Cómo desearía poder leerlos a todos,
adquirir de ustedes todo el conocimiento,
sorberlos de a poco, leerlos sin molestias,
llenarme letra a letra nutriendo el espíritu
aprendiendo de historia, filosofía y ciencias.
Absorber de a uno los distintos puntos de vista,
verme en el equívoco, reconocer mi propio rostro
entre miles de millones de otros.
Y se los ve tan mansos ahí callados
mostrando sus lomos a quién se acerca,
abriéndose sinceros al que consulta
sin guardarse idea alguna, brindándose,
con el mismo amor con el que fueron peregeñados,
con la misma inocencia que fueron concebidos
y largados al mundo para enseñar y enseñarse.
Cómo adoro su paciencia, el silencio que guardan
aunque estén rellenos de verdades, mentiras, historias y palabras.
Viviría mil y un vidas para leerlos a todos,
para guardarlos y cuidarlos aunque tengan
tantas nociones certeras, tantas equivocadas.
Aunque me aburran hasta el bostezo
o me conmuevan hasta la lágrima.
En cada libro que se hojea hay mil ojos que nos miran
y nos instruyen, de alguna manera,
a mirarnos distinto a nosotros mismos,
y si somos sinceros, caeremos en la cuenta
que hay mucho más a nuestro alcance
de lo que realmente creemos que vemos.
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