jueves, marzo 29, 2007

Caos Organizado -- Novela -- 16ava entrega -- viene del 14/03/07

A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-

Caos Organizado -- Novela


XXIX

Todos brindaban y festejaban. Gésus había estado hecho un duque. Colifa había abierto la barra y todos los que allí llegasen tomarían gratis hasta que llegase Gésus y con él se haría el último brindis de regalo.
-Estuvo bien...- comentó Fernando a Lucero. Lucero asintió con la cabeza mientras miraba hacia la calle. Anselmo se acercó a la mesa y posó su mano sobre el hombro de Lucero la cual le besó el reverso con delicado cariño. Anselmo se sentó a un lado de Lucero viendo con ella silenciosos a través de la ventana.
-Vamos, qué caras!- dijo Victoria a los gritos mientras se acercaba sonriente.
-Se ve que ya no estás más preocupada...
-Qué va ya estamos embarcados!- dijo Victoria a Anselmo que seguía mirando hacia afuera.- Ey!- lo sacó de su ensimismamiento sacudiéndole el hombro y ofreciéndole gentilmente una copa. Anselmo tomó la copa a desgano entre sus manos. Cuatro músicos subieron a la tarima y comenzaron a llenar de notas el ambiente, la música navegaba entre la algarabía de la gente que allí adentro se juntaba. Un auto oscuro se detuvo en la esquina y Gésus bajó de allí adentro, Lucero abrió los ojos sorprendida y sonrió grande.
-Mirá... ese que baja de aquel auto es tu amigo, no?- Anselmo quedó viéndolo a Gésus y sonrió grande y feliz de verlo, Gésus saludó al hombre del auto, se le acercó, le dijo algo y el hombre respondió negando gentilmente con la mano. Lucero se sorprendió aún más.
-Qué casualidad- dijo silenciosa pensante.
-Qué cosa?- dijo Anselmo.
-El auto ese que acercó a tu amigo, ayer me acercó a mí a casa desde la loma del tújez.- Anselmo miró hacia el auto que daba vuelta a la esquina y pasaba por delante de todos tranquilo y despacio mostrándose.
-No creo en las casualidades.- dijo Anselmo enfureciéndose.
-Qué pasa?- preguntó Lucero, cuando una catarata de aplausos llenaba el lugar al entrar Gésus riendo allí adentro, la banda tocó "Oh, Eternal Glory!" como canción de bienvenida.
-Ahora no.... pero después vamos a tener que hablar.- el tono de Anselmo era distinto a muchas otras veces, hasta mismo la actitud que portaba sobre sus hombros y cejas era distinta y hasta preocupante. Lucero lo acarició con una mirada comprensiva y por esas cosas que sólo la mujer posee, todo Anselmo volvió a aquella  realidad. El sabía que aquel hombre le había disparado días atrás y por sus nervios no había podido atinarle ni un disparo, por suerte! Qué estaría tratando de lograr ese monigote? El muy hijo de puta sonreía gozando cuando pasaba a paso de hombre por enfrente de las ventanas del bar que daban a la calle. Le pareció verlo sonreír y eso le molestaba. 
-Wow!- gritó Gésus abriendo los brazos sonriendo ante todos los que en esa mesa estaban, los mozos ya servían champagne para todo el mundo, Colifa venía bailando y Victoria ya estaba prendida como sanguijuela en los labios de su amado Gésus. Fernando y Lucero se cruzaron en una mirada, se miraron silenciosos y cómplices, la mirada de uno esbozó un recuerdo encontrado ahí nomás del bolsillo y con la palma abierta le cacheteó un suave moquete al otro.
-Tenemos que ir a lo de Esperanza con el doctor...
-Ta madre... me había olvidado... vamos?
-Claro o qué querés... una invitación por escrito?- se pusieron de pie.
-Ey! Dónde van?- dijo Gésus sonriendo grande y cariñoso.
-Tenemos cosas que hacer.- respondió Fernando gentilmente.
-Volvés?- Anselmo le preguntó a Lucero.
-No sé a qué hora...
-Dale vamos, que tenemos que encontrar al doctor.
-Por qué el doctor, te pasa algo?
