Los cuerpos parecen despreciar las almas
cuando aún no empieza a clarear el alba,
el todo se vuelve más frío y oscuro.
En el momento anterior del amanecer
bajaron del cielo mil y un sombras
que se colaron desquiciadas por las ventanas
que algunos incautos, a causa del sudor,
dejaron abiertas en la noche solitaria.
Ni los cuervos croaron cuando aparecieron
(se fueron volando silenciosos a otros pueblos)
los velones despabilados callaron su fulgor
y los candiles murieron sin mayor aspavento
pareciera que los designios del destino
que por el cielo o Dios fueron escritos,
transforman en sumisos corderos
a los demonios más bravos del infierno.
Ni las nubes se movían, ni febo amanecía,
el tiempo parecía ser de otra dimensión.
Por el bosque quejumbroso y deshojado
las ánimas dolientes de próximas muertes
transitaban los senderos con llantos y suplicios
exigían la sangre de esos vivos
que quitaron el tiempo de sus vidas,
y de sus carnes el motivo y la razón.
Fue casi amaneciendo que los primogénitos murieron
y donde allí no los hubiese, el más cercano es el que muere,
murió Abel, también Estela, Casimiro, José y Helena;
la familia González, entera... de los Fernández solo la suegra.
De la calle principal no hubo casa que se salvara
de estas sombras silenciosas que salían y que entraban
con una facilidad pasmosa, se llevaban cual condena,
las almas que pecaban de haber causado varias penas.
Al clarear el sol, y los primeros rayos entrar por las ventanas
las sombras se evanescieron como un mal sueño recién despierto
pero las cadáveres allí estaban, tiesos, con las caras desarmadas
con una mueca tetánica y horrenda, de sus ojos vacías las cuencas
con sus lenguas retorcidas y sangre seca coloreando sus orejas.
Las diezmadas familias quedaron devastadas y en su dolor
se cegaron con ideas necias y no captaron, del castigo, la idea
y tiñeron con color carmesí el dintel de las puertas de su aldea.
Elegidas al azar no fueron, fue elección premeditada.
Eligieron la del pobre, la del rebelde, la de la mucama,
la del agitador que amaba el rock, la de la muchacha que decía no
al alguacil, al cura y al alcalde, cuando pretendían "honrarla"
con sus sucias vilezas y sus calenturientas bajezas.
Esa noche al salir la luna llena, bajo su clara luz colgaron,
a aquellos inculpados de asesinar con magia y premeditación
a esos cerdos malolientes, antes que salga el sol.
Así, cuando la noche nacía, las almas de los no pudientes
eran arrancadas de sus vientres y en el bosque negro se mezclaban.
Antes del amanecer, cuando más oscuro y escalofriante era todo,
aquellas almas sedientas de venganza, cegadas por la ira
salían como lenguas frías, ponzoñosas y afiladas, cegadas
por la revancha de arrebatarles del cuerpo la sangre a esos
que les quitaron la dignidad y la vida abusando de su poder.
De diez en diez se iban matando, hasta que en un amanecer
la aldea estaba muerta, y el bosque, lleno de vida.
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