A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-
Caos Organizado -- Novela
LV
Los cascos blancos demostraban su supremacía armamentista contra los focos rebeldes que en lucha gritaban a bien de la República a favor de la anarquía concebida y mal parida. Sentían en el pecho esa llama que había encendido Fernando Llorente que les daba fuerzas para seguir su pugna.
-Se está poniendo más jodido, nos están haciendo mi...- una explosión voló parte de la vereda llena de asfalto, los escombros se asperjaron por todos lados. Anselmo se cubrió a tempo. Los tanques rosas empezaban a ganar territorio pasando por encima de humeantes escombros.- Creo que ya no podemos hacer nada.- culminó posando su espalda contra la pared de la trinchera hecha de causales explosiones.
El hombre fornido llegaba agazapado, corriendo corriente con una metralla entre sus manos, esquivando sin quererlo a las balas que le pasaban zumbando. Saltó dentro de la trinchera y cayó al lado de Anselmo.
-Alguna noticia de Gésus o Lucero?
-Ninguna...- respondió agazapado. Anselmo oró en un silencio una falsa plegaria que no decía nada.
-Qué hacés?
-Estoy empezando a creer en Dios...
-Es bueno que al fin lo hagas.- las explosiones y los disparos que los rodeaban no daban espacio a que algún silencio llegue.
-Te diste cuenta que cuando uno se siente nada y ya perdió todas las esperanzas y la fé en uno mismo empieza a flaquear, recién ahí uno empieza a creer en... Dios.
-No sé, estás generalizando pero es muy posible. Qué decís vos? Saldremos de ésta?- apoyó su espalda al lado de la de él.
-Vos qué crees... yo empecé a creer en Dios.- el otro lo miró sonriente.- Tenés un cigarrillo o algo para fumar?
-Me quedan dos cigarros.- Anselmo sonrió de costado.
-Cuando todo termine qué tal si los fumamos?
-Cómo es eso? ahora reviven las esperanzas, Dios fue el culpable acaso?
-Que las esperanzas reviven, no creas eso... la esperanza puede desaparecer pero no morir. Fumamos o no?
-Sí- dijo el otro sonriendo coqueto, con una lucecita que le escapaba por una de las vetas de los sus ojos.
-Descansamos ya?
-Si a ésto se le puede llamar descansar... sí.
-Salimos?
-A la cuenta de tres... uno... dos... tres!- exclamó. Ambos se pusieron de pie en un salto, Anselmo con reflejo gatuno, tomó al otro por el brazo y lo arrojó al piso. Una sombra provocada por un tanque que pasaba justo encima de la trinchera los cubrió por completo. Anselmo se adelantó cuerpo a tierra. -Dónde vas?-
-No sabés las ganas que tengo de fumar un cigarro en paz como en las viejas épocas.- uno y otro sonrieron.
-Tomalo entonces, nos encontramos para fumarlo juntos.
-Es un trato.- el tanque pasaba ya dejando que la luz entre en la trinchera. Anselmo y el hombre se pusieron de pie, el hombre con ametralladora en mano disparaba hacia el camino que dejaba atrás el funesto aparato, mientras que Anselmo por la parte de atrás del mismo, se le subía a la cabina, abría la escotilla, tiraba una granada dentro y saltaba antes de que el tanque explote e inútil y humeante quede varado en el lugar. Salió corriendo por entre las callejas y echó una última mirada a aquel hombre con el cual, alguna vez, habían sido acérrimos rivales. Le llamó la atención que aquel haya fallado sus disparos cuando le disparó. Sonrió pensando en que tal vez aquel hombre realmente no lo había querido herir pese a que le haya matado a su compañero. Cuando fumasen los cigarros, hablarían de eso y hasta tal vez, y con algo de suerte, se sacarían las mentiras a golpes tan sólo para pasar el rato. Anselmo aún corría por las calles entre disparos y explosiones. Había muertos por doquier, civiles y uniformados, más los primeros, siempre son más los civiles que los uniformados.