-Sí, ya sé...-dijo a uno -no picho, no es para mí.- repartió la conversación.- Vamos dale.- Fernando ya estaba de pie y en camino hacia la puerta. Lucero besó los labios de Anselmo y entre la gente se retiró tras Fernando que ya la esperaba afuera cerca del auto, Lucero llegó sonriente meneando la cadera como sólo ella lo sabe hacer, le tiró las llaves a Fernando.
-Manejá vos!- Fernando tomó las llaves al vuelo, las puso frente a sus ojos, separó la que corresponde y con esa misma abrió su puerta, entró se sentó y subiendo el seguro de la puerta del acompañante dejó que Lucero tome posición a su lado. Lucero suspiró viendo a través de la ventana al bar. Fernando encendió el  motor del auto y poniendo el cambio en primera se alejó de todos los que allí festejaban.
-Dónde vamos?
-Tendríamos que ir a casa a buscar la agenda de mamá para sacar la dirección o bien un teléfono para llamarlo...
-Vos tenés el teléfono encima entonces?
-Sip! me lo dio el otro día por cualquier cosa  que pudiera llegar a pasar. Mirá, ahí hay un teléfono.
-Ahora paro.- Fernando detuvo la marcha del auto justo frente al teléfono público, Lucero se bajó del auto y frente al teléfono con monedas en manos se puso a buscar el número del doctor entre un montón de papelitos sueltos en su bolso, lo encontró, discó y comenzó a hablar. Fernando esperaba viendo hacia ningún lugar en particular. De atrás y por la espalda un ataque certero, un choque no muy violento que le hizo a Fernando golpearse la cabeza contra el volante y ponerse bravo para bajar del auto azotando con fuerza la puerta. Fue a la parte trasera donde el auto color crema le había hundido el baúl. El conductor del auto crema bajó cómo si nada hubiese pasado. Lucero a las puteadas también se acercaba pero por la vereda.
-Disculpame venía distraído viendo a la minita del teléf...- el hombre cayó hacia atrás con un par de paletas flojas, y un colmillo menos, sangrando, se puso de pie tomándose la boca embebida en sangre roja y nueva por sortario puñetazo ofrendado por Fernando.
-Pelotudo inconsciente!- le gritó, Lucero se lo quedó viendo a Fernando plenamente sorprendida, el otro se puso de pie y quedó apoyado con una sola mano en el baúl de su auto, con la cara hacia abajo escupiendo más sangre. Fernando se le acercó un poco más, el hombre esgrimió un golpe que Fernando esquivó tan sólo moviendo su torso un poco hacia atrás, el puñetazo surcó el espacio aéreo perteneciente a la nariz de Fernando que al dejar pasar el puño con el puño cerrado le atizó otro golpe con el cual el hombre cayó al suelo fuera de combate, haciendo además de plum! otro ruido metálico. Una pistola nueve milímetros cayó a los pies de Fernando.
-Hijo de puta!- dijo.
-Qué pasó!?- se sorprendió Lucero que con la adrenalina a flor de piel ya estaba parada al lado de Fernando mirando al hombre desmayado sangrando en el piso.
-Este hijo de puta nos iba a robar... no se puede estar seguro en ningún lugar en esta Republica de mierda- Lucero le palmeó el omóplato.
-Bueno, bueno- le dijo mansa y tranquila acercándose al hombre, se acuclilló a su lado y empezó a revisarle los bolsillos.
-Qué hacés Lucero?
-Busco!
-Qué?
-Algo que sirva...- suspiró mientras revisaba de a uno los bolsillos idóneamente con una velocidad más que experta.- Acata!- dijo sacando una lonja de cuero llamada vulgarmente billetera. Fernando se interesó.
-Tiene documentos?
-No... pero tiene plata.- Lucero miró a Fernando.
-Nuestra, con la billetera también. Qué más tenía?
-Nada más... veamos adentro del auto.
-No- la detuvo Fernando, Lucero resopló fastidiosa caprichosa.- Hablaste con el doctor ya?
-Sí, tengo la dirección acá, en veinte minutos nos espera.
-Ok... lleguemos en media hora. Agarra con tus féminas garras las llaves de su auto y a éste lo dejamos acá tirado por hijo de puta.
