Maldito tabaco, pensar que llevo más tiempo de mi vida
disfrutando de tu falso placer, que renegando el haberte conocido.
Pensar que de pibe empecé con el vicio sin pensar siquiera
en las consecuencias que causa el hecho de sacar y meter humo
como una chimenea que en cuenta regresiva
va contando los minutos que le queda.
Me veo a mi mismo y a los demás que fuman conmigo,
llevando los cilindros, o las pipas, o los armados a sus bocas
pitando hasta lo hondo, exhalando casi extasiados
creyendo que esa forma de suicidio falaz,
realmente sirve para algo.
Ya ni recuerdo por que empecé a fumar,
y no sé por qué lo sigo haciendo,
lo que si sé, es que al despertar, lo primero que quiero,
es una bocanada de humo caliente acariciando mi boca,
lamiendo mi lengua, dejando impregnado a su paso
el gusto a químicos, y a tabaco pero en menor grado,
que va dejando en cada pitada la parca que avanza.
Que forma rara de suicidio, que muerte lenta la escogida,
no sé por qué se inventa uno mismo esa sensación de placer
al aspirar una bocanada del cáncer que ingresa,
dejando nicotina y alquitrán por cada poro del tracto respiratorio,
conquistado los pulmones y expandiéndose hacia el cuerpo entero,
tapando los alveólos primero, las venas después y las arterias también...
No sé por qué todavía no dejo de fumar,
el día menos pensado me agarra el patatús y dejo el vicio,
siempre y cuando el vicio no me gane de mano
y me quede al costado del camino solitario
sin un fósforo en la cajita y en el bolsillo de la camisa
el atado de puchos muerto de la risa.