Llegó a una esquina donde un tanque doblaba, corrió hacia la vereda y entró en una casa que allí descansaba, apoyó su espalda en la puerta, suspiró, contó hasta dos, se echó cuerpo a tierra y la puerta voló por los aires, llenando esa habitación (al menos) de humo, una esquela de madera se le hundió hondo en el muslo. Por el vano de la puerta, ocho uniformados entraban mientras el tanque pasaba de largo por enfrente de la puerta derribada. Anselmo echó su espalda hacia atrás giró hasta cubrirse y vació su cargador sobre los uniformados que entraban. Se puso de pie con costoso trabajo, tomándose la pierna que casi no la sentía de tanto dolor. Escapó por la parte trasera de la casa y llegó hasta un jardín trasero, que escondido lo esperaba. En el suelo se tumbó, agarró la esquela de madera que profundamente clavada no le dejaba de doler, apretó los dientes y con fuerte movimiento se la sacó. Gritó como una mujer pariendo pero peor, la sangre comenzó a brotar a borbotones, se sacó de un tirón la remera y se hizo un torniquete treinta centímetros más arriba de la rodilla. Se puso de pie y apenas podía moverse. El dolor, literalmente lo hacía ver las estrellas. Todas y cada una de ellas. Exhaló un par de veces con fuerza, porque cosa rara del humano, las exhalaciones le aliviaban el dolor, miró su arma y no le quedaban balas. Volvió a la casa y a cada cadáver le quitó algunas granadas, las armas y sus municiones de sobra. Calzó tres o cuatro pistolas en su cintura, metió todos los cargadores correspondientes dentro de cada uno de los bolsillos que llevaba puestos, le quitó a uno de los muertos la chamarra rosa y se la puso adornándola como se adorna el arbolito de la feliz navidad, pero con granadas en vez de con pelotas y adornillos coloridos. Salió de la casa con cuidado precavido sabiendo que allí afuera la muerte lo podría estar esperando con la sonrisa de ella que atrae a todos los seres que posean vida. No había silencios, ni uno de todos ellos; por todos lados los disparos, las explosiones apenas acallaban a los quejidos de dolor que escapaban de cada alma que por su cuerpo leso sufría. Rengueando avanzaba, solo, sonreía preguntándose por qué agradecía el hecho de estar aún con vida... Sabía que Lucero se encontraría por ahí haciendo estragos entre las líneas enemigas con su linda sonrisa dibujada en sus ojillos marrones, con sus cabellos lacios negros, brillando volando al viento con la suavidad que los caracterizaba en aquellas épocas en que bañarse no era un lujo sino más bien una obligación casi social. Estaría por ahí todavía rompiendo corazones a balazos, más de uno le entregaría la vida como él mismo había hecho hace más de ocho meses atrás. Llegó hasta una esquina y se detuvo tras la misma escondiendo la mitad de su cuerpo, espió si allí algo había y encontró lo de siempre, desolación, muertos, incendios de distintas magnitudes y casas semidestruidas. Ni ellos, ni nosotros, recordó las palabras de Gésus cuando salió con su Victoria yerta entre sus brazos que sólo sabían de amor. Recordó también que había dicho que la naturaleza era sabia; dudó aún más de su cordura. Si la naturaleza era sabia por qué había dejado que el humano exista? La respuesta la atesora ella y tal vez su nuevo Dios que él pensó en un momento, que tal vez era oriental. Tal vez la naturaleza no era, y es. Tal vez el Dios... no sea dios. Sonrió dolorosamente. La pierna le seguía jodiendo, la chequeó rápidamente y ya no le sangraba pero le causaba un dolor de la ostia... avanzó dejando la protección de aquella esquina. Ojalá fuera que en todas las grandes ciudades de la República ésto no estuviere pasando, pensaba en vano con la esperanza en la mano. Pero la realidad a veces acalla a la esperanza, hasta en los poblados más pequeños la lucha se ceñía violenta como toda lucha lo es, ya que el ser humano no conoce la otra forma de luchar, esa forma que Gésus predicaba con el ejemplo día tras día, hasta el comienzo de ese caos lleno de pérdidas vanas y sin sentido. El dolor, causa cansancio, así como también la falta de comida, descanso, entre millones de otras tantas cosas. Los párpados le pesaban pero no podía cerrar los ojos, ni allí a la intemperie y menos que menos en otro lugar que podía ser atacado por algún disparo de tanque que azaroso elegía mostrar elsu poder. Pensó en cuánto le serían de ayuda, no sólo a él, si no también a todos, esos túneles que estaban construyendo por debajo de la ciudad. Por todos los en derredores los disparos se escuchaban. Por suerte la Ciudad Capital de la República, era una metrópolis (cosa que habla de la magnitud de su tamaño) y rellenar todas las calles de armas y soldados era una tarea imposible. Siguió camino y encontró, más allá de otra esquina, a un grupo de cascos blancos disputando por una territoria paz (que en cierta forma les competía), contra una casa en la cual, las balas entraban preguntando y de la cual balas salían respondiendo. Desprendió de su chamarra una granada y se las envió a los cascos blancos por correo aéreo, al llegar la recibieron con explosiva felicidad que diezmó al grupo pero no por completo, tal vez un par de ellos quedaba ileso; miraban confundidos de dónde había salido aquella explosión. Un puñado de personas salieron de la casa que respondía a fuerza de balazos, haciéndose cargo entonces de eliminar las vidas de aquellos que aún quedaban preguntando. Anselmo les hizo señas cuando llegó aquella breve paz del cese de fuego por esa pequeña victoria. Pensó en Gésus mientras los otros se le acercaban.