-Bueno.- Fernando se subió al auto de Lucero y Lucero en el auto color crema y en pequeña fila india se alejaron. Lucero mientras manejaba abrió el porta documentos y encontró un sobre papel madera y un par de cassettes, tomó uno y lo introdujo en el estéreo del auto. Chopin empezó a sonar y Lucero sacó el cassette con un dejo de asco y lo tiró por la ventanilla. Fernando detuvo su marcha y Lucero se estacionó detrás. Fernando bajó del auto y se acercó a ella.
-Encontraste algo?
-Sólo un cassette de Chopin, otro montón más de cassettes y un sobre papel madera que todavía no lo revisé. Fernando quedó en un silencio boquiabierto, viendo el suelo que sólo pisa el acompañante.- Qué te pasa?
-No viste eso.- una mancha de sangre seca sonreía en el suelo en forma de medialuna.
-Mierda!- Lucero se puso nerviosa, Fernando sacó de un bolsillo su pañuelo.
-Limpiá huellas! y pasame el sobre y las cosas que hayas encontrado que volamos.- Lucero siguió el plan al pie de la letra y una vez concluida la tarea, se bajó del mismo usando el pañuelo como guante para abrir la puerta.
-Esperá... por qué no nos fijamos que guardaba en el baúl?- Fernando subió un hombro hasta el mentón.
-Bueno dale.- ambos fueron a la parte trasera del auto y la abrieron.
-Ay mierda!
-Qué era terrorista éste!- un montón de armas de todo tipo y colores orlaban el interior del baúl.          
-No sé... pero si estamos en el baile bailemos, llevemos el auto al barrio de Esperanza que la poca gente que hay no ayuda a la policía y además como si eso fuera poco y por el mismo precio, deben estar acostumbrados a ver cosas por el estilo. Yo manejo éste y vos el tuyo, llevate estas cosas- Fernando parecía un profesional, no en la forma que hablaba sino más bien en la que actuaba. Lucero tomó el sobre y los cassettes y se fue hacia su auto. Fernando cerró el baúl del auto crema, se subió en el mismo y siguiendo una misma línea y no muy rápido( cosa de no levantar sospechas, fueron a buscar al doctor primero, el cual los saludó con especial cariño y por último a lo de Esperanza. Al llegar a la casa prefabricada Lucero y el doctor bajaron del auto.
-Vaya usted primero doctor, ya lo alcanzamos- el doctor demostró estar de acuerdo asintiendo con la cabeza. Lucero se volvió hacia Fernando que ya había estacionado al otro lado del auto de su hermana, mientras el doctor esperaba que le abriesen la puerta hicieron el cambio de armas de un baúl al otro. El doctor entró en la casa girando él mismo el pomo de la puerta, ya la transferencia estaba concluida. Al cerrar los baúles un ruido a vidrio de ventana rota resonó, el doctor se levantaba del piso tomándose la cabeza y gimoteando de dolor. Lucero y Fernando se le acercaron corriendo, la bestia salió de la casa dispuesto a todo. Lucero fue hacia el doctor y Fernando se abalanzó sobre la bestia que con furia ciega se acercaba a Cipriano.
-Esperá, vinimos a ver a Esperanza!- le gritó Fernando- éste es el doctor!- Elbéstides rompió a llorar como un niño y cayó de rodillas al suelo pidiendo perdón y rogando clemencia a un Dios cuya existencia, o al menos la creencia en el mismo, estaba en juego. Fernando se arrodilló frente a la bestia y lo abrazó con harto cariño.-Qué pasó Elbéstides, qué pasó?.
-Está bien doc?
-Sí m'hija, no sé por qué estoy bien pero lo que si estoy, es un poco machucado. Ese hombre es un peligro.- Lucero vio a Elbéstides llorando abrazado a Fernando como un niño de dos años. Se les acercó.
-Qué pasó?
-Esperanza desapareció...- dijo entre lágrimas consternado.
-Vamos parate!- le ordenó Fernando, la bestia reculaba. Fernando le donó un sopapo a mano abierta a la bestia que no salía de su dolor. -Parate mierda!- la bestia se puso de pie inconscientemente, Lucero abrazó al niño oculto en aquella suerte de hombre bestia que sintiendo el cálido aroma que Lucero expelía por sus poros invisibles, se tranquilizaba.
