Sigue el invierno, los colores del otoño se han ido con el viento que sopla gélido trayendo miles y miles de oportunidades, es cierto que todo se ha vuelto menos colorido, pero la vida igualmente se abre paso en cada lugar donde encuentra su oportunidad. Igualmente dentro de poco llega la primavera, la tierra se va preparando despacito con entera paciencia. Las nubes de a poco van cediendo y dejan al cielo ir mostrando su inmensa celestidad cada vez por más y más horas, los árboles sonríen y hasta las piedras cantan. La gente impaciente presta atención al canto o al silencio de los madrugadores teros, dependen de las melodías de estos meteorólogos emplumados para adelantarse a la madrugada y saber si salen a la faena cotidiana con pilotos y botas de goma, o tan solo con abrigo que abrigue si importar su impermeablidad.
Falta tan poco ya para la primavera que en cierta manera uno empieza a extrañar el invierno, el hogar a leños crepitando, el vino caliente con canela, los guisos, las mañanas remolonas con las frazadas hasta la nariz y esas pocas ganas de ir de la cama al baño aunque la vejiga esté al borde del quiebre.
Aunque haga frío disfruto del invierno, con sus lluvias, su paleta descolorida, su soledad y añoranza de días grises con lluvia clara y viento ululante, aunque espero impaciente por la primavera, el invierno siempre me deja en el alma su hermosa huella.
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