LVI
El avión aterrizaba un poco afuera de todo el terror que estas cosas causan. El ex-canciller bajaba confundido, Talmarital iba tras él con su mano apoyada en su hombro.
-No íbamos a ir a un lugar cálido?
-Qué más caliente que ésto.
-Por qué me trajiste acá Equiz?
-Acompañame.- entraron en un establo que había cerca de la pista.
-Al fin llegaste, mierda!- bramó Gésus.
-Fue difícil convencerlo...
-Me imagino... se conocen?- el ex-canciller miró a Gésus y Gésus le devolvió la mirada ya que no le interesaba tenerla.
-Por fotos nada más- dijo el ex-canciller.
-Sí, claro como sea... - el silencio que se había formado era distraído apenas por los ruidos fácilmente perceptibles de explosiones y balazos. Las miradas que se cruzaban, una miedosa y confundida, las otras seguras y cuasi amenazantes.
-Bueno...- dijo con voz trémola el ex-canciller- qué hago acá?- Gésus lo miró a Talmarital y éste compartió lasu mirada. Con un corto movimiento de cabeza le indicó que lo acompañara afuera.
-Por ahora vas a sentarte y esperar, alguien quiere verte, nosotros tenemos que hablar.- dijo serio. Gésus y Talmarital se retiraron del establo, llegaron afuera donde la Ciudad Capital se veía en llamas y humos.
-Mirá el quilombo que hay allá- dijo viendo el funesto horizonte que se veía un par de kilómetros más abajo.
-Qué vamos a hacer?
-Yo voy a ir, desde que Victoria murió que por allí no aparezco...- ambos quedaron viendo al horizonte... uno triste por Victoria, el otro, triste por ese hombre que a fuerza de respetos, ya se había encariñado.
-Voy a ir con vos...- le dijo silencioso.
-No, la idea de Fernando fue buena...
-Sí, lo único que espero es que funcione.
-Por qué lo decís?
-Vos dijiste una vez, si mal no recuerdo, que éramos humanos y hace rato habíamos salido de la selva.
-Sí, pero en ese entonces me imaginaba que habíamos salido de la selva de un salto y habíamos caído en la civilización, pero no... me confundí... el hombre avanza siempre despacio, salió de la selva para entrar en el bosque y allí seguir comportándose, igual pero distinto.- dijo con una lágrima que asomaba. Talmarital sonrió.
-La naturaleza es sabia.- le dijo el otro sonriendo.
-Es sabia porque tiene respuestas...
-Para tener respuestas hay que tener preguntas.
-Por eso es sabia, uno en ella encuentra todas las preguntas existentes si la mira por la superficie y con su corta mente humana inventa respuestas, pero si uno se le acerca y la observa detenidamente, encuentra que así, como de la nada, entiende y encuentra las respuestas que valen en serio.
-Debemos admitir que tal vez todo ésto sirva de algo.
-Espero que si pero no creo... sabés qué me gustaría? Me gustaría poder despertarme mañana y...- quedó silencioso viendo las explosiones y las llamas allá abajo en la ciudad.
-Y?- Gésus sonrió dándose cuenta de que casi comete otro error.
-Y nada... simplemente espero poder levantarme mañana.
-Sí... despertarse. Sabés algo de alguno de los tuyos?
-No.. nada, me enteré que la fábrica de botellas fue volada y que todo se vino a abajo hundiéndose por los pasillos que estábamos haciendo. Montón de vidas desperdiciadas en vano.
-Y de Fernando qué hay?
-No sé, pero el tipo si que es inteligente y cojonudo.
-Ni que lo digas... Encontrar a los restriotes luchando por el amor de la restriote y toda esa historia, compararla con la República y así atraer al felino, entregarse para ser un mártir, morir para que los demás encuentren en él una imagen a seguir...- quedó pensativo- más que cojonudo el muy cabrón!
-Tiene a quién salir, el hermano de él creó de la nada todo este quilombo, la hermana de él, mi madre! vieras como pelea...- dijo suspirando recordando sin querer a la suave Lucero.
-Qué vamos a hacer con éste?- preguntó cabeceando hacia el establo.
-Nada, esta noche tenemos un invitado especial que se va a alegrar de verlo a éste.
-Quién viene?
-Otro restriote...- contestó Gésus mirando el horizonte en llamas.