-Ella está bien no te preocupes, pero decinos qué pasó- la bestia logró de nuevo la su compostura.
-Estábamos en casa- el doctor se había subido al auto y se miraba las heridas provocadas por atravesar el cristal de la ventana.- a ella esa ampollita pareció crecerle y la cubrió por completo, los fui a buscar a su casa para que llamen al doctor, la curandera de acá a la esquina me había dicho que no la deje sola, me lo dijo... pero en la desesperación, los fui a buscar....- se lamentó la bestia vergonzante.
-Y entonces?
-La maté...
-A quién?
-Boludo!- dijo Fernando pensando en lo peor.
-A su madre, maté a su mamá!- rompió de nuevo a llorar como quien siente culpa y pena en el alma.- Entré en la casa rompiendo la puerta, por los nervios, ustedes saben... en el piso de la sala la curandera de acá la esquina se desangraba lentamente; allí, en lugar de la curandera... creí verla a Esperanza, subí las escaleras corriendo. Ustedes no estaban arriba. En vez de a ustedes las encontré a ellas, las dos viejas arpías que arruinaron mi vida...- volvió a llorar.
-Quiénes estaban en casa?- le preguntó Fernando.
-Malicia y Elea- respondió rápido Lucero.
-Qué hacía Elea en casa?
-Después te cuento... y qué pasó?
-Elea me saltó encima y se frotaba contra mí, me la saqué de encima con asco, me acerqué a su madre y sentí que Esperanza lloraba en algún lugar, la agarré a Malicia por el mentón con una sola mano y al reaccionar, al volver en mí... por entre mis dedos caía ceniza en polvo hacia el piso formando un montoncito de revancha tomada...
-No fue culpa tuya, pero si tu responsabilidad- dijo el doctor saliendo del auto. Fernando y Lucero se quedaron viéndolo sorprendidos.- Su madre sufría una rara enfermedad, literalmente se estaba secando por dentro, si no hubiese muerto en manos de Elbéstides, por lo que él cuenta esa misma noche hubiese sido la última.- Una rara sensación de pena nació en el cruce justo de miradas entre Fernando y Lucero. Un silencio los consumió. El doctor tomó a Elbéstides del brazo y lo adentró en el auto de Lucero. Ambos hermanos quedaron en silencio viendo hacia el sol que iluminaba tenue y frío los sus alrededores.
-Qué le pasaba a mi chiquita doctor?
-No lo sé, encontraste algo en lugar de Esperanza?
-Había algo en la cama que parecía ser esa ampollita pero gigante del tamaño de mi niña.
-Y ahora?
-Esa cosa desapareció.- Fernando y Lucero se abrazaban allí afuera, Lucero con una lágrima que caía le dijo algo a Fernando, y éste le respondió con otra lágrima y con un afirmativo movimiento de cabeza.
Silenciosa Lucero se subió en su auto y Fernando hizo lo propio en el auto color crema, Fernando se fue rápido hacia el lado del riacho contaminado. Lucero lo siguió de lejos y lentamente, al llegar Lucero, Fernando a pie los esperaba, silencioso como orgasmo de sordo se subió al lado de Lucero y  fueron a casa del doctor Cipriano y allí lo dejaron.
-Cualquier otra cosa que necesiten cuenten conmigo...- Ambos hermanos agradecieron gentilmente, mientras Elbéstides miraba plagado de recuerdos. El auto fue sin rumbo, todos allí dentro sufrían en duelo silencioso. La ruta del desconcierto los llevó directamente a la casa Llorente, estacionaron el auto en la puerta y bajaron los tres sin cruzar ni una palabra, ni una sola mirada, todos las ojos todos miraban el piso con ese dolor que sólo se siente en el alma. Lucero buscó las llaves en el bolso y detuvo la búsqueda cuando la mano de Elbéstides se le posó en el hombro.
-Acá está pasando algo raro.- Fernando lo miró.
-Por?- preguntó Lucero.
-Ayer por la noche cuando vine en vez de una puerta yo dejé sólo astillas.- Fernando y Lucero intercambiaron miradas. Fernando sacó la nueve milímetros que le habían sacado junto a Lucero a aquel hombre del auto color crema.
