hacia un costado y se puso de pie.
-Carajo!- bramó- te
pensás que yo estoy bien con toda esta mierda? Yo también sufro y no son las
tres primeras vidas a las cuales yo le pongo el punto final, a mi también me
duele habérmelos cargado!- la voz se le quebraba pero las lágrimas no rodaban
por su rostro ya que parecían tener temor de salir y rodar hasta sus labios
donde solitarias e infelices morirían. Lucero en la cama parecía haber caído en
el pozo más profundo de la realidad, sentía las coyunturas de sus huesos
estremecerse, sentía los párpados y los brazos pesados, no veía, no creía, casi
todo se pintaba de negro y el futuro era algo que prefería no saber cómo
vendría, si vestido de tul o famélico y en pelotas. Anselmo cayó de culo al
piso preso de un vahído. Lucero escuchó la caída, levantó la vista y lo vio
abatido en el piso con la mirada mojada y perdida. Saltó de la cama y le
comenzó a besar los ojos despacio, como lamiendo cada una de las penas
existentes, desapareciéndolas, cambiándolas por palabras dulces que le llegaban
a Anselmo tan profundo como de donde le salían a Lucero.