Me han dicho que me buscabasque murmurabas mi nombre
en los oídos de las gentes
que andabas cabizbaja
y ni mirabas a los ojos.
Me dijeron que esperabas
y tal vez,
por temor a que me encuentres,
aletargué los meses
hasta aburrir a los calendarios,
saboreé cada segundo
demorando los relojes,
y cuando exaltados los minutos
se transformaron en minotauros
los empujé a laberintos semánticos
de los que escapé usando el hilo
que perdí la última vez que te vi,
y no hubo nada que decir.
Viajé de este a oeste dejando al sol
suspendido en un eterno atardecer
estático en el cielo, como un cuadro
cuelga de una pared llenándose de polvo
y me reí de la luna que asomaba
pero nunca terminaba de salir,
un pobre tonto siempre fui;
me reía de la luna y ella dudaba
esperándome a mí.
Atrapé al viento y le pedí
que dejara tus mensajes en la esquina
al río que ruido trae
que por otros lados los desparrame
que por acá no joda más
con su violenta paz cotidiana.
Y miré para atrás, ya cansado de escapar,
me senté bajo tu sombra a esperar
que la promesa de la primavera
floreciera en tu voz, seguro así pudiera
hundirme en vos, tomar tu néctar,
libar la vida en tu dulzura primigenia
y retozar entre tus pétalos ansiosos
que sin querer queriendo, en un momento
por mí andaban preguntando.
Siento que tal vez, si contigo fluyo,
logremos dulces frutos, ya no temo
y voy con gusto, a morir en tus adentros.
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