-Hacé lo mismo hoy- exhortó Fernando. Elbéstides con una mano empujó la puerta y ésta hizo un estruendoso crack! de madera rota.
Fernando entró en la casa con el percutor del arma preparado a cualquier cosa.
-Allí estaba la anciana y el charco de sangre.- señaló al vacío donde nada había. En el piso de arriba una puerta se cerraba. Fernando apuntó hacia arriba donde empieza o termina la escalera, todo depende como sea utilizada la misma. Gustavo apareció tranquilo ante la amenazante arma que le apuntaba.
-Qué me vas a disparar a mí ahora?- Fernando bajó el arma y la guardó por debajo del cinturón. -Dónde aprendiste vos a manejar armas?
-En las películas dónde más.
-Qué pasó acá?- preguntó Lucero mientras Elbéstides se sentaba confundido en el sillón de la sala.
-No sé, llegué hoy a la mañana y esto ya era un matadero. Acá abajo había una vieja muerta, sangre... y arriba un montón de polvo haciendo montañita en el cuarto de Malicia con Elea muerta de un patatús, pero lo raro es que la vieja no estaba.
-Mamá está muerta- dijo Fernando.
-Bien!- suspiró Gustavo fingiendo falsa tristeza.
-Qué hacés vos acá?- preguntó Lucero.
-Qué mierda te está pasando a vos conmigo, por qué me estás tratando así?- Lucero meneó la cabeza.
-No sé, te estoy odiando y no sé por qué.- Lucero rompió a llorar y se abalanzó sobre los brazos de su hermano mayor que la acogió con harto cariño, con un brazo le agarraba la cintura mientras con el otro le acariciaba la cabeza y le daba besitos de hermano mayor.
-Ya está chiquita, ya está, ya pasó. Vayámonos de acá.
-Y la puerta?
-Yo me encargo de todo, por ahora vamos.- Los tres se dirigieron hacia la puerta, Fernando se dio media vuelta hacia Elbéstides.
-Ey! vos no venís?
-Quién es?
-Elbéstides, el marido de Esperanza.- explicó Lucero.
-Cierto!- exclamó Gustavo sorprendido- Cómo cambiaste de la última vez que te vi! Cómo está tu mujer?
-Muerta- respondió secamente. Gustavo cayó al suelo sentado de culo. Fernando y Lucero ayudaron a Gustavo a ponerse de pie y lo llevaron hasta el auto.
-No, estoy bien, ya estoy bien.- les dijo, la bestia miraba a Gustavo con desconfianza y de costado.- Vamos en mi auto.- concluyó.
-No, dejá, si trajiste auto vayan ustedes, yo tengo cosas que hacer y vos Fer no desaparezcas, acordate que tenemos cosas que hablar, cualquier cosa buscame acá, en esta dirección- dijo Lucero anotando en un block de hojas que había sacado del bolso.- Buscame más tarde. Fernando se acercó a Lucero y la abrazó fuerte.
-Qué vamos a hacer con lo que tenés en el auto?- le dijo al oído.
-Yo me encargo no te preocupes y por las dudas no digas nada a nadie- le respondió en secreto. Gustavo también se despidió de Lucero y la bestia hizo lo mismo.
-Esperanza me pidió que cuide de vos y de Fernando antes de desaparecer.- a Lucero los ojos se le iluminaron de reflejos, recuerdos y lágrimas. Lo abrazó entonces aún más fuerte y lo besó en la mejilla.
-Cuidalo a él entonces que hay algo que no me gusta.- secreteó.
-Pero vos?- dijo la bestia separando a Lucero sosteniéndola entre sus manos con la justa presión.                             
-Yo voy a estar bien....- la mirada de Lucero estaba segura de sí misma y se notaba un miedo por otros más que por ella. Lucero subió en el auto y se fue mientras que Elbéstides fue tras los otros que ya estaban dentro del auto que puesto en marcha esperaba la llegada de Elbéstides. El auto inició su senda y se fue por otro camino que el que Lucero había seguido.
Llegaron a casa de Gustavo, Fernando echó una ojeada al bar de Colifa antes de entrar en el edificio de Gustavo y allí todo seguía siendo jarana típica del bar de Colifa que parecía vivir siempre de fiesta.
