miércoles, abril 18, 2007

Caos Organizado -- Novela -- 36ta entrega -- viene del 14/03/07

A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-

Caos Organizado -- Novela

LIX

-Tíren a Dios en nuestra contra si pueden, ya me cansaron con toda esta mierda, si quieren mantener la paz en nuestro territorio, la forma en la que lo están haciendo no es la adecuada...- escuchó las palabras que de larga distancia le llegaban hasta el auricular del teléfono-... me chupa un huevo la cantidad de hombres que hayan perdido, nosotros estamos perdiendo más y no nos vamos a quedar de brazos cruzados... usted no es quién para darme una orden... no venga con amenazas, si defender mi suelo es declararle la guerra al mundo entero entonces considérelo un hecho!- cortó la llamada oficial.
-Disculpe comandante pero...
-Pero nada... empiecen a alistar todas las tropas les vamos a fregar el culo a esas fuerzas de paz, que pacifican mediante las armas.
-Pero señor...
-Nada de peros, el anterior comandante en jefe hubiera hecho exactamente lo mismo, ya no se trata de nosotros contra nosotros, ahora son ellos contra nosotros, alisten a todos y que de todos los cuarteles salgan ya, no nos vamos a mantener más tiempo al margen.- bramó el flamante comandante en jefe de las fuerzas armadas haciendo temblar al mundo bajo su duro puño que golpeaba rabioso la madera de la mesa.