                
                                                                          XXX

El auto color crema pasó unos segundos después por enfrente del bar de Colifa siguiendo el camino que Lucero y Fernando iban llevando. Anselmo se puso de pie pensando en cómo bosta habían encontrado el auto aquel, que él mismo con sus propias manos había robado y después olvidado por ahí .
-Ey dónde vas?- le preguntó Gésus.
-Si no vuelvo por acá más tarde me doy una vuelta por tu casa.
-Trabajo!
-Ajá!- dijo Anselmo secamente, Gésus abrió sus brazos como diciendo eres libre dulce palomo, Anselmo se despidió de Gésus dejando saludos a Colifa mientras besaba también a Victoria que aún se relamía del beso que le había dado a su amado festejante que tanto la amaba. Se subió en su auto y desde la distancia seguía el rastro del auto crema que seguía al auto de Lucero. Lucero y Fernando detuvieron su marcha al llegar a un teléfono público, el auto crema los chocó por detrás. Anselmo tomó su revólver de la guantera y antes de bajar del auto ya Fernando tenía la situación bajo control. Volvió a poner el arma en la guantera y se quedó mirando como aquella yunta de hermanos actuaban al peor estilo Bonnie and Clyde.
-Qué hacen?- se preguntó así mismo, cuando vio a ambos revisar a aquel hombre. Anselmo no entendía el por qué se habían separado y cada cual se subía a distinto auto. Sólo rogaba con que no tomasen distintas sendas ya que debía averiguar de alguna forma, ese por qué que todavía no entendía. Los autos partieron en fila india y él se allegó hasta el hombre que sangraba en el piso. Lo revisó rápido sabiendo que todo lo que el tipo llevaba encima lo tenían los hermanos. Le disparó en la cabeza y siguió con su vigilancia a distancia más que prudencial. Se detuvieron otra vez en su camino, abrieron el baúl lo cerraron e intercambiaron de autos. Pasaron por la casa de un alguien, que seguramente era el doctor. Llegaron a ese lugar donde Anselmo recogió a Fernando por primera vez después de haberse cargado a la compañera de ese hombre que ahora yacía muerto en el piso en alguna calle de la Ciudad Capital de la República. El hombre fue a la casa, entró caminando por la puerta y salió volando por la ventana, mientras Lucero y Fernando pasaban armas del baúl del auto color crema hasta el baúl del auto de Lucero.
-Estos están más locos que ocho cabras en celo.- dijo sonriendo fácil, una escena barata parecía acontecer allende aquella casa prefabricada al norte de la ciudad. Fernando se subió al auto color crema y arrancó después de un rato de secuencias extrañas. Lucero se subió en el suyo mientras Fernando tomaba rumbo desconocido. Anselmo decidió que lo mejor sería seguir a Fernando, tomar el auto donde lo dejase y así limpiar rastros. Fernando llegó al riacho y allí mismo dejó que el auto se hunda en las aguas poluídas quedando a pie. Anselmo sonrió pensando en que Fernando no era tan estúpido como pensaban, parecería que esta familia llevase el crimen en la sangre. En el momento en que Anselmo decidía si levantar a Fernando o no para llevarlo a lugar seguro, por encima de la calle aparecía el auto de Lucero que recogía a Fernando y éste se subía en el carro de su hermana, y seguirían camino hasta la casa de aquel hombre que al bajar del auto les dijo algo y al fin siguieron camino hasta llegar a su propia casa. Entraron como ladrones o como policías, Anselmo no encontraba la diferencia, preparó su revólver cargándole una bala más ya que había usado una con el dueño de aquel auto que descansaba en el fondo del río. Esperó silencioso y nada pasaba, salieron al rato con Gustavo en brazos hasta llegar al auto de Lucero, donde sólo ella se subió después de haberse despedido de todos y cada uno. Lucero se fue y él la esperó hasta que el otro auto avance. Al ver que sus destinos eran distintos prefirió seguir a Lucero ya que ellos estaban limpios y ella, a la baulera la llevaba llena de armas. Anselmo estaba realmente preocupado por su mujer pero a la vez sentía un profundo respeto hacia ella. Cualquier otra mujer en la tierra hubiese sufrido un ataque de nervios dadas las circunstancias, pero Lucero era toda una mujer. Aceleró su auto y en un semáforo en rojo se detuvo a un costado del auto de ella, bajó la ventanilla contraria.
-Ey señora! La calle de la República?- Lucero parecía estar llorando. Anselmo bajó del auto y se acercó hasta el capot del de Lucero, ella lo miró primero sin conocerlo y después, al reconocerlo sonrió grande y feliz entre tristes lágrimas que caían de una dulce manera. Lucero bajó del auto y se echó encima de su amor que allí esperaba, estaba hecha una porquería en lágrimas.
-Murió mamá- le dijo entre mocos que caían. Anselmo la apretó con fuerza, una madre es una madre por más nieta de puta que ésta sea.
-Vamos a casa...- le dijo en un suspiro- esperame en el auto yo estaciono el mío y te llevo.- Lucero aceptó sin vacilar, se subió en su auto del lado del acompañante y cubrió su rostro con ambas manos. Anselmo entró al coche y marcharon rumbo hasta su casa.
-Guardemos el auto en el garaje.- Anselmo la miró sabiendo que a pesar del dolor que Lucero sentía, no había perdido la conciencia de la realidad en la cual, pobrecilla, se había introducido por la puerta de atrás. La puerta del garaje subió automáticamente y allí dentro estacionaron.
-Querés comer algo?
-No tengo mucho hambre que digamos.
-Bueno entonces vamos a ir a la cama y vas a descansar un rato- Lucero sonrió con sonrisa infantil.- Qué pasa?- preguntó curiosón Anselmo.
-Es la primera vez que me decís de ir a la cama a descansar y yo me doy cuenta que es eso lo que necesito.- Anselmo también sonrió.
Ambos marcharon a la habitación y como era de esperarse apenas Lucero se encontró en posición horizontal al suelo, acostada en la cama se subió a Anselmo y lo empezó a besar hasta que al fin hicieron el amor. Los besos salados a fuerza de lágrimas, las miradas sonrientes se mezclaban una con otra amándose con el alma. Por primera vez en la vida de Lucero ella misma se daba cuenta que el sexo, no es siempre sexo, sino que también es algo más que entregar y recibir. Ya sus lágrimas tenían un sabor a triste felicidad y Anselmo relleno de amor y placer sonreía como idiota viendo los marrones ojos de su amada que lo miraban repletos. Acabaron a tempo besándose sonrientes en esa complicidad que tan sólo el amor del alma logra. Se abrazaron uno a otro apretándose fuerte los cuerpos aún calientes, Lucero extenuada se hizo a un costado y Anselmo giró sobre su propio cuerpo para quedar de costado acostado mirando y apreciando la hermosa belleza de esta impávida mujer. Ella, que reposaba boca arriba sintió la calidez de Anselmo que la abrazaba con esa dulce mirada ansélmica que en el fondo ocultaba algo.
-Qué es lo que te pasa?- preguntó entonces poniéndose de frente a Anselmo, llenando todo el ambiente con el cálido aroma de su aliento.
-Hoy no te encontré de casualidad...- le dijo vergonzante mirándola fijo a los hermosos ojos.
-Me seguiste?!- se sorprendió- por qué?
-Te acordás del tipo del auto que acercó a Gésus...- preguntó Anselmo sentándose en la cama con la voz típica del que habla escogiendo la palabras.
-Ese que dijiste algo así como... que no hay lugar para las coincidencias?
-Ese mismo...- Lucero se sentó, mostrando su esbelta desnudez, frente a él con las piernas cruzadas. Atenta.
-Ese tipo me disparó hace un par de días después que yo...- dudó un segundo-... después que yo le saqué los ojos a un compañero de él.
-De qué estás hablando?
-Ese tipo, junto con el otro, estaban siguiendo a un amigo mío, con el cual de vez en cuando trabajo.
-Entonces.
-Yo salía del bar de Colifa, les pregunté que hacían- sacó un encendedor y un cigarro de su mesa de noche, puso en su boca el cigarro y comenzó a fumarlo después de haber utilizado el encendedor que después de usado, lo dejó por ahí- me obligaron a subir a ese mismo auto a punta de pistola, discutimos, me amenazaron, no directamente pero como entenderás la situación ya era amenazante, esperé el momento justo y ahí de un golpe le saqué los ojos al compañero del tipo que te llevó a vos a casa de tu madre y que después lo acercó a Gésus hasta el bar.