LX

Toda la interminable batalla se había acallado a los alrededores. Se asomó del refugio que había encontrado, en el cual se había metido para descansar un poco, vio un reguero de sangre que pintaba el asfalto destruido. Soldados de todos los tamaños y rangos destrozados, tirados en el piso, sangrando. Tanques deshechos como aplastados, con abolladuras, volcados, aún con llamas y humos que subían. Sonrió contenta y coqueta con el mechón de pelo lacio del color de la noche que le caía sucio pero simpático sobre el ojillo marrón que junto al otro, poco entendía que sería lo que allí había sucedido. De seguro se habría quedado dormida.
Salió de allí tirando su arma y tomando más de las que estaban en el piso que les pertenecían a aquellas fuerzas de paz. Se guardó las que pudo así como también sus cargadores repletos. La cantidad de soldados muertos era inusitada y misteriosa. Pensó que estaba soñando, ya sus sueños le habían jugado antes estas pasadas que le confundían la realidad. Caminó un par de metros y miró un par de metros más allá, a los tanques en llamas, y pensó que lo mejor sería también llevar granadas por si los tanques aparecían con objetivos poco amistosos. Recogió un par de granadas y se las puso encima. La curiosidad de saber que había pasado era plena. Miró hacia un lado de la calle y miró hacia el otro, todo calle arriba y calle abajo, era un camino formado por cadáveres rosas con cascos blancos destruidos al parecer tan sólo a golpes. Estaba impresionada raramente, no entendía, ni podía imaginar que era lo que había sucedido, calle arriba empezó a caminar siguiendo el sendero de muertos. Por aquel lugar una tensa paz flotaba en el éter. Avanzaba lento, ya que eso de caminar entre los muertos no le daba buena espina. La noche era profunda y oscura, la luna estaba ausente sin aviso y las pocas estrellas que trabajaban no iluminaban más que sus propios sistemas estelares. Caminaba temerosa entre cadáveres pisando apenas el húmedo suelo, a pesar de estar todo irreconocible, ella sabía que había estado allí, hace más de unos pares de horas atrás. Ella recordaba haber matado un par de soldados cuando salía de lo de Esperanza pero ésto era ridículo, ella no podía haber hecho todo ésto.
Le costaba respirar debido al frío olor a muerte que abundaba en las calles del norte de la Ciudad Capital, avanzaba sigilosa, pisando apenas, cómo le gustaría saber qué fue lo que desencadenó toda esta locura apocalíptica. Aceleró su paso al ver que todo este reguero de muertos parecía ir hacia la casita de Esperanza y Elbéstides la cual había volado por los aires cuando ella escapaba de allí, mágicamente ilesa, ya que Pinto le había disparado. O habría sido eso también un sueño? o ahora todo era un sueño? o todo había sido un sueño?, no sabía qué pensar ni en quién, no sabía ni siquiera si ella era parte de esta realidad, si es que acaso lo era. Dobló en la esquina siguiendo la corriente de la sangre y los muertos, entre las sombras oscuras, distinguió a Elbéstides parado mirando hacia el otro lado, hacia allá... Saltó de alegría y gritó feliz con el alma, gritaba su nombre, llamándolo, corriendo hacia él como perro contento que es llamado para ir de paseo al parque.
-No sabés lo contenta que me pone saber que estás bien- dijo al llegar a él y abrazarlo por la espalda, sintió las manos y el pecho (que se le apretaba contra esa espalda gigantesca) humedeciéndoseles. La cara se le desdibujó de horror retrocediendo un par de pasos, dándose cuenta que en sus manos y en su pecho esa humedad era sangre, sangre ajena, sangre de Elbéstides que lleno de agujeros de bala sangrantes, seguía de pie. Gritó presa de pánico, horror y furia, a pesar de estar parado, erecto y orgulloso de su bestial tamaño, Elbéstides estaba muerto con la mano extendida hacia adelante y abierta con una nada dentro de la misma, sonriendo, feliz, no tan bruto pero si hermosamente lindo. Sólo como sabía hacerlo Elbéstides. Parado como cuando vivía, sobre las recientes ruinas de su casita, de la de él, de la de Esperanza. Parado erecto inmóvil inerte con la sonrisa a flor de piel, más feliz que nunca. Lucero echó a correr desesperada hacia ningún lugar, dejando detrás a los soldados muertos y sangrantes, dejando atrás todo lo que alguna vez tuvo. Corría sin destino llorando desesperada que al fin esa pesadilla acabe. De las sombras, una chamarra rosa salía rengueando con un arma y un cigarro aún prendido entre las manos de una casa atacada por más soldados que yacían un par de metros más allá. El soldado no la vio venir a Lucero que venía corriendo, llorando perdida sin saber lo que hacía. Sacó una de las tantas armas y la vació sobre esa chaqueta rosa rengueante que salió volando y sufría convulsiones a cada uno de los balazos que Lucero en carrera le asestaba vengando cada una de las muertes que por ellos había sufrido. Disparaba hasta acabársele las balas y sacaba otra arma y le disparaba aún más todavía. Los hombres que salían se habían echado atrás para cubrirse de la balacera que llovía allí afuera, uno asomó el cañón de su arma por la ventana y la vio civil y hermosa como lucero de medianoche venir corriendo y disparando.
-Es amigo! es amigo- salió entonces el hombre con las manos en alto de la casita y se echó a llorar sobre el muerto. Lucero llegó hasta su lado mirándolo sin comprender, el hombre lloraba, le posó la mano en el hombro y lo corrió hacia un costado. Anselmo yacía muerto en el piso sangrando sus penas por cada uno de los agujeros de bala que Lucero despiadadamente le había hecho, cayó de rodillas y comenzó a llorar sobre su amor asesinado con sus propias manos. Llorando desconsolada, el hombre la trató de apartar pero no la podía mover, Lucero se agarraba fuerte del cuerpo de Anselmo al cual no le quedaba un nimio de calor, el cual ya no tenía esa mirada ansélmica que le proporcionaba tantos calores y compañías cuando ella se encontraba repleta de soledades y fríos. Lloraba en posición fetal sobre él, maldiciéndose, maldiciéndolo, maldiciendo el no haber podido cambiar ese destino que le había tocado vivir.
-Vamos- exclamó el hombre tirándole del hombro a Lucero mientras veía que del otro lado de la calle la punta del cañón de un tanque asomaba doblando hacia ellos. Lucero seguía llorando sobre Anselmo abrazándolo con todo el cuerpo como a él le gustaba. El hombre no la podía zafar.- Tanque!- gritó el hombre desesperado. Lucero levantó la vista y con los ojos en llamas arrojó un par de granadas sobre el mismo mientras éste los hacia volar por los aires de un sólo cañonazo.