-Dios que horror!- dijo Lucero incrédula.
-No termina todo ahí.- Lucero se tapó los ojos primero y después los oídos con miedo a escuchar más, bajó la vista, la corrió hacia un costado, miró el cielo raso y al fin su mirada cayó de lleno en los ojos de Anselmo que lagrimeaban-... te seguí, porque esos dos se alternaban para vigilar a mi amigo con otro hombre y una mujer que conducían un auto color crema, el auto que Fernando hoy desechó al fondo del riacho....- largó al fin la primer bocanada de humo que salió arrepentida de sí misma.- Cuando ustedes salieron del bar, el auto crema los seguía y entonces decidí seguirlos a todos por si las moscas.
-Pero había sólo un hombre hoy. Qué pasó con la mujer?      
-También la maté y también maté al hombre del auto, después que Fernando lo dejó tumbado en el suelo...- Una lágrima rodó por el rostro de Anselmo. Lucero presa en la histeria comenzó a pegarle con las palmas de las manos abiertas. Anselmo no se defendía, se dejaba golpear por esas livianas manos que le caían encima golpeándolo nada más que para hacer desaparecer la furia, la histeria y así amenizar tensiones. Los golpes terminaron en un abrazo seguido de un llanto profundo y ahogado.
-Por qué me decís ésto?- le dijo triste.
-Porque soy un egoísta, quería que lo sepas...- Anselmo le quería decir todo lo que sentía, le quería decir que lo había dicho porque la amaba, porque por primera vez en la vida sentía a otra persona más en su alma y que con ella no quería tener secretos, pero Anselmo bien sabía que todo eso terminaría ablandando el duro corazón de Lucero, y con el corazón blando la cabeza poco piensa. Lucero estaba nerviosa e igualmente pensar con claridad era una tarea harto complicada, se frotaba las manos como si tuviese frío, y de hecho sentía un frío que le recorría la espina. Cayó su llanto en un silencio como para auscultarle el alma, lo miró fijo a los ojos buscando más allá de la superficie, hundiéndose en la trémola mirada de Anselmo que a pesar de todo no bajaba sus ojos y los sostenía con el justo orgullo que sostienen las miradas los que saben que a pesar de haber hecho mal, hicieron lo que debían.
-Lo vas a volver a hacer?
-Sí, si es necesario.- dijo entonces con pena y miedo al adiós.
-Por qué no me lo dijiste antes mierda!- gritó Lucero redundando en los golpes que confusos caían. Anselmo sabía que cualquier respuesta era una excusa.
-Algo hubiese cambiado?- le preguntó en un lastimoso suspiro que escapó inconsciente.
-Tal vez no me hubiese enamorado tanto de vos... ahora lo único que me queda es amarte así como sos, un asesino hijo de puta!- redundó en los golpes. Anselmo se deshizo de los golpes empujándola con una sola mano hacia un costado y se puso de pie.
-Carajo!- bramó- te pensás que yo estoy bien con toda esta mierda? Yo también sufro y no son las tres primeras vidas a las cuales yo le pongo el punto final, a mi también me duele habérmelos cargado!- la voz se le quebraba pero las lágrimas no rodaban por su rostro ya que parecían tener temor de salir y rodar hasta sus labios donde solitarias e infelices morirían. Lucero en la cama parecía haber caído en el pozo más profundo de la realidad, sentía las coyunturas de sus huesos estremecerse, sentía los párpados y los brazos pesados, no veía, no creía, casi todo se pintaba de negro y el futuro era algo que prefería no saber cómo vendría, si vestido de tul o famélico y en pelotas. Anselmo cayó de culo al piso preso de un vahído. Lucero escuchó la caída, levantó la vista y lo vio abatido en el piso con la mirada mojada y perdida. Saltó de la cama y le comenzó a besar los ojos despacio, como lamiendo cada una de las penas existentes, desapareciéndolas, cambiándolas por palabras dulces que le llegaban a Anselmo tan profundo como de donde le salían a